Lo ha vuelto a hacer. Rafa Nadal ha ganado su 21 “Grand Slam”. Y nos ha dejado a todos con la “boca abierta”, porque después de 6 meses lesionado, con la duda de si podría volver a jugar al tenis, y en el torneo que más le ha costado ganar, ha conseguido ser el primer tenista en lograr 21 “Grand Slams”. Posiblemente no haya un solo español que no le admire. Pero en el panorama mundial hay otros dos “monstruos” de este deporte. Y es lógico que para algunos Nadal no sea el mejor. La cuestión es cómo decidir quién de los tres, Nadal, Djokovic y Federer, es el mejor de todos los tiempos. Supongo que los expertos en este deporte serían los más apropiados para definir los criterios.

De la misma manera, Cristo es el más apropiado para establecer los criterios que determinan quiénes son sus “buenos ministros”. Esto es lo que Pablo le escribe a Timoteo, para que él pueda ser ejemplo de los creyentes como buen ministro. Y en el capítulo 4 de su primera carta, en los versículos 6 al 16, el apóstol le expone 6 marcas distintivas y determinantes de un buen ministro de Cristo.

1) Su discernimiento de la verdad (6-7a). El buen ministro es un hombre nutrido de la verdad. Un hombre que conoce la verdad, y que continúa conociendo la verdad. Un hombre que está bien alimentado con la Palabra de Dios, y que por esa razón, es capaz de identificar a los que no enseñan la verdad (1-2). Así como el experto en detectar billetes falsos lo hace por medio de conocer perfectamente el billete verdadero, así es el buen ministro de Cristo. Y una iglesia con un ministro nutrido de la verdad, estará mucho más protegida contra los intentos del enemigo de desviar a los creyentes de la verdad que salva y santifica.

2) Su disciplina para la piedad (7b-8). El buen ministro es un hombre ejercitado en la piedad. Es interesante que Pablo utiliza una ilustración sobre el ejercicio físico, justo después de utilizar una sobre la buena alimentación. Porque también es así en la vida espiritual. Al buen conocimiento de la verdad es necesario añadirle la buena práctica de la piedad, una palabra que apunta a un estilo de vida que refleja el carácter y la gloria de Dios. Ser “evangélico” debería causar reverencia, como sucedía con los primeros discípulos en Jerusalén (Hechos 5:13). Y un buen ministro de Cristo es aquel que evidencia en sí mismo el poder transformador del Evangelio.

3) Su devoción por el Evangelio (9-10). El buen ministro es un hombre entregado al Evangelio. Pablo enfatiza el trabajo y el esfuerzo que conlleva servir a Cristo como ministro del Evangelio. Él mismo es ejemplo de un hombre convencido de la verdad, comprometido con el plan de Dios, y conmovido con la compasión de Dios. Porque Dios despliega Su abundante gracia sobre esta depravada humanidad y, especialmente, lo hace al salvar a los creyentes de las garras de un infierno merecido. Piensa cuanto daño hacen a la iglesia de Cristo ministros que son superficiales en su conocimiento de Dios, perezosos en su servicio a Él, e insensibles a la condenación de los perdidos.

4) Su dignidad personal (11-12). El buen ministro es un hombre íntegro, que vive lo que enseña, y es ejemplo de lo que manda. Porque lo cierto es que su tarea consiste en ejercer autoridad, una autoridad limitada a la verdad que enseña, y respaldada por la obediencia que despliega. Es un hombre ejemplar en su manera de hablar, porque “de la abundancia del corazón habla la boca…” (Mateo 12:34), y su corazón está lleno de verdad y piedad. Ejemplar en su manera de vivir, demostrando que “anda como Él anduvo.” (1 Juan 2:6). Ejemplar en su manera de amar a los demás, siguiendo el ejemplo del que “amó a los suyos hasta el fin.” (Juan 13:1). Es un hombre ejemplar también en su manera de confiar en la Palabra de Dios, y ejemplar en su manera de cuidar su propia pureza, demostrando reverencia al Dios santo.

5) Su disciplina en el ministerio (13-14). El buen ministro es un hombre fiel, que cumple con su responsabilidad, según ha sido llamado por Dios y capacitado por el Espíritu Santo. Una iglesia aprende a dar prioridad a lo prioritario cuanto tiene pastores que procuran priorizar lo que es realmente preeminente… la lectura pública de la Palabra de Dios, la exhortación pública con la Palabra de Dios, y la enseñanza pública de la Palabra de Dios. Hay muchas cosas que tratan de ocupar el lugar de estas tareas. Pero la iglesia es protegida por ministros disciplinados en el ministerio, que no flaquean ante la fuerte influencia de modas y métodos aparentemente eficaces, y que no titubean ante los deseos de quienes dudan del poder incomparable de las Escrituras.

5) Su dedicación al ministerio (15-16). Finalmente, el buen ministro es un hombre comprometido con su Señor y con la iglesia, concentrado en su propio progreso espiritual, y en la progresión espiritual de la iglesia. Haciendo del momento de la salvación la meta, la iglesia descuidará una parte esencial en el plan de Cristo. Hacer discípulos implica que la meta es la santificación. Y en esa meta el buen ministro de Cristo persevera, porque sabe que ese es el plan del Señor de la iglesia.

Cuando Nadal ganó el “Grand Slam” en Australia hace unos días, muchos en nuestro país declararon que este deportista “nos representa”, como un ejemplo de la manera de ser de los españoles. Sería bueno que esto fuera verdad, pero lo que sería realmente bueno es que Cristo pudiera decir de los ministros de Su iglesia: “me representan”.

Jonatán Recamán

Autor Jonatán Recamán

Pastor en la Iglesia Evangélica de Pontevedra (España) y profesor del seminario Berea (León, España).

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