Desde hace décadas, miles de personas llegadas de diversas partes del mundo caminan en peregrinación a la ciudad de Santiago de Compostela. Lo que comenzó como un ejercicio de búsqueda espiritual siglos atrás sigue, en la mayoría de los casos, siendo un ejercicio, pero de otra índole. En cualquier caso, cada uno de los peregrinos que pretenden alcanzar la meta han de seguir las indicaciones colocadas a lo largo de las distintas rutas. Sin ellas resultaría muy complicado terminar la travesía, y lo que es peor, obtener el certificado que acredita que uno ha completado el recorrido con éxito. En un sentido, esto no dista demasiado de la experiencia de todo cristiano. Tanto es así que el predicador inglés John Bunyan la presentó de esta manera en su célebre Progreso del Peregrino (1678).
En el Nuevo Testamento se utilizan distintas figuras para ilustrar lo que es la vida cristiana: un campo que ha de ser plantado y trabajado; una batalla para la que debemos estar preparados; o una carrera en la que es necesario perseverar hasta el fin. Esta última analogía nos sitúa en medio de nuestro particular camino, no exento de peligros y dificultades. Pero la Escritura no solamente nos asegura contratiempos y aflicción, sino que también nos provee de los recursos necesarios para transitarlo con garantías. Para ello, debemos prestar atención a toda la información disponible a nuestro alcance a lo largo de sus páginas. En particular, quisiera apuntar cuatro elementos que encontramos en los dos primeros versículos del capítulo 12 de Hebreos.
Pocos años después de la ascensión de nuestro Señor, los creyentes ya lidiaban con falsas representaciones de lo que era la vida cristiana. Por un lado, los judaizantes se querían imponer el “Antiguo régimen” religioso convirtiendo a Cristo como un profeta o maestro notable, pero nada más. Por otro lado, la presión social y la persecución incipiente para con el cristianismo suponía una tentación a relajarse en sus creencias o incluso a claudicar, en el caso de los que no habían sido genuinamente regenerados. Por esta razón, el autor de la esta epístola quiere asegurarse de que sus lectores entienden lo que es la vida cristiana. Y usa la metáfora de una carrera con el fin de animarlos a perseverar.
- La percepción en la carrera (v.1a)
El autor hace referencia a un estadio lleno, pero no como lo entenderíamos hoy. No se trata de un estadio de ilustres figuras de la fe que observan como nosotros corremos. No son nuestros fans, no nos aplauden ni nos animan desde las nubes. Aquí el testigo es uno que testifica, que atestigua, y verifica un hecho como verdadero. En este caso a través de sus propias vidas. En 11:13 leemos: “Todos éstos murieron en fe, sin haber recibido las promesas, pero habiéndolas visto y aceptado con gusto desde lejos, confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra” Esta multitud de testigos puede verificar y testificar de la fidelidad y el poder de Dios en sus vidas. Pero lo que finalmente ayuda a nuestra percepción de la carrera lo encontramos v. 39 y 40 del capítulo 11.
El autor no incluye en esta lista más que a creyentes dentro del antiguo pacto. Y lo hace para que entendamos que a este lado de la cruz estamos en “mejor” posición para correr: Contamos con toda la revelación de Dios, somos “testigos” de la obra completa del Señor Jesucristo, sabemos acerca de nuestra adopción, tenemos acceso al Lugar Santísimo por la sangre del Cordero y el Espíritu Santo habita permanentemente en nosotros para enseñarnos y exhortarnos.
El autor no incluye los grandes logros y vidas de estos santos del Antiguo Testamento con el único fin de animarnos. Lo hace para que tengamos una percepción adecuada de la carrera cristiana. Nuestra fe se basa en algo que ya ha sucedido, y a este lado de la cruz la percepción de la promesa es completa y sin lagunas.
- La precaución en la carrera (v. 1b)
En un sentido, el autor “rebaja la euforia” de sus lectores al incluir un elemento de precaución. Tener una percepción correcta de la carrera es importante, pero no garantiza la ausencia de dificultades. Dice, incluyéndose a sí mismo, “despojémonos”. Y los lectores originales entendieron la imagen inmediatamente. Actualmente los deportistas usan ropa hecha de fibras y materiales especiales. Algunas de ellas tan eficientes que las federaciones internacionales han tenido que prohibir su uso porque mejoran cuantitativamente las capacidades naturales de los atletas. Entonces, los atletas no contaban con esos avances. Las túnicas y vestimentas de la época, no habían sido concebidas para el ejercicio físico, de manera que corrían completamente desnudos para evitar que ningún peso ralentizase su recorrido.
El autor advierte que hay dos realidades que pueden ralentizar nuestra marcha. Por un lado, el cristiano debe desprenderse de cualquier peso que, sin ser necesariamente pecaminoso, le está impidiendo avanzar en su camino como debería. En el contexto de la epístola, este bulto no era otra que la “mochila” ritualista que algunos pretendían portar a cualquier precio (Hebreos 6:1–2). Por otro lado, el creyente ha de estar alerta y desprenderse de lo que el texto llama el pecado “enredador”. Mantener ciertos hábitos pecaminosos como parte de nuestro equipaje no solamente deshonra a nuestro Salvador, sino que nos sitúa fuera del reglamento de circulación, poniendo en duda nuestra condición de corredores legítimos (Hebreos 10:26–31). ¿Qué elementos en tu vida cotidiana, pecaminosos o no, resultan una distracción y te están impidiendo progresar como deberías? Llevar más peso del necesario no solamente es necio, sino que es peligroso para el alma que pretende alcanzar la meta.
- La persistencia en la carrera (v. 1c)
La palabra que usa el autor para hablar de carrera es “agón”, que dará origen a nuestro término castellano “agonía”. Este término nos habla de oposición y dificultades. Se refiere al esfuerzo y al rigor que suponen participar de una competición con unos parámetros determinados. Son muchas las personas que salen a trotar un rato cada mañana, pero la carrera del cristiano no se nos presenta como un paseo. Sino como un recorrido arduo, que demanda esfuerzo y compromiso.
Una de las grandes mentiras del Diablo es hacernos pensar que la vida cristiana es sencilla. Que no requiere ni esfuerzos ni sacrificios. Eso nos hace bajar la guardia, como aquellos que se preparaban para la lucha con Gedeón y bebían sin portar sus armas, indefensos ante un ataque sorpresa del enemigo. Su final es de todos conocidos: fueron descartados. En Hebreos 10:35–36 el autor de la epístola nos muestra claramente la verdad bíblica: “Por tanto, no desechéis vuestra confianza, la cual tiene gran recompensa. Porque tenéis necesidad de paciencia, para que cuando hayáis hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa”. No se trata de un sprint. Sino de una carrera de fondo. Por eso la paciencia resulta tan importante. Y es que uno de los problemas entre los receptores de la carta eran las falsas profesiones. En un momento de su vida, algunos se declararon cristianos, pero ante las distintas situaciones habían abandonado la fe.
En ultima instancia, la perseverancia en medio de los problemas, las pruebas, o aún la disciplina del Señor confirman que tu profesión de fe es genuina. El Señor ha prometido que habiendo comenzado la obra en el creyente la culminará (Filipenses 1:6). Y la perseverancia es la demostración de que uno es un corredor legítimo.
- La perspectiva en la carrera (v. 2)
El texto dice: “Puestos los ojos en Jesús” ¿No sirven otros modelos? ¿Nadie en esa nube de testigos? ¡De ninguna manera! Cristo es el autor y el perfeccionador de nuestra fe. Ningún otro llevará nuestra fe al éxito. Nuestro Señor, aun siendo Dios, fue rechazado como un farsante, burlado como un pecador y crucificado como un criminal. Todo con el fin de redimirnos de nuestra maldad y reconciliarnos con Dios.
Si hablamos de percibir, de entender la naturaleza de la carrera: Cristo es el fundador, el promotor de la carera. Si hablamos de precaución en la carrera: Cristo fue tentado en todo, pero sin pecado. Si hablamos de perseverar: Cristo soportó la humillación cruz y fue exaltado a la diestra del Padre. Si Cristo no hubiera derramado su sangre a nuestro favor, nosotros seríamos presa fácil para el enemigo. La condena y la ira de Dios pesarían sobre nuestras cabezas por toda la eternidad. Y nuestra alma nunca hallaría reposo. Pero el gran mensaje del evangelio es que, por su sangre, nuestros pecados han sido lavados y en su muerte recibimos vida, y vida eterna. Cristo es nuestro ejemplo en medio de las dificultades. Pero sobre todas las cosas, Él es nuestra garantía en medio de las dificultades.
Todo cristiano es un peregrino camino de la ciudad celestial. Pero si queremos llegar a la meta, debemos prestar mucha mayor atención a lo que hemos oído, no sea que nos desviemos y… ¿cómo escaparemos nosotros si descuidamos una salvación tan grande? (Hebreos 2:1, 3).