No pocas veces he escuchado a predicadores animar a su audiencia a tomar una decisión por Cristo. A vivir una aventura única y apasionante. Lo que se supone que será una experiencia maravillosa y dulce levitando por los aires y yendo de gloria en gloria y de victoria en victoria, como el que salta de oca a oca porque siempre le toca… Y claro que el cristianismo constituye un noble llamado. Se trata de una realidad incomparable. Podemos estar seguros de que no hay mejor ni mayor aspiración que la de caminar con Cristo (Filipenses 3:8-9). Pero, sospechosamente, los que hacen este tipo de invitaciones “exitosas” y “festivas” enfatizando lo bonita, divertida y exitosa que será la vida si decides darle una oportunidad a Jesús se olvidan de mencionar un pequeño detalle, ese que tiene que ver con el coste del discipulado. Como si hablar de ello significase poner de manifiesto que algo ha salido mal. Sin embargo, lejos de ser algo una anomalía o algo minoritario, el sufrimiento en la vida del cristiano, de cada cristiano, confirma, ni más ni menos, lo que Dios ha prometido que sucedería.
- La aflicción del cristiano
Ya en el Antiguo Testamento, específicamente en el libro de los Salmos, el Espíritu Santo de Dios había anticipado la realidad de las pruebas y el sufrimiento de una forma muy poco enigmática: “Muchas son las aflicciones del Justo” (Salmo 34:19). En una de las lecciones más importantes que Jesús jamás enseñó a sus discípulos les confirmó una realidad insalvable: Acordaos de la palabra que yo os he dicho: El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán” (Juan 15:20). La Palabra de Dios es clara. No se habla de posibilidades ni probabilidades. El Nuevo Testamento asegura que los cristianos serán perseguidos. 2 Timoteo 3:12 dice: “Todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución”.
El apóstol Pablo, escribiendo a los filipenses presenta este mismo escenario. Pero sitúa también el origen de esas aflicciones que el creyente ha de experimentar: Porque a vosotros os es concedido a causa de Cristo, no sólo que creáis en él, sino también que padezcáis por él. Esa palabra griega, Χαρίζομαι, significa literalmente «se os ha dado por gracia; gratuitamente como regalo». El verbo empleado por el apóstol está, además, en voz pasiva, esto supone que el sujeto recibe la acción. En otras palabras, no es lo mismo conceder un regalo, que el que le sea concedido un regalo, en este caso dos regalos tremendamente significativos. Pablo apunta a la bendita (y liberadora) verdad de que la salvación es un regalo. Pero no es el único presente: el sufrimiento también es un “regalo”. La mayoría estamos de acuerdo con la primera parte, y consideramos la salvación como un regalo de Dios. Sin embargo, el texto nos ofrece una perspectiva totalmente sorprendente y revolucionaria. En esta vida, a veces sufrimos a consecuencia de nuestras acciones, o aun por causas totalmente desconocidas, y descansamos en la sabiduría de Dios y en Su voluntad para con nosotros. Pero hay una clase de sufrimiento que es consecuencia directa de nuestra posición en Cristo. El versículo 29 dice “por causa de Cristo”, otras versiones traducen “por amor de Cristo”. Pablo advierte a los creyentes que esta aflicción o persecución resulta de nuestra posición en Cristo, y no se limita exclusivamente a los apóstoles, ni a los pastores o líderes de la iglesia. El versículo 30 concluye: Sufriendo (vosotros) el mismo conflicto que visteis en mí, y que ahora oís que está en mí.
- El ánimo del cristiano
El cristianismo que solamente descansa en una decisión que uno toma en un momento de euforia no te llevará muy lejos. Cuando las dudas aparezcan, cuando las tormentas se presenten, cuando los dolores y aún el rechazo por parte de otros te embarguen, del mismo modo que lo conveniente un día fue tomar partido por Jesús, abandonarás el partido y a Jesús.
No lo podemos negar, aquellos que han experimentado el poder transformador del evangelio experimentarán también la aflicción que viene dada como resultado de seguir a Cristo. Pero lejos de desanimarnos por ello, si realmente somos de él somos impulsados a permanecer en él y confiar en que Dios es sabio y conoce todo sobre todo. Incluso en aquello que nos resulta desagradable o incómodo observaremos la mano bondadosa de nuestro buen Dios cuidando y preservando a los Suyos: “El Señor conoce los días de los íntegros, y su herencia será perpetua” (Salmo 37:18).
En el llamado Sermón del Monte, Jesús advirtió a sus discípulos que los ciudadanos de su Reino son los pobres en Espíritu, los que lloran, los humildes, los hambrientos, los sedientos. Pero también pero fue claro en cuanto a cuál es el galardón reservado para aquellos que perseveran hasta el final. Son precisamente quiénes reconocen y experimentan estas y otras carencias los que serán consolados, los que heredarán la tierra, los que serán saciados, los que recibirán misericordia (Mateo 5:3-10).
Ya sea en nuestras relaciones personales y familiares, en los estudios o el trabajo, en una medida o en otra, la aflicción y el conflicto forman parte de la realidad de la vida, particularmente si somos de él. Pero el Señor desea que seamos obedientes, que le amemos y le demos la gloria debida a Su Nombre, sin importar cuáles sean las circunstancias, porque Él cuida de nosotros. Aquel que vino a dar su vida como rescate por muchos exige lealtad y devoción exclusiva por parte de sus redimidos, aún en medio de la prueba. Pero esto, lejos de ser una carga pesada, resulta en toda una liberación (Mateo 11:30). Porque, finalmente sabemos que, aunque en el mundo experimentaremos aflicción, seguimos a uno que está capacitado y dispuesto a socorrer a los que sufren (Hebreos 2:18), pero que, en última instancia, ha vencido al mundo (Juan 16:33), para que donde él está nosotros también estemos (Juan 14:3).