Algunos han interpretado la prolongada ausencia de quién dijo a sus seguidores “me iré y prepararé un lugar, pero volveré”, como muestra manifiesta de incomparecencia (2 Pedro 3:9). Sin embargo, Dios no solo no se ha olvidado de Su Pueblo sino que, en previsión de ese día, Él manifiesta Su carácter a la vez que también moldea el de aquellos que perseveran en medio de la adversidad. El Dios que gobierna el futuro ha diseñado un programa para Su Iglesia en el tiempo presente, mientras ésta aguarda el regreso del Salvador. Por medio de este plan Dios provee a quienes lo observan con tres inestimables recursos para orientar y aprovechar este periodo de espera: paciencia, esperanza y obediencia.

1. PACIENCIA (Santiago 5:7–8)

La tentación de dejarse dominar por el desánimo resultaba una amenaza constante para quienes eran señalados, perseguidos y dispersados por su adherencia a una creencia que incluía el advenimiento del Resucitado (1:1). Con el fin de alentarles, el autor utiliza la palabra “paciencia” hasta cuatro veces en estos versículos, dos de ellas en forma de verbo en modo imperativo (vs. 7 y 8). Santiago dice “sed pacientes hasta la venida del Señor”. No se trata de mera resignación, sino de una actitud de espera confiada y serena sustentada en la esperanza segura de futura liberación. El texto dice “sed pacientes hasta”. Fuera de establecer una exigencia ilimitada, este llamado a ser pacientes tiene fecha de caducidad, sabiendo que hay un premio exclusivamente reservado a aquellos que logran perseverar (1:12). El Mesías regresará para establecer Su Reino, pero si la primera venida de Cristo fue en pobreza y humillación, la segunda y definitiva es descrita en las páginas del Nuevo Testamento como buena, segura, y bendita (2 Tesalonicenses 2:6; Hebreos 6:19; Tito 2:13). 

En el versículo 8 del capítulo 5, el autor insiste en esta necesidad de ser pacientes y añade una nueva prescripción: “afirmad vuestros corazones”. El mandado contrasta drásticamente con la actitud fluctuante y dubitativa con la que algunos afrontaban las dificultades (1:6–8). Tanto la paciencia como la firmeza recetadas en este pasaje se sustentan en la declaración que les sigue a continuación: “porque la venida del Señor está cerca”. El verbo “está cerca” apunta a la inminencia de un acontecimiento que ya se ha iniciado. Pedro utiliza esta misma expresión para señalar el fin de todas las cosas (1 Pedro 4:7) La intención de Santiago no es la de concretar una fecha específica, pero sí la de certificar la aparición del Deseado, y reconfortar así el ánimo de sus hermanos en Cristo. En primer lugar, confirmando la veracidad de su venida: Cristo regresará. En segundo lugar, revelando la inminencia de su venida, lo hará pronto. Y, en tercer lugar, poniendo en valor la grandiosidad de su venida: cuando el Soberano esté presente, la condición de los que ahora sufren será radicalmente distinta a la que jamás han conocido. 

Lejos de disuadir o distraer, el ejercitar paciencia durante un tiempo determinado fortalece el corazón y vigoriza el aliento de todos los que apetecen ese día. 

2. ESPERANZA (1 Pedro 1: 3–9)

En tiempos de tribulación y desconcierto, meditar en el carácter de Dios supone un bálsamo para el alma. Esto es lo que nos encontramos aquí. A lo largo de estos versículos confirmamos que la compasión divina para con los pecadores no se limita a un tiempo pasado, sino que se prolonga hacia la eternidad. Por medio de la esperanza, anticipamos un legado indestructible obtenido a través de la resurrección de Cristo de entre los muertos. Esto resulta exclusivamente de la misericordia de Dios y sitúa al que lo experimenta en una esfera tan sublime como inmerecida, la de un nuevo comienzo (Santiago 1:18; 1 Juan 1:13). 

Lo habitual es que una herencia sea formalizada tras la muerte del testador. Sin embargo, en lo relativo a la salvación, es la realidad de un Cristo vivo la que valida y garantiza la transmisión celestial (1 Corintios 15:14). Y el premio se describe con tres adjetivos tan sutiles como plásticos: Esta herencia es, en primer lugar, “imperecedera”, que enfatiza la idea de inmortalidad. En segundo lugar, se nos presenta como “inmaculada”, que apunta a la pureza de la misma, libre de la contaminación del pecado y aquellos que lo practican. Y, finalmente, es “incorruptible”. Esta expresión se deriva de un término usado para referirse al amaranto, una flor también conocida como perpetua, muy apreciada en la antigüedad y que representaba la idea de algo que no se marchita ni se estropea.

3. OBEDIENCIA (Tito 2:11-14)

La obediencia del creyente confirma su condición espiritual, pero también revela su devoción espiritual. El galardón del cristiano es grande en los Cielos y nada podrá despojar a un redimido de lo que Cristo ha logrado en su favor (Mateo 5:12; 1 Pedro 1:4; Romanos 8:32–39). Sin embargo, los efectos sublimes de la obra de salvación no se confinan meramente al más allá. La gracia de Dios impacta de manera integral la realidad de aquellos que la han experimentado e impulsa al creyente a la semejanza al Señor Jesucristo (Efesios 4:13).Y en la medida que estamos expuestos a la Palabra de Dios somos instruidos, enseñados y cincelados por Él. 

Quién ha visto la benignidad del Señor no ha de enredarse en las obras de las tinieblas. Al contrario, fija su mirada en Cristo y anhela Su compañía. Es precisamente en Cristo dónde la gracia de Dios se manifiesta con incomparable clarividencia. Y es en él dónde el cristiano halla el ánimo necesario en su peregrinar a la Ciudad Celestial. Por eso, mientras estamos en el cuerpo, ambicionamos serle agradable, al entender que para eso fuimos redimidos y para eso estamos siendo purificados. Dichoso aquel siervo a quien, cuando su señor venga, lo encuentre haciendo así. (Mateo 24:46)

CONCLUSIÓN

La Palabra de Dios nos enseña que aquello que la Iglesia espera es lo más maravilloso que habrá de sucederle a este universo. Ese día el Señor mismo vendrá con poder y gloria, todo ojo le verá y los redimidos reinarán con Él por los siglos (Marcos 13:26; Apocalipsis 1:7; 22:5). Mientras tanto, cobramos ánimo sabiendo que las certezas que la Escritura nos ofrece respecto al futuro traen consuelo a nuestro corazón, y sus instrucciones constituyen el mejor incentivo posible para afrontar con confianza las penalidades del tiempo presente. Mientras esperamos ese glorioso momento…¡Hay mucho por hacer!

Heber Torres

Autor Heber Torres

Director del Certificado de Estudios Bíblicos. Profesor de exégesis y predicación en Seminario Berea. Pastor de Redentor Madrid.

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