En marzo, la icónica montaña rusa “Superman” del parque Six Flags en Los Ángeles realizó su último recorrido. Alguna vez fue la más alta y rápida del mundo: lanzaba a sus pasajeros de 0 a 160 km/h en solo siete segundos… ¡y todo eso de espaldas! A pesar de lo aterrador que suena, miles de personas se subieron durante años con confianza. ¿Por qué? Porque conocían el historial de esta atracción: miles de recorridos sin fallos. Ese conocimiento del pasado les daba seguridad para enfrentar el vértigo del presente.
Algo muy similar ocurre con la vida cristiana. A veces, nuestra fe se ve sacudida como en una montaña rusa: emociones intensas, momentos de duda, incertidumbre, e incluso desesperanza. ¿Qué hacer cuando sentimos que el futuro es oscuro o sin rumbo? La clave está en mirar atrás, en recordar la fidelidad de Dios a lo largo del tiempo. Es justamente lo que enseña el Salmo 105 en sus primeros seis versículos, al presentar dos ingredientes esenciales para vivir con esperanza: gratitud y devoción.
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Gratitud: una expresión pública y en comunidad
El salmo comienza con una invitación clara: “Dad gracias al Señor…” (v.1). Este llamado domina los versículos del 1 al 3 y muestra que dar gracias no es simplemente un sentimiento interior o una oración privada. Es una acción pública, visible, y audible. El texto nos llama a invocar el nombre de Dios, anunciar Sus obras, alabarle con otros, y hablar de Sus maravillas (vs 1b-2). En otras palabras, la gratitud que fortalece nuestra esperanza no se vive en soledad, sino en congregación con el resto de los creyentes.
Este detalle es importante, especialmente cuando estamos desanimados. En esos momentos tendemos a aislarnos, a esperar que los demás nos comprendan antes de poder compartir lo que sentimos. Pero el camino hacia la esperanza no comienza cuando los demás entienden nuestro dolor, sino cuando nosotros comenzamos a declarar la fidelidad de Dios, incluso desde nuestra debilidad.
Y este tipo de declaración produce dos frutos: alabanza y gozo. Como dice el versículo 3, quien agradece de corazón se gloriará en Dios y se alegrará. La adoración y el gozo genuino, y la confianza en Dios van siempre de la mano. Por eso, cuando sentimos que perdemos la esperanza, debemos preguntarnos: ¿cuándo fue la última vez que expresamos nuestra gratitud a Dios en adoración junto con el resto de la congregación? A menudo, el primer paso hacia la esperanza espiritual es dejar de centrarse en uno mismo y empezar a alabar a Dios con otros.
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Devoción: una búsqueda constante del rostro de Dios
El segundo ingrediente es la devoción. El versículo 4 nos exhorta: “Buscad al Señor y su poder; buscad siempre su rostro.” Esta frase alude a Deuteronomio 4:29, donde Moisés le dice al pueblo que, incluso en el exilio, hallarán a Dios si lo buscan con todo su corazón. Estas palabras en el Salmo 105 no son teoría; fueron compiladas en el libro IV de los Salmos, precisamente en el contexto del exilio babilónico, cuando Israel estaba viviendo las consecuencias de su pecado. Y, sin embargo, el salmista les recuerda: Dios aún puede ser hallado, incluso desde el lugar más oscuro. Pero no se trata de buscarle solo para salir del apuro, sino como estilo de vida: “continuamente.” No es una búsqueda ocasional o solo en tiempos de crisis. Es una actitud de vida. Pero hay una trampa que debemos evitar: creer que buscar a Dios se trata de “sentir” Su presencia. Muchas veces pensamos que, si no sentimos emoción, no estamos cerca de Él. Sin embargo, los versículos 5 y 6 nos enseñan otra cosa: “Recordad las maravillas que él ha hecho…”. La búsqueda de Dios no comienza con emociones, sino con la mente y la memoria. Esto implica un ejercicio consciente: estudiar Sus obras, recordarlas, hablar de ellas, anclarnos en lo que Dios ha hecho, no en lo que sentimos en el momento. Nuestra esperanza no está sostenida por nuestras circunstancias, sino por el carácter inmutable de Dios.
El resto del Salmo 105 nos recuerda cómo Dios liberó a Israel de Egipto en el pasado, mostrándonos que Su fidelidad está comprobada a lo largo de la historia. No se trata de recordar solo lo que Dios ha hecho en tu vida personal, sino de mirar cómo ha actuado a lo largo de los siglos. ¿Por qué? Porque incluso cuando no vemos Sus huellas en nuestro presente, podemos confiar en que sigue siendo el mismo Dios de Abraham, de Moisés, de David… y de cada generación de creyentes fieles.
El salmista termina su llamado usando el lenguaje del pacto: “Vosotros, descendencia de Abraham su siervo, hijos de Jacob, sus escogidos.” (v.6). Así les recuerda a los exiliados que, aunque estaban lejos de su tierra, no estaban lejos del corazón de Dios. Su identidad no cambió, ni tampoco la promesa.
Nosotros no somos judíos en el exilio, pero somos elegidos y participantes de las promesas del Nuevo Pacto. De tal modo que, así como Dios fue fiel y ha cumplido las promesas de pactos anteriores, cumplirá todas aquellas promesas que son para nosotros en Cristo Jesús. Y por eso tenemos esperanza, porque gracias a la obra del Hijo de Dios a nuestro favor nada nos separará de Su amor (Rom 8:39). Ni tan siquiera el desánimo o la incertidumbre. Si es así, entonces siempre es posible para el creyente tener esperanza, una esperanza que, en palabras del puritano Tomas Brooks, “es capaz de ver el cielo tras la más densa y oscura tormenta.”[1]
Incluso en medio del desánimo, la incertidumbre o la sequía espiritual, hay esperanza. Siempre.
[1] Thomas Brooks, The Complete Works of Thomas Brooks,ed., Alexander Balloch Grosart, vol. II (Edinburgh: James Nichol, 1896), 507.