Como padres de cinco hijos varones, mi esposa y yo nos reímos a carcajadas la primera vez que vimos un video de un humorista diciendo lo siguiente:
“Recientemente he sido padre [aplausos].
He sido padre por 4ª vez… [silencio].
Así es… no recibo muchos aplausos en esta parte de la noticia. Porque a partir del tercer hijo la gente deja de darte la enhorabuena y empiezan a tratarte como si fueras un Amish …
¿Sabes cómo explicar lo que significa tener el cuarto hijo? Imagínate que te estás ahogando… y alguien te pone un bebé en las manos”.
Nos pareció realmente gracioso. Ahora bien. El problema es que para mucha gente hoy en día, tener hijos realmente implica «ahogarse». No hay más que ver el gran número de influencers convencidas de que no quieren tener hijos. No hay más que ver las estadísticas descendentes del mundo desarrollado. No hay más que echar un vistazo a los datos que nos informan que en los diez minutos que tardes en leer este artículo, 835 bebés serán asesinados por abortos provocados en el mundo. Pero nuestro Señor nos dice en la Biblia otra cosa totalmente distinta. Nos dice que la vida es preciosa desde el minuto uno (Salmo 139:13-16). Y nos dice que nuestros hijos son una bendición. El Salmo 127:3 expresa: don del Señor son los hijos; y recompensa es el fruto del vientre.
Nuestros hijos son una bendición intrínseca, así es. Fíjate:
Su nacimiento es fuente de gozo para nosotros.
Somos testigos del inmenso poder creador de Dios al verlos nacer.
Son parte del plan de Dios de llenar la tierra.
Son miembros potenciales del reino, en la misericordia de Dios.
Pero es también cierto que esta bendición viene asociada con el mayor, más disciplinado, y más constante esfuerzo que vas a realizar en toda tu vida. ¿Crees que tu carrera ha demandado toda tu atención, tu disciplina personal y dominio propio? ¿Crees que lo hace tu trabajo? Ten hijos. Y verás que ellos demandan toda tu atención. Tu disciplina personal. Y todo tu dominio propio. Nuestros (muchos) hijos, criados conforme a los caminos del Señor, demandan de toda nuestra piedad y son (o deberían ser) fuente de santificación. Y eso es una bendición.
Charles Spurgeon dijo una vez:
“Él da los hijos,
no como un castigo o como una carga,
sino como un favor.
Son regalos de bien si los hombres saben cómo recibirlos y educarlos”.
Estoy de acuerdo. Y creo que aquí está la clave. Nuestros hijos son un don, un regalo, una herencia, una recompensa, ¡una bendición! Pero hemos de saber cómo recibirlos y educarlos. Es entonces cuando nuestro regalo, nuestra bendición, puede dar “dividendos”, si y solo si, entendemos y seguimos dos verdades fundamentales que extraemos del Salmo 127.
- Nuestros hijos son una bendición que requiere completa dependencia en el Señor.
El mensaje del Salmo 127 es que aún todo nuestro esfuerzo, sin la dependencia del Señor, es vano. La casa y la ciudad del versículo 1 pueden ser construidas y veladas, pero el éxito en tales empresas, tan importantes en aquel Israel, sólo vendrá con una condición: que dependamos del Señor.
Afanarnos en cualquiera tarea, por cotidiana que sea, por muy bien que podamos realizarla, es vano sin una constante dependencia del Señor. Y esto incluye todos nuestros esfuerzos para educar a nuestras familias. Porque podemos tener muchos hijos, educarlos bajo una buena moral. Tener una casa ordenada, cuadros de tareas, actividades extraescolares. Amén. Pero si no nos esforzamos día tras día en educarlos conforme a la voluntad de Dios desde Su Palabra, estamos dependiendo de nosotros mismos y no dependemos ni le obedecemos a Él. Y esto es vano (y arrogante, por cierto).
Pero aquel que depende del Señor, que entiende que Él a menudo actúa soberanamente entre bambalinas, que Él “da a su amado aun mientras duerme” (v. 2), podrá comprender que, aún cuando nuestros hijos salen pecadores de fábrica (Salmo 51:5; Rom 3:10), y que actúan y piensan con gran necedad (Prov 22:15), ese creyente los verá como una bendición porque está educándoles en los caminos del Señor con dependencia en el Señor.
- Nuestros hijos son una bendición que requiere completa diligencia personal.
El salmo no dice: “ya que dependes del Señor, deja de trabajar”. Tampoco dice: “ya que dependes del Señor, no hagas guardia en la ciudad”. No. Nuestras bendiciones en forma de hijos requieren trabajo duro. Recuerda la frase final de Spurgeon: “son regalos de bien si los hombres saben cómo recibirlos y educarlos” (énfasis mío).
Para que realmente los hijos sean don y recompensa (v.3), hemos de trabajar hasta la extenuación por dar forma a esta bendición. Usando el lenguaje del salmo, v. 4, las flechas en la aljaba del hombre bienaventurado antes han sido meras ramas. O, en palabras de Derek Kidner: los hijos son primero tareas y responsabilidades para más tarde ser beneficio. Solo después de un trabajo duro, este don y recompensa “en bruto” es labrada y lista para usarse y traer bendición a los padres. ¿Cómo? Bueno, aún dentro de la libertad cristiana de cada familia, podemos simplemente enumerar tres áreas de trabajo diligente:
- Me refiero a educar a nuestros hijos a vivir de una manera ordenada, tanto en su vida personal (estudios, finanzas, tiempo), como familiar (tareas del hogar, comprensión de los roles, sumisión, etc). Esto es fundamental en cualquier familia, pero especialmente en una familia numerosa.
- Es decir, corrección y uso de la vara de manera paciente, amorosa, no iracunda, apuntando al corazón y a su absoluta necesidad de Cristo a causa del pecado.
- Crecimiento Espiritual. Como he dicho, la presuposición del salmista es que esas flechas (v.4) serán labradas con paciencia por guerreros (no padres pasivos) para que produzcan, en la voluntad y dependencia del Señor, bendiciones a los padres. Si no, padres, corremos un serio riesgo de que esas flechas nos apunten a nosotros y nos hieran, y, al contrario que en el v.5, la vergüenza esté en casa, no en la calle.
La única manera sabia, pues, de labrar el carácter de nuestros hijos es por medio de la Palabra de Dios. Nuestra gran comisión indudablemente comienza en nuestra casa. Nosotros, padres, somos los responsables ante Dios de instruirles en el Señor (Efesios 6:4). Somos nosotros quienes debemos tomar las riendas de su instrucción y crecimiento espiritual, estableciendo un devocional familiar, memorizando las Escrituras, y teniendo conversaciones familiares e individuales acerca de la perspectiva bíblica en toda situación de la vida.
Durante el tiempo que me ha llevado escribir este artículo, he perdido la cuenta del número de veces que he sido interrumpido, que he tenido que corregir, o que he disciplinado a mis hijos. Y solo puedo decir que estoy agradecido al Señor, ya que el gracias a Él que no veo esta tarea como un ahogo o un fastidio, sino como una oportunidad de obedecerle diligentemente consciente de mi dependencia absoluta, de que yo mismo crezco en piedad, y de que mis esfuerzos imperfectos sean de gran bendición para mi propia vida, la de mi esposa, y la de mis hijos.