España es muy rica en fruta. Se dan unas condiciones idóneas en varios lugares de nuestra geografía para su cultivo. Nuestro país es tierra de manzanas, peras, naranjas, uvas, melocotones, nísperos, kakis, chirimoyas, plátanos, fresas, frambuesas o arándanos, entre muchas otras. Ahora, se tienen que dar una condiciones adecuadas para que estas frutas lleguen a su punto óptimo de maduración.
La iglesia de Cristo también necesita unas condiciones adecuadas para madurar, en otras palabras, para crecer espiritualmente. Estas no dependen de la zona geográfica en la que se ubica, sino de unas pautas que la Biblia enseña. Efesios 4:13-16 describe las condiciones idóneas para que una iglesia madure. Pero, no hemos de perder de vista el flujo de ese capítulo, ya que sólo una iglesia unida en la doctrina, que la preserva; una iglesia equipada, que usa los dones que Dios le ha dado para edificación; y una iglesia bajo el liderazgo de hombres dotados, llamados por Dios, puede resultar en una iglesia madura.
Entonces ¿cuáles son las condiciones idóneas para que una iglesia madure? La primera condición idónea para que una iglesia madure es que profundiza en la verdad (Efesios 4:13). La iglesia madura profundiza en el contenido de la fe y el conocimiento de Cristo.
El llegar a la unidad de la fe no se refiere a encontrar o crear la unidad, sino que va en la línea de preservar el cuerpo de doctrina que ya nos ha sido dado en las Escrituras (Efesios 4:3). El contenido de nuestra fe ya fue revelada por Dios a sus apóstoles y profetas, sobre estas bases se asienta cualquier iglesia madura (Efesios 2:20), al igual que fueron los cimientos de la iglesia primitiva neotestamentaria (Hechos 2:42). Según estemos expuestos continuamente a la enseñanza de la doctrina bíblica, así iremos profundizando y madurando juntos. De la escuela cristiana, que es la iglesia de Cristo, no se gradúa nadie en vida. Sólo nos graduamos con nuestra promoción al cielo. Por lo tanto, no hemos de cansarnos de profundizar en la verdad de la doctrina.
Igualmente, parte fundamental de ahondar en la verdad de la Palabra conlleva llegar al conocimiento pleno del Hijo de Dios. Esto no quiere decir una nueva revelación, ni tampoco ningún tipo de conocimiento especial, gnóstico ni místico reservado para unos pocos. Un creyente maduro y, por consiguiente, una iglesia madura, no se queda en un mero entendimiento salvífico de Cristo. En otras palabras, no sólo conoce lo justo y básico de Jesús para ser salvo, sino que profundiza en el conocimiento de su Señor y Salvador, y así su vida cristiana estará firmemente arraigada y edificada en Él (Colosenses 2:7). Esto conlleva profundizar en el conocimiento de su persona, vida y obra, aplicándolo a nuestro diario vivir. Finalmente, Cristo es el estándar final de madurez espiritual. De hecho, el único verdaderamente maduro es Cristo. Él es nuestra referencia y ser más como Él nuestra meta (1 Corintios 11:1; Filipenses 3:12).
La segunda condición idónea para que una iglesia madure es que discierna el error (Efesios 4:14). Este versículo está afirmando que los creyentes que conforman una iglesia madura, ya no sólo no se comportan como niños inmaduros, sino que además tienen el discernimiento necesario para no ser engañados por la astucia de los hombres, ni las artimañas del error.
Así, según el liderazgo bíblico enseña la Palabra y capacita al rebaño, los hermanos profundizan en un mayor conocimiento bíblico y de Cristo, y el resultado será que dejarán de ser niños espirituales. Todo creyente recién convertido es semejante a un infante, en el sentido de falto de entendimiento y percepción, cándido, fácil de ser engañado. Necesita crecer en discernimiento según es expuesto a la Palabra. De no ser así, una iglesia inmadura, compuesta mayoritariamente de creyentes inmaduros que no han crecido espiritualmente, será sacudida y llevada de aquí para allá por todo viento de doctrina, la astucia de los hombres y las artimañas engañosas del error.
Una iglesia así es llevada de aquí para allá por diversas enseñanzas novedosas, el pragmatismo, el emocionalismo y/o el resultadismo, dejándose deslumbrar por la última tendencia hasta que aparezca otra moda que sea más novedosa y atractiva. Igualmente, una iglesia inmadura es sacudida por la astucia de las personas. Esto se aplica a los hombres que enseñan falsa doctrina como si fuera cierta. Estos son estafadores espirituales, personas con gran carisma personal o facilidad de oratoria, pero que en realidad no enseñan conforme a la verdad de la Palabra. Finalmente, una iglesia inmadura tampoco discierne las artimañas engañosas del error, es decir, métodos o estrategias engañosas. No son capaces de distinguir la verdad de la mentira, y el error impera y campa a sus anchas. Es una barca que hace aguas por todos lados y a duras penas se mantiene a flote. Es como un velero que sistemáticamente va a la deriva y ese es su curso final.
Una iglesia madura no se deja llevar por distintas y variadas enseñanzas que están de moda, tampoco sucumbe a la astucia de los predicadores más populares, ni mucho menos va a la deriva sin distinguir la verdad del error. Una iglesia madura discierne el error. ¿Cómo discernir el error? El error no se discierne haciéndose especialista en él, sino conociendo la verdad. Es como aquellos que se especializan en descubrir dinero falso. Lo que hacen es conocer perfectamente el verdadero, para enseguida darse cuenta de aquel que es falso.
Así hemos de hacer nosotros, ser especialistas en la Palabra de Dios. Cuanto más conozcamos la Palabra, mejor discerniremos el error. Esta es la prioridad de una iglesia madura que se muestra en sus reuniones y en las vidas de sus miembros (Hechos 17:11).
Finalmente, la tercera condición idónea para que una iglesia madure es que crezca en piedad (Efesios 4:15-16). Este desarrollo espiritual ha de ser integral, en todos los aspectos de la vida y el carácter cristiano. Crecer en piedad es sinónimo de crecer en semejanza a Cristo. Nuestra meta como iglesia es parecernos más a nuestro Señor y representarle bien. Y Dios ha diseñado la iglesia como el contexto adecuado para crecer espiritualmente, bajo el cuidado pastoral de los hombres dotados que ha provisto y junto al resto de los hermanos que forman parte del mismo cuerpo.
Entonces, ¿cómo podemos crecer en piedad? Sólo es posible si eres una nueva criatura en Cristo, y si estás viviendo tu vida cristiana centrada en Él. Ahora, este pasaje resalta que se crece en piedad cuando hablamos la verdad en amor. Hablar la verdad en este pasaje no quiere decir que hemos de decir las verdades a las personas o ser prontos para decirles lo que verdaderamente pensamos, eso sí, con amor. Hablar la verdad en amor alude a que nuestra vida se caracterice por la verdad, viviendo de acuerdo a esa verdad, y que nuestra boca esté saturada de esa verdad. Esta verdad sólo se encuentra en la Palabra de Dios, la única que genuinamente es la palabra de verdad (2 Timoteo 2:15). Igualmente, creceremos en piedad como congregación cuando cada uno, como miembros del cuerpo, sirve conforme al don que Cristo le ha regalado con el propósito de la edificación mutua en amor y el bien común (Efesios 4:16; 1 Corintios 12:7). Este es el colofón final que reafirma todo lo anterior. Es Cristo quién da este crecimiento en su semejanza según estamos en la verdad y le servimos con los dones que nos ha dado. La piedad de una congregación no depende de su edificio, ni de su activismo, ni mucho menos de una vida religiosa. Nada que tenga que ver con un mero énfasis en lo externo está relacionado con la piedad verdadera. Se crecerá en piedad según se esté bien arraigado y abrazado a Cristo, centrado en Él y su verdad, la cuál es el alimento espiritual. Y así, según ejerciten los dones espirituales en el contexto de la iglesia, se contribuirá a la madurez de la congregación.
La maduración por definición es un proceso de transformación lenta. Pero ahora está cada vez más extendida la práctica de buscar acelerar la maduración de la fruta mediante la manipulación del hombre y tratando de generar las condiciones adecuadas artificialmente. De esta manera, encontramos muchas veces en los supermercados fruta que se ve muy bien por fuera, pero en realidad no ha madurado como debía. Eso se nota al comerla, pero no al verla.
Lo mismo sucede, tristemente, con algunas iglesias y creyentes: se pueden ver bien por fuera o por las actividades que tienen de cara al exterior, pero realmente no son maduras. El plan de Dios para la maduración de su iglesia requiere un proceso lento, basado en su guía. Una iglesia madurará con el tiempo, cuando se den las condiciones idóneas, según profundiza en la verdad, discierne el error y crece en piedad. Oramos para que, en lo que está en nuestra mano, cada uno de nosotros contribuyamos a que se den esas condiciones en nuestra congregación, sabiendo que finalmente el crecimiento depende de Dios, quien lo da cuando se cumplen estas condiciones.