Un arqueólogo alemán llamado Robert Kaldeway, dedicó veinte años de su vida a excavar las ruinas de la gran ciudad de Babilonia, en lo que hoy sería la actual Irak. Desde 1899 hasta 1917 trabajó incansablemente junto con su equipo buscando vestigios de la que había sido una de las maravillas del mundo antiguo. Y su esfuerzo obtuvo un premio mayor del esperado. Porque entre todas esas piedras y arena, encontraron una de las grandes joyas de aquella imponente ciudad: La hoy conocida como puerta de Ishtar, ¡la puerta más famosa del mundo!

Construida por Nabucodonosor II 2600 años antes de ese histórico momento en el que Kaldeway la halló, esta puerta se encontraba en plena muralla de la ciudad de Babilonia, Y, sin contar la estructura que iba bajo tierra, medía 12 metros de alto. Sus dibujos de dragones y toros resultaban verdaderamente llamativos y, hoy en día, todavía se puede contemplar en un museo en la ciudad de Berlín, donde llevaron todos los restos que encontraron para restaurarla. Su fama responde a que su estela ha aparecido en numerosas películas y hasta en videojuegos. Al punto que, casi 100 años más tarde de la primera vez que la expusieron públicamente, muchas personas siguen viajando a Alemania desde todas partes del mundo para verla personalmente.

Son varios libros de la Biblia los que se refieren a esa y a otras puertas famosas de Babilonia. Pero no son las únicas de las que nos habla la Escritura. En la Biblia nos encontramos con puertas de todo tipo, más de las que podríamos pensar: La del jardín del Edén, la del Arca de Noé, la que Sansón arrastró con sus propias manos, o aquella en la que Booz buscaba validar su matrimonio con Rut… Pero ninguna esa de la que Jesús habló a sus discípulos en el capítulo 10 del Evangelio de Juan. Esta es una puerta distinta a todas las demás, superior a todas las demás, porque es la puerta por la que hemos de cruzar, todos, sin excepción, si de lo que se trata es de vivir y vivir eternamente. Jesús dijo: Yo soy la puerta; si alguno entra por mí, será salvo; y entrará y saldrá y hallará pasto(Juan 10:9). Al igual que sucede con los otros famosos seis Yo soy de Jesús incluidos en el Evangelio de Juan, a esta declaración de Jesús le sigue una promesa: una promesa de protección y de provisión. Y por eso la imagen de la puerta resulta tan reveladora.

Más que un elemento decorativo

Las puertas en el mundo antiguo, igual que todavía ocurre hoy, tenían dos propósitos fundamentales, existían por dos razones principales: garantizar la protección y la provisión de quienes la cruzaban. Y esto es, precisamente, lo que Jesús nos garantiza aquí, pero de manera definitiva cuando dice: “El que entra por mí”, literalmente: “a través de mí”. Si de lo que se trata es de alcanzar salvación, no hay otro camino. Si de lo que se trata es de obtener suministros, no existe otra entrada. Ninguna otra alternativa nos ayudará. Ninguna otra propuesta nos compensará. No importa cómo de popular resulte cierta creencia; no importa cuántos seguidores haya sido capaz de aglutinar, no importa cómo de elaborada o sofisticada luzca en su exterior, igual que sucede con cualquier puerta, solamente una nos dará la entrada al destino deseado. Y el acceso a la protección y la provisión definitivas pasan exclusivamente por Cristo.

Verdadera protección

Durante algunos años la casa en la que residía junto con mis padres y mi hermano estaba situada enfrente de la cárcel. Lo cierto es que era parte integral del paisaje y nunca reparé demasiado en ello, ni se me pasó por la cabeza la posibilidad de que alguno de los presos tratase de escapar de su interior. Entre otras razones, porque las puertas estaban cerradas y continuamente vigiladas. Pero esta no es la clase de “protección” que Jesús ofrece. Su promesa amparo no implica el tener que vivir recluidos en un bunker o una cueva. El texto nos habla de “entrar y de salir” por la puerta, y este “entrar y salir” apunta a la libertad que Jesús nos proporciona solamente en Él y a través de Él. No es a una prisión a lo que se nos está dando acceso, sino a la misma presencia de un Dios que garantiza la protección de Sus hijos, al punto que no existe nada ni nadie con la capacidad de apartarnos de Su mano (Romanos 8:38-39; Juan 10.29).

Si dejando a un lado todo lo demás nos dirigimos a Él, nos acercamos a Él, nos refugiamos en Él, Él nos protegerá, particularmente de ladrones, enemigos y salteadores. Y es que en este capítulo 10 del Evangelio de Juan Jesús se refiere de manera específica al engaño de falsos guías De conductores errados, equivocados, y malvados. Quiénes por medio de un discurso religioso nos lo prometen todo en esta vida y en la que vendrá. Pero finalmente se trata de un fraude, de un timo.

Y nosotros, del mismo modo que las ovejas precisan del cuidado del pastor, necesitamos protección. Pero no solamente de los demás, aun de nosotros mismos. De nosotros mismos, porque hemos de confesar que, en muchos momentos, no vivimos alejados de Dios por los intereses de otros sino por los nuestros propios. Hemos de reconocer que no somos reprobados por Dios por el mal de otros sino por el nuestro propio. No nos enfrentamos a una condenación eterna por Dios por la rebelión de otros sino por lo que somos nosotros, por causa de nuestro propio pecado. Pero la Buena Noticia del Evangelio es que Cristo, y solamente Cristo, es capaz de liberarnos de lo que somos y de lo que hacemos. ¿Has experimentado el perdón de tus pecados? ¿Te has arrepentido y has venido a Él creyendo?

Verdadera provisión

En la época en la que Jesús pronunció estas palabras, cruzar la puerta significaba– igual que significa hoy– volver a casa, entrar en casa, estar seguro, pero también surtido. Todo lo que necesitan los viajeros lo encuentran una vez atraviesan la puerta, todo lo que buscan los caminantes lo encuentran al otro lado de la puerta. Y, normalmente, cuanto más grande, cuanto más vistosa era la puerta de la ciudad, mejores posibilidades, mayor variedad. Al punto que, en periodos de guerra o asedio, algunas de estas ciudades podían sobrevivir durante meses con todo lo que habían logrado almacenar en el interior de sus murallas. Pero, por mucho que lograsen guardar… ¡Antes o después debían salir! Porque por muy espléndidamente surtidas estuvieran sus alacenas y despensas, los recursos no eran ilimitados. Sin embargo, lo que Jesús nos promete aquí es que todo lo que necesitamos, y todo lo que anhelamos, lo encontramos una vez cruzamos a través de Él. El texto habla de pastos, y esta es una referencia a lo que las ovejas necesitan para subsistir y lo que Jesús pretende expresar por medio de esta imagen tan gráfica es muy sencillo: Todo lo que necesitamos para sobrevivir en este mundo, todo lo que necesitamos para vivir y vivir eternamente, lo hallamos en Él, lo encontramos en Él, lo recibimos de Él. Porque el mismo que garantiza el cuidado de las plantas o a un de los pájaros, por diminutos que éstos sean, vela por los Suyos (Mateo 6:24-34).

Conclusión

Hace un tiempo, tuve que contactar a un carpintero, porque una la puerta principal de mi casa se había estropeado y necesitaba una revisión. Mientras trataba de repararla el hombre me sugirió que quizás era un buen momento para pensar en un cambio, y me habló de un catálogo en el que echar un vistazo. Después de apenas una ojeada, me quedé asombrado ante la gran variedad de puertas que existen en función del material con el que se hayan fabricado o el sistema de apertura que empleen… Pero solamente hay una que nos dará paso a todo lo que necesitamos, para esta vida y la que vendrá. Y por eso, esta es, definitivamente, la puerta más valiosa del mundo.

 

Heber Torres

Autor Heber Torres

Director del Certificado de Estudios Bíblicos. Profesor de exégesis y predicación en Seminario Berea. Pastor de Redentor Madrid.

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