Según las estadísticas que consultes, hoy en día existen entre 5 y 8 tipos de familias, y esta variedad debería ser una “diversidad muy celebrable”, según la organización mundial de la salud (OMS). Existe la familia “sin hijos”, parejas que “deciden conscientemente no tener hijos por múltiples razones personales”. Y también está la familia “con hijos”, o la familia tradicional, el padre, la madre, y los hijos, biológicos o adoptivos. Pero también existe la familia “homoparental”, que es la que está formada por una pareja homosexual, con uno o más hijos, y también existe la familia “monoparental”, formada por un único adulto con hijos. Generalmente, son más frecuentes las familias “monomarentales”, en las que el adulto presente es la madre. Y a estas aún podríamos añadir otras: familia de acogida, adoptiva, extensa… En definitiva, una “diversidad muy celebrable”. Pero, ¿es esto cierto? ¿Todas son familia?
¿Es una diversidad muy celebrable, o es una realidad muy lamentable?. Porque lo cierto es que, toda familia que no es la familia que Dios diseñó, es evidencia de lo que el pecado y la maldad han logrado. Esta diversidad es un desastre. Esta diversidad es una manera más de despreciar al soberano Diseñador. Es un grito arrogante contra el que lo diseñó todo como bueno, y es una demostración de la prepotencia de la criatura, que se cree más sabia y capaz que el Creador. Algunos dicen que la familia es sagrada, como queriendo resaltar que la familia es lo más importante y que la familia está por encima de todo. Pero no lo dicen queriendo defender el diseño de Dios de la familia.
En vista de esta distorsión del diseño de Dios, el propósito de este artículo es ayudarnos a defender el diseño de Dios, por medio de considerar tres cuestiones clave, si queremos preservar aquello que Dios creó como sagrado.
La primera cuestión que debemos considerar es la corrupción de la cultura, la perversión de nuestra sociedad, y el hecho de que nuestro contexto consiste en una feroz oposición hacia Dios, y hacia lo que Dios ha establecido. Obviamente nuestra cultura no reconoce su corrupción. Nuestra cultura está siendo “eficaz” en su manera de “redefinir” lo que Dios ha definido desde el principio. La cultura describe como cambio social lo que en realidad es corrupción, y proclama que estos cambios requieren nuevas definiciones. Y lo que Dios diseñó como bueno, ahora es descrito como “prejuicios y estereotipos que generan malestar”(OMS).
Esto es exactamente lo que Dios ya advirtió a través del profeta, en una época en la que el pueblo de Dios se había dejado arrastrar por su cultura (Isaías 5:20). Es lo que cada cultura demuestra en cada época: la redefinición como estrategia para legitimar lo que Dios nunca diseñó. Nuestra realidad es la de una cultura que corrompe abiertamente la creación de Dios, una cultura que celebra la diversidad del pecado y una cultura que combate contra el diseño perfecto de un Dios perfecto.
Y el problema no es tanto la corrupción de la cultura, que es lo esperado, ya que la corrupción está en el corazón de los que conforman la cultura. El problema es la inconsistencia de la iglesia, ese es el gran problema, porque el Señor ha establecido Su iglesia como la columna y sostén de la verdad, como la institución que defiende el diseño de Dios, como el organismo que promueve la santidad y la sabiduría de Dios. El problema es una iglesia que, ante la corrupción de la cultura, se diluye en su determinación de vivir de acuerdo a la voluntad de Dios, revelada exclusivamente en la palabra de Dios.
Y eso es lo segundo que debemos considerar, al reflexionar en cuanto al plan de Dios para la familia: la inspiración de las Escrituras, la verdad incuestionable de que la Biblia es la palabra de Dios. Es por esta verdad que el enemigo de Dios y de los creyentes ha tratado de cuestionar desde el principio lo que Dios dice (Génesis 3:1-5). Y desde el comienzo, la estrategia sutil y elaborada del engañador ha sido el desafío permanente y persistente contra la naturaleza de la palabra de Dios, cuestionando la inerrancia de las Escrituras, o cuestionando la relevancia de las Escrituras. Estos ataques a la eficacia perfecta y permanente de la palabra de Dios están influenciando a los creyentes, que nos llegamos a creer que somos más listos que Adán y Eva, y que pensamos que no nos vamos a dejar engañar y arrastrar fácilmente. Pero, si Adán y Eva estaban rodeados de un contexto libre aún de la distorsión del pecado, ¿Vamos a responder mejor nosotros, que vivimos bajo la influencia de una cultura corrupta y perversa? ¿Creemos que nos va a ir bien si pensamos que hay partes de la Escritura que no se deben aplicar a los tiempos que corren?
Si tenemos esta actitud con respecto a la palabra de Dios, pensando que hay doctrinas válidas y pertinentes, y hay otras que no lo son, entonces estamos diciendo que la palabra de Dios depende de nuestra apreciación, de nuestra evaluación de las cosas. Pero, ¿Qué es lo que la Biblia afirma de sí misma? ¿Qué es lo que Dios dice de Su palabra? ¿Qué está a merced de nuestro criterio o consideración? Porque Dios dice que ha puesto Su palabra a la altura de Su nombre (Salmo 138:2). Dios ha dicho que Su palabra es la verdad permanente (1 Pedro 1:23-25). Y Dios ha dicho que es Su palabra, y que es útil (2Timoteo 3:16).
La última cuestión que debemos considerar es la autoridad del Creador. Esta cuestión es en realidad una implicación de la segunda cuestión que hemos considerado: si es inspirada por Dios, entonces es la autoridad de Dios. Si es lo que el Creador ha dicho, y es lo que Él ha diseñado, entonces no son sugerencias para tener en cuenta, son mandatos y definiciones, para ser aceptados y aplicados. Por eso el diseño de Dios es sagrado y no puede ser cuestionado ni redefinido. Y por eso, lo que nuestra cultura propone no puede ser aceptado, ni mucho menos puede ser celebrado. Lo que Dios creó como “bueno en gran manera”, es lo que realmente funciona, y es lo que todos los verdaderos creyentes debemos celebrar y defender.