Muchos creyentes sinceros se ofuscan ante la idea de convertirse en teólogos, pero la teología es simplemente el estudio de la persona y obra de Dios. La fuente de la que bebe la teología es la Escritura. El título de un libro dice: «todos somos teólogos.» La mujer ama de casa, el esposo ingeniero y el hijo estudiante que han sido regenerados son llamados a ser teólogos de por vida. No todos somos llamados a una vida académica, pero todos somos llamados a conocer a Dios, y en esencia, eso es hacer teología.
Siendo que la Escritura es la fuente de la que bebe la teología, es importante considerar el principio protestante de «Sola Escritura» en el contexto del estudio teológico. Este principio enseña que la Palabra de Dios es la regla de fe y práctica. Pero también afirma que solo la Palabra de Dios es la regla de fe y práctica.
Las consecuencias de enfatizar el «solo» son abismales. Esto significa que ni mis ideas preconcebidas sobre la vida, ni mi tradición teológica, ni libros cristianos, ni las ideologías contemporáneas, pueden contarse como fuentes válidas de autoridad. Hacer teología nos debe llevar a un solo libro que es la Biblia y a una sola persona que es Dios.
Hay que notar que la diferencia no es necesariamente entre lo que es correcto y lo que es incorrecto. Uno puede recibir una buena tradición teológica, poseer una buena idea preconcebida y leer un buen libro cristiano, pero no son fuentes de autoridad. Son buenos en cuanto derivan y comunican sus ideas de la Escritura. La Escritura, por tanto, es la norma que lo sanciona todo, pero nadie la sanciona a ella. Como se ha dicho es la norma normans («la regla que regula») y no puede atribuirse esta cualidad a ninguna otra fuente que no sea la Palabra de Dios.
En la Iglesia Católica Romana se asume que la Escritura, ya que es la Palabra de Dios, es una fuente de autoridad, pero no es la única. La tradición eclesiástica supone otra fuente de autoridad a la par de la Escritura. Aparte, el Papa también puede hablar con la misma autoridad que la Escritura. Así que dentro del catolicismo romano existen tres fuentes de autoridad. Uno se pregunta si acaso alguna de estas fuentes llegase a contradecir a la otra, ¿cómo conocer la verdad?
Los defensores de esta postura dirían que es imposible una contradicción, sin embargo, la tradición católica enseña que María nació sin pecado, pero la Escritura asume e implica que María nació con pecado (Lc. 1:48). Recientemente el Papa dictó que los sacerdotes pueden dar la bendición a parejas homosexuales, pero la Escritura condena el pecado homosexual y ordena, no la bendición, sino el arrepentimiento (1 Cor. 6:9). Esto es muestra de que cada vez que atribuimos la cualidad de autoridad infalible a alguna otra fuente que no es la Palabra de Dios, el resultado es la defección de la verdad y posiblemente la negación del evangelio.
Es vital, por tanto, cuando pensamos en conocer a Dios (o hacer teología) que consideremos a la Escritura como nuestra fuente primaria. Buenos libros y recursos son una fuente importante y útil, pero secundaria. Incluso las confesiones de fe, ya sea contemporáneas o históricas, son eficientes para defender la verdad y provechosas para resumirla, pero son fuentes secundarias incomparables con la Escritura.
La razón de nuestro énfasis en la Biblia como la autoridad suprema se encuentra particularmente en 2 Timoteo 3:16: «Toda la Escritura es inspirada por Dios…» No es el único texto pero es uno de los más significativos por no decir el más significativo de todos. La frase «inspirada por Dios» es una sola palabra en el original que se puede traducir como «aliento de Dios.» Lo que Pablo tiene en mente es la fuente de los escritos canónicos. El origen de estos libros es divino, no es de origen humano (2 Pedro 1:20-21). No hay otro libro que reúna tales características. Dios «respiró» estos escritos, por lo que llevan la marca de su autoridad.
A esto debemos añadir como resultado de lo anterior que consideramos a la Escritura, no solo como única fuente de autoridad, sino también como infalible. Esto significa que es imposible que la Palabra de Dios cometa errores. De nuevo, esto no puede aplicarse a ninguna otra fuente. Debido a que su autor es Dios la Escritura es autoritativa e infalible.
De manera que cuando estudiamos la Biblia para conocer a Dios estudiamos un documento que nos trata, no con sugerencias, sino con la autoridad de un padre. No con probabilidades, sino con la infalibilidad de un ser perfecto. Nuestra actitud al acercanos a leer el texto es la de un subordinado que confía en la exactitud de su contenido. La Biblia hace demandas y comunica la verdad.
Entender el principio de Sola Escritura es tan importante hoy como lo fue hace 500 años durante la reforma protestante. Uno de los enemigos de Lutero, un católico llamado Johannes Cochlaeus, relata el impacto de este principio a la Alemania de Martín Lutero:
«Pero antes de que la obra de Emser apareciera, el Nuevo Testamento de Lutero había sido reproducido por la imprenta a un grado sorprendente, de manera que incluso los zapateros y mujeres y todo tipo de gente no educada, todo el que era luterano y había aprendido de alguna manera letras alemanas, lo leía ansiosamente como la fuente de toda la verdad. Y al leerlo y releerlo se comprometían memorizándolo y llevaban el libro junto a ellos en el pecho.»
«Debido a esto, en pocos meses se atribuyeron tanto aprendizaje a sí mismos que no se sonrojaban al disputar sobre la fe y el evangelio, no solo con gente laica del partido católico, sino con sacerdotes y monjes, y lo que es más, incluso con maestros y doctores de teología.» (Historia Martini Lutheri, Johannes Cochlaeus, 120).
Que Dios provea más zapateros y mujeres teólogos, con la Biblia en sus pechos, disputando y predicando el evangelio para la gloria de Dios.