Cuando uno escribe la palabra “cristianismo” en Google, en 0,4 segundos surgen millones de páginas con distintas explicaciones y respuestas. En concreto unos 31.000.000 de enlaces en los que se habla de qué es la fe cristiana y quiénes son aquellos que la representan. En 1 Juan 3:18–24, el apóstol es mucho menos ambicioso, pero más claro, al enumerar cinco elementos con el fin de que sepamos lo que caracteriza a un creyente verdadero. Porque, ya sea que profeses tu fe en Cristo desde hace 40 años o desde hace 40 minutos, la Palabra de Dios nos exhorta a que revisemos cuál es nuestra condición espiritual y confirmemos que somos de Él.
- Amor por el prójimo (vs.18 y 19)
Durante su vida aquí en la tierra, Jesús compartió algo realmente sorprendente con sus discípulos: “En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os tenéis amor los unos a los otros” (Juan 13:34–35). Si realmente hemos nacido de nuevo, nuestra relación con Dios es distinta de lo que lo era cuándo vivíamos alejados de Él, pero también lo es nuestra relación con los que nos rodean.
No existe una manifestación más clara de que amamos a Dios, a quién no vemos, que amar al prójimo a quién vemos y es visto por los demás (1 Juan 4:21) Amar al prójimo:
- Es imitar a Cristo (Efesios 5:1–2)
- Es perder para que otros puedan ganar (1 Pedro 4:8)
- Es un acto incondicional (Lucas 6:32)
Amar al prójimo no es resultado de cómo nos trate la otra parte. De hecho, con frecuencia supondrá humillarse ante aquellos que nos desprecian o rechazan. Pero lo hacemos, porque Él nos amó primero.
- Una conciencia limpia(v. 21)
La Biblia afirma que toda persona que no conoce a Dios vive con su conciencia apagada, cauterizada,… como el que tiene en su casa una alarma desconectada y no le alerta de la presencia de ladrones. Sin embargo, el Espíritu Santo convence, demuestra y confronta al pecador revelándole toda su indignidad para llevarle a Cristo (Juan 16:8). Una vez que nos arrepentimos de nuestros pecados y somos perdonados, pasamos a pertenecerle a Él. Entonces, nuestra conciencia ya no nos acusa y disfrutamos de seguridad plena delante de Dios. Por eso, el creyente tiene una conciencia limpia. No porque sea mejor que los demás, sino porque en Cristo encuentra su baluarte, su defensor, su abogado y su intercesor.
No es que nunca más habrá motivo para que nuestra conciencia nos acuse, porque, tristemente, todavía nos inclinamos hacia lo que no conviene ni glorifica a Dios. Pero si el cristiano cae, se avergüenza de su pecado y acude a Cristo con la confianza de hallar en Él oportuno socorro, exclusivamente por lo que Él ha hecho en nuestro favor (1 Juan 1:8–9).
- Obediencia a la Palabra de Dios(v. 22)
Jesús dijo: sois mis amigos si hacéis lo que yo os digo. Obedecer es mucho más que cumplir una lista de normas o llevar a cabo una serie de preceptos. Implica que uno acata y se somete a la voluntad de Dios. Significa reconocer quién es el dueño y el Señor sobre todo lo creado. La obediencia es una prioridad en la vida del creyente, pero también una señal evidente de que algo ha sucedido en él. Si el inconverso usurpa y ocupa el lugar que le corresponde a Dios, el cristiano devuelve el timón de su vida a Dios y reconoce que nadie mejor que Dios para saber qué es lo que más nos conviene. Y esto no es un castigo ni una carga…Como Pablo escribe a los Corintios, cuando entendemos lo que Cristo ha hecho en nuestro favor procuramos, ambicionamos, “consideramos un honor” también, o ausentes o presentes, serle agradables (2 Corintios 5:9–10).
- Fe en la persona de Cristo (v. 23)
Algunas personas que profesan ser cristianas se avergüenzan de que otros descubran acerca de su fe en Jesús. Prefieren evitar el tema por temor a las burlas o a ser dejados de lado. Sin embargo, la Biblia no concibe un creyente que no quiera compartir con otros lo que el Señor ha hecho en su vida, porque Cristo es ahora lo más importante (2 Corintios 5:13–17).
Jesús dijo: el que tiene al Hijo tiene la vida, el que no tiene al Hijo no tiene la vida. Y Pedro lo corrobora: En ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos. Por eso, la persona que tiene fe genuina en Cristo no suele guardárselo para sí.
Cuando a alguien le toca la lotería se le recomienda no publicitarlo demasiado. Pero eso no sucede con aquellos que han sido premiados con el mayor tesoro, que es Cristo. Hablar de Cristo es un mandamiento para todo creyente (Mateo 28:29; Marcos 16:15). Pero también un motivo de gozo (Romanos 1:16) y una muestra de compasión para con los que están perdidos (Romanos 9:1–5).
- La obra del Espíritu Santo (v. 24b)
El evangelio no produce simplemente un cambio de comportamiento, sino un cambio en el corazón propiciado por la persona del Espíritu Santo. Jesús dijo que un árbol malo no puede producir buen fruto. Cuando recibimos el evangelio pasamos de ser malos árboles que dan mal fruto, a ser buenos árboles que producen buen fruto. Todo por la gracia de Dios y la obra constante y, muchas veces silenciosa, del Espíritu Santo (Filipenses 2:12–13).
Cuando un individuo no ama a los demás, su conciencia le acusa, no hay deseos de obedecer, Jesús no es Señor de su vida y el Espíritu Santo es un completo desconocido, podrá considerarse cristiano, pero no en base a lo que la Biblia enseña.
Si tú eres verdaderamente un hijo de Dios, estos elementos forman parte de ti, en una medida o en otra. No has alcanzado la perfección absoluta, pero tu vida está siendo progresivamente transformada. Ya no eres más lo que fuiste ayer ni mañana serás lo que has sido hasta ahora. Por eso, junto al apóstol Juan puedes decir: “sabemos que somos de Él y nuestros corazones están seguros delante de Él”.