«Que los árboles no te impidan ver el bosque». Esta frase, acuñada desde tiempos remotos, alude al peligro de centrarse demasiado en una cuestión particular, hasta el punto de no ser capaz de ver la situación en su conjunto. En ocasiones, los pormenores nos impiden ver el panorama general. Es un asunto de perspectiva.

Cuando llegamos al tema de las posesiones, hay muchos detalles de la vida cotidiana que nos pueden hacer perder la perspectiva bíblica necesaria para vivir de una manera que honra al Señor. La Biblia habla largo y tendido sobre las posesiones. De las 38 parábolas que los Evangelios recogen que Jesús enseñó, 16 de ellas hablan sobre la administración y los tesoros en la tierra. De hecho, Él se refirió más a este tema que al cielo y al infierno juntos. En las Escrituras encontramos la friolera de 2300 referencias a las riquezas y las propiedades terrenales, el doble que a la fe y la oración. ¡No hay duda! Por medio de Su Palabra, Dios es el único que verdaderamente nos puede dar la perspectiva adecuada acerca de las posesiones. Hay mucho que se podría decir sobre las posesiones desde un punto de vista bíblico. Sin embargo, para que los árboles no nos impidan ver el bosque, vamos a centrarnos en un par de principios fundamentales que nos ofrecen un entendimiento adecuado de las mismas.

  1. Las posesiones no salvan y tampoco tienen valor en la vida venidera

Es decir, ni el dinero ni ningún otro bien material puede salvarte de la ira venidera de Dios, ni comprar el perdón de tus pecados. Tampoco son capaces de reconciliarte con tu Creador, ni proveer paz con Él. No pueden hacerte nacer de nuevo, y mucho menos convertirte en un verdadero hijo de Dios.

La Biblia, en 1 Pedro 1:18-19, afirma que “no fuisteis redimimos de vuestra vana manera de vivir heredada de vuestros padres con cosas perecederas como oro o planta, sino con sangre preciosa, como de un cordero sin mancha y sin tacha, la sangre de Cristo.” Este pasaje afirma que antes de Cristo toda persona vive vanamente. Puede que tenga la mejor de las vidas desde un punto de vista humano, incluso económico, pero igualmente sigue siendo una vida vacía y sin sentido. Y es Cristo el que nos redimió, nos compró, nos recató del mercado de esclavitud. ¿Con qué nos redimió? ¿Con qué nos compró? No fue con cosas perecederas, como las posesiones o bienes materiales, ni siquiera con oro o plata. A pesar de que el oro es el metal precioso más valorado y estable, con un valor que tiende a mantenerse en tiempos de crisis sin devaluarse tan fácilmente como otras posesiones más volátiles, no te puede salvar. ¿Con qué nos compró Cristo? Con su sangre preciosa. La sangre que Cristo derramó en nuestro lugar, en la cruz del Calvario, es lo que realmente tiene valor. De hecho, “preciosa” significa valiosa o costosa, en el sentido de que su valor no fluctúa. La vida no consiste en los bienes que uno tiene o deja de tener, la vida consiste en Cristo y su obra por nosotros. El peligro es perder la perspectiva sobre este asunto de las posesiones, al poner la mira en las riquezas y las posesiones, ya sea que uno tenga mucho o poco. En realidad, es un asunto del corazón. Necesitamos tener nuestra mirada fijada en Cristo y lo que Él ya ha hecho por nosotros, independientemente de lo que poseamos o dejemos de poseer.

Además, las posesiones materiales no tienen valor en la vida venidera, y tampoco las podemos llevar con nosotros cuando nuestro tiempo en esta tierra llegue a su fin. Esta fue parte de la respuesta que Jesús dio en Lucas 12:13-21 a un hombre que estaba enormemente preocupado y absorbido por la importancia de las posesiones en esta tierra. De hecho, él no tenía posesiones y quería adquirirlas por medio de una parte de la herencia que le correspondía. Acudió a Jesús como supuesto mediador para que pudiera resolver ese problema que tanto le atribulaba. Nada más lejos de la realidad. Jesús, a raíz de esa situación, enseñó una parábola sobre un hombre que prosperó tanto que no tenía ni sitio para guardar todas sus posesiones. Su satisfacción y confianza estaban en sus bienes materiales. ¿Cuál fue el veredicto? Lucas 12:20, “¡Necio! Esta misma noche te reclaman el alma; y ahora, ¿para quién será lo que has provisto?” No te puedes llevar nada a la vida eterna. Ninguna posesión en esta vida es capaz de comprarte la eternidad con Dios. No valores las riquezas, ¡valora a Cristo! No uses tus energías para perseguir bienes materiales, sino para seguir a Dios por medio de Cristo. Sólo Cristo satisface verdaderamente el alma, y Él te dará en su perfecta y sabia voluntad lo que crea que es necesario para ti, por tu bien.

2. Las posesiones pertenecen a Dios, quien las reparte como le place para su gloria

Todo está bajo el control divino. Las Escrituras repiten, una y otra vez de manera explícita o implícita, que todo está bajo la soberanía de Dios, incluido el dinero y las posesiones.

En Hageo 2:8 Dios dice en primera persona, “Mía es la plata y mío es el oro”. Lo hace en un contexto en el que está hablando a Zorobabel, gobernador de Judá, y a Josué, sumo sacerdote. Ellos, junto al pueblo, habían vuelto del exilio Babilonio y estaban reconstruyendo el templo que había sido destruido. En un primer momento, se habían dedicado a reedificar sus propias casas (Hageo 1:4), pero tan pronto el profeta Hageo les reprende de parte del Señor comienzan a reconstruir el templo. Sin embargo, al poco de comenzar con la reconstrucción, el desánimo les embargó pensando que nunca llegaría a ser como el templo original de Salomón. Justo ahí es cuando Dios les dice que “la gloria postrera de esta casa será mayor que la primera” (Hageo 2:9). Debido a que todo es suyo, iba a proveer incluso por medio de los tesoros de las naciones (Hageo 2:7). El Salmo 104:24 afirma esta misma verdad de que todo es del Señor cuando dice, “llena está la tierra de tus posesiones (riquezas)” y en el Salmo 24:1 reafirma, “del Señor es la tierra y todo lo que hay en ella”.

No hay duda, a Dios le pertenecen todas las posesiones, y además las reparte como le place para Su gloria. Un pasaje de las Escrituras muy explícito al respecto se encuentra en 1 de Crónicas 29:10-12. Este texto está en el contexto de la ofrenda para la edificación del templo de Salomón. David inició la ofrenda dando de su tesoro personal con generosidad, y así el pueblo siguió su ejemplo. Estos versículos son la respuesta de David a la gran recolección. Él atribuyó toda la gloria a Dios, le exaltó delante de todo el pueblo por lo que Él había hecho, maravillado ante la grandeza de Dios. Su conclusión no deja lugar a dudas, versículo 11b, “porque todas las cosas que están en los cielos y en la tierra son tuyas”, pero además añade en el versículo 12, “De ti proceden la riqueza y el honor… y en tu mano está engrandecer…” De las tres palabras hebreas que aparecen en el Antiguo Testamento para describir las riquezas, aquí utiliza la que alude a una prosperidad plena, abundante y sin igual, hasta el punto de que sobra en gran medida y resulta imposible llegar a disfrutarla plenamente, por ser una cantidad incalculable.

Dios es el único genuinamente rico, y está en su mano dar algo de sus inmensas riquezas a los hombres, según su buena y sabia voluntad. Deuteronomio 8:18, es un buen recordatorio, cuando afirma, “Más acuérdate del Señor tu Dios, porque Él es el que te da poder para hacer riquezas…”. No sólo las riquezas son de Dios, sino que capacita a las personas para hacerse ricos. Nadie llega a ser rico si Dios no le capacita para hacer riquezas. Todo lo que tenemos, tanto las posesiones materiales como la capacidad para generar cualquier tipo de provisión material, sea mucho o sea poco, procede de Dios. Así, es en Él en quién hemos de poner nuestra esperanza y nuestra confianza. Nuestra mira ha de estar fijada en el Dios de la bendición, no en las bendiciones de Dios. 1 Timoteo 6:17 recuerda, “A los ricos en este mundo, enséñales que no sean altaneros ni pongan su esperanza en la incertidumbre de las riquezas, sino en Dios, el cual nos da abundantemente todas las cosas para que las disfrutemos.” Puede que Dios nos conceda abundancia material para que lo disfrutemos, pero nunca para que pongamos nuestra esperanza en ellas en lugar de Él que las ha provisto.

Tanto la abundancia como la escasez realmente ponen a prueba nuestro corazón. La abundancia puede llevarnos a quitar nuestra vista y nuestra confianza en Dios para ponerla en las riquezas. Pero así también la escasez nos puede conducir a desconfiar de su provisión en el momento adecuado. De una manera u otra, nuestro corazón se pone a prueba. Necesitamos mantener la perspectiva adecuada. John Wesley, renombrado clérigo y teólogo británico del S. XVIII, tenía una casa que Dios le había provisto. Tras un fatal incendio, quedó reducida a cenizas. ¿Y cuál fue su reacción ante esa pérdida? Él dijo: “La casa de Dios se ha quemado. Una responsabilidad menos para mí”.

Tengamos la perspectiva adecuada de las posesiones, de manera que, ni la abundancia ni la escasez, nos impidan poner nuestra confianza en el Dios al que todo le pertenece y quien nos provee siempre mucho más de lo que merecemos, sabiendo que no fuimos redimidos con ninguna cosa perecedera, sino por medio de la sangre de Cristo. Qué Él sea nuestro mayor tesoro, y todo lo que provee nos mueva a una mayor dependencia de Él, dándole la gloria que sólo Él merece.

David Robles

Autor David Robles

Presidente de Berea

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