En un mundo tan diverso y multicultural como el nuestro resulta muy difícil que nos pongamos de acuerdo en algo. No importa si hablamos de política, deportes, música o comida, cada uno tiene su propia opinión. Pero hay un aspecto de la existencia al que nadie en su sano juicio se atrevería a llevarnos la contraria: la realidad del sufrimiento. Como decía un conocido narrador deportivo “la vida puede ser maravillosa”, pero también delicada, y hasta cruel.
Ya sean enfermedades físicas, privaciones económicas, conflictos familiares, enfrentamientos eclesiales, en una medida u otra, cualquiera puede sentirse abrumado por estos u otros motivos, y, en algunos casos llegar a pensar, como el salmista, que Dios se ha olvidado de él (Salmo 42:9). Pero Dios ni se olvida ni se desentiende de Sus Hijos. Él está cerca de nosotros, especialmente cuando sufrimos. Y sabemos esto (al menos) por dos razones:
- La aflicción del cristiano responde a la providencia de Dios
Al contrario de lo que muchos piensan, las dificultades que tenemos que enfrentar a lo largo de la vida no son accidentes, ni errores de fabricación. La Biblia nos recuerda que nada de lo que nos sucede está fuera de lo que Dios ha previsto para nosotros, ni siquiera aquello que nos duele o nos desagrada. José junto con sus hermanos (Génesis 50:15-20), o el mismo Job (Job 1:6-12), llegaron a entender que nadie, ni siquiera Satanás, actúa fuera de los designios soberanos de Dios. Nada sucede en el universo a menos que Dios lo autorice, porque nada se escapa a Su control soberano.
Tras haber defendido justamente lo opuesto, Nabucodonosor, el gran rey de Babilonia, terminó por reconocer lo siguiente acerca de Dios: “Su dominio es un dominio eterno, y su reino permanece de generación en generación. Y todos los habitantes de la tierra son considerados como nada, mas El actúa conforme a su voluntad en el ejército del cielo y entre los habitantes de la tierra; nadie puede detener su mano, ni decirle: “¿Qué has hecho?” (Daniel 4:34-35)
La Escritura nos enseña que Él es Señor sobre toda situación y sobre toda decisión.
Incluido tu dolor. Él lo ha previsto y Él lo ha provisto. En el momento exacto y en la medida exacta. Juan Calvino lo explicó de esta manera varios siglos atrás: “La ignorancia de la providencia es la mayor de las miserias, pero el conocimiento de ella la mejor de las felicidades”. Lejos de dejarte llevar por la frustración, recuerda que te encuentras en las mejores manos, las de un Dios que es clemente y compasivo (Éxodo 34:6), cuya voluntad es siempre buena, agradable y perfecta (Romanos 12:2).
- La aflicción del cristiano revela la paciencia de Dios
“¿Por qué a mí? ¿y por qué ahora?” Esta sin duda es una de las primeras reacciones que tenemos ante una noticia trágica o inesperada. No pocos se preguntan y se rebelan ante la idea de que Dios puede permitir ciertas cosas en su vida. No dudan de que Dios lo haya permitido así, pero están convencidos de que merecen algo más. Algo mejor. Sin embargo, cuando nos acercamos a las Escrituras nos damos cuenta de que esta manera de pensar es totalmente errónea. Torcida. Deshonesta. Porque la realidad es que no merecemos absolutamente nada. No merecemos algo mejor, sino algo mucho peor.
Efesios 2:3 afirma que: “Todos somos por naturaleza hijos de ira”. Porque todos, sin excepción somos “rebeldes desde el seno materno” (Isaías 48:8). “No hay justo ni aún uno, no hay quién entienda, no hay quién busque a Dios. Todos se han desviado, a una se hicieron inútiles, no hay quién haga lo bueno, ni si quiera uno” (Romanos 3:20-12)
La Escritura afirma que todos los seres humanos han sido concebidos en pecado, y son portadores de una naturaleza pecaminosa. Por eso, no hay persona que no peque y no se rebele ante Su Hacedor. Y como resultado solamente existe un fin para toda persona: “la muerte y después de esto el juicio” (Hebreos 9:27). Pero, lo cierto es que, hasta entonces, Dios no solo nos proporciona el espacio y los elementos que necesitamos para subsistir, sino que nos permite disfrutar de multitud de bendiciones a lo largo de la vida. Y todo ello solamente tiene una explicación posible: Dios no nos trata como nos merecemos. Él no nos retribuye conforme a lo que producimos.
A pesar de la desdicha o quebranto que podamos llegar a experimentar, Dios demuestra Su paciencia para con nosotros continuamente al no responder a nuestro pecado de la manera que merecemos. Ya sea preservando al ser humano, lo que llamamos gracia común, o salvándolo de su condición de pecador, lo que llamamos gracia especial, el hecho es que Dios no nos trata como nos merecemos. John Flavel lo explicó así: “Si el Señor me hubiese sumergido en un océano de aflicción, podría decir que en todo ese océano de aflicción no existiría ni una gota de injusticia”
No importa cómo de profundo sea el mar de aflicción en el que se halle tu alma, tu propia respiración confirma que “Dios es lento para la ira y abundante en misericordia y verdad” (Éxodo 34:6).
Conclusión
Cuando entiendes quién es el Dios de la Biblia tu manera de afrontar las vicisitudes de la vida es otra. Estas verdades traen consuelo y esperanza al corazón, especialmente en tiempo de angustia y te animan a perseverar en la fe. Descansando, finalmente, como Pablo escribía a los Corintios, en que: No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea común a los hombres; y fiel es Dios, que no permitirá que vosotros seáis tentados más allá de lo que podéis soportar, sino que con la tentación proveerá también la vía de escape, a fin de que podáis resistirla” (1 Corintios 10:13)