Los afanes por el sustento diario y los males del mañana son siempre noticia de actualidad. Se escuchan en el trabajo, se comparten en la calle, se promueven en redes sociales, se discuten en tertulias, etc. Todo el mundo expresa sus afanes cotidianos con naturalidad, demostrando así en qué depositan sus esperanzas, y con qué propósito viven sus vidas. Para un mundo que no sigue a Cristo, es lo normal. Pero si tú eres un discípulo de Jesús, esos afanes cotidianos no son para ti, y debes entender que tu adoración depende de ello.

En Mateo 6:25–34, Jesús repite hasta seis veces las palabras «afanarse» o «afán». Comenzando en el 25, dice: «No os afanéis por vuestra vida»; concluyendo en el versículo 34, declara: «Así que, no os afanéis por el día de mañana». Él está enseñando acerca de los afanes cotidianos por el mañana (cp. 6:1, 31), de acuerdo a las reglas de su reino. Ahora bien, Jesús no está animando a sus discípulos a una vida sin responsabilidad, o validando algún tipo de pretendida piedad perezosa (Prov. 19:15, 2 Ts. 3:10). Está ordenando una vida sin afán por lo cotidiano, como corresponde al pueblo que pertenece a Dios. En sus palabras encontramos una muestra de compasión hacia nuestras debilidades (conoce nuestra inclinación al afán cotidiano), pero también una corrección a nuestros corazones (¡no lo convirtamos en un pecado aceptable!). Y es que el afán de la vida diaria no está separado de la adoración.

Si bien estas palabras llenan de consuelo a todo discípulo, no son palabras que pretenden simplemente dar una palmada en la espalda del cristiano. Tu adoración está en juego aquí. Esto lo sabemos porque el versículo 25 viene conectado al anterior mediante un «por tanto, os digo…». Todo lo que Jesús dice sobre el afán de la vida diaria y en relación a lo por venir, lo dice como conclusión al versículo anterior: «Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas» (6:24). ¿Por qué es tan importante notar la conexión? Porque cuando pensamos en las «riquezas», solemos limitarnos a la idea de tener abundancia de bienes o dinero. Sin embargo, de acuerdo a la lógica de nuestro Rey, uno no necesita tener mucho para estar sirviendo a las riquezas. Uno también sirve a las riquezas cuando vive afanado por lo básico: «No podéis servir a Dios y a las riquezas. Por tanto, os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir…» (6:24–25a).

Como ves, tu vida diaria y la manera en que te comportas en cuanto a los afanes cotidianos, son una cuestión de adoración (puedes decir: «dime por qué te afanas, y te diré a quién sirves»). Esta es la importancia de comprender las palabras de Jesús sobre el afán por el sustento de mañana. Nuestra vida diaria debe servir a Dios, y no a las riquezas, incluido el sustento material básico. Y en este texto Jesús muestra cuatro razones para no afanarte por el sustento de mañana:

  1. Los afanes por el sustento de mañana no cambian nada (6:25–27).

Jesús reconfortó a sus discípulos con una sencilla verdad que los afanes cotidianos nos empujan a negar: Vivimos para Dios, dependiendo de Dios. El alimento y la ropa no son un fin en sí mismos, sino que son medios para servir a Dios mientras dependemos de Él (6:24). No servimos al sustento; el sustento nos sirve a nosotros para servir a Dios (cp. Jn. 4:34, 1 Cor. 10:31).

La provisión a cada ser vivo no es algo que sucede de manera impersonal, sino que «vuestro Padre celestial» (6:26) es el que alimenta a sus criaturas. No depende de nadie más, en última instancia. Se trata de una obra de Aquel que tiene toda autoridad («celestial»), y toda atención a los suyos («vuestro Padre»). Por tanto, está fuera de nuestra capacidad alterar lo que Dios ha establecido para el curso de nuestra vida (6:27). Dios te sostendrá para que le sirvas de la manera que Él determine. Por mucho que te afanes, tus tiempos están en su mano (Sal. 31:25, Hch. 17:25–27). Lo que está fuera de tu control, seguirá fuera de tu control, y eso incluye el sustento de mañana.

  1. Los afanes por el sustento de mañana no acompañan a la fe (6:28–30).

Dios viste la hierba del campo. No es un trabajo que se lleve a cabo por sí sólo, y mucho menos resultado del propio trabajo de las flores. De nuevo, es una labor que Dios realiza personalmente. Todo detalle en la creación es sustentado por su Creador. Cuando te preocupas como si Dios no estuviera a cargo de su creación y, especialmente, de su pueblo; estás negando la fe. Jesús dice: «¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe?» (6:30). El afán diario no acompaña a la fe.

Abraham testificó de haber conocido personalmente esta verdad acerca de Dios, en la prueba de su fe: «Jehová proveerá» (Gn. 22:14). Los israelitas en el desierto recibieron pan del cielo, el cual debían recoger diariamente y sin guardar más (salvo el sexto día), probando si confiaban en la provisión de Dios para el día de mañana (Ex. 16:4–20). El autor de la carta a los Hebreos aplica una antigua promesa directamente a los cristianos: «Sean vuestras costumbres sin avaricia, contentos con lo que tenéis ahora; porque él dijo: no te desampararé, ni te dejaré» (Heb. 13:5). Debes decidir: la fe o el afán; ambos no pueden ir juntos.

  1. Los afanes por el sustento de mañana no son asunto tuyo (6:31–33).

Jesús da una nueva razón para no afanarse por el sustento de mañana. Los gentiles (pueblos en pos de falsos dioses) se caracterizaban por buscar ansiosamente el sustento material. Ellos se entregarían a toda clase de rituales, tratando de llamar la atención de sus diferentes dioses para que trajeran lluvias, buenas cosechas, etc.). Pero «vuestro Padre celestial» (puedes notar otra vez esta relación íntima que marca la diferencia) no ignora o desestima las necesidades de los suyos (6:32). Es asunto suyo, como Padre. Cuando estás bajo el cuidado de tus padres, en una edad temprana, tal vez no tienes mucha idea acerca de tus necesidades materiales y lo que se requiere para suplirlas, pero sabes que no es asunto tuyo. Simplemente dejas que tus padres sean tus padres, cuando dependes de ellos. ¿Cuánto más debes confiar que el Padre celestial hará lo necesario en lo que es asunto suyo?

El sustento de mañana no es asunto tuyo. Sin embargo, no hay situación o circunstancia en la que «buscar primeramente el reino de Dios y su justicia» deje de ser tu asunto prioritario. Jesús es tajante. Es como si dijera: «ocupaos de vivir de acuerdo a las reglas del reino, pues vuestro Padre se ocupará de lo que sabe que necesitáis para ello». No pierdas de vista lo que es asunto tuyo, y lo que no.

  1. Los afanes por el sustento de mañana no se ocupan de hoy (6:34)

Afanarse por mañana deja sin atender la responsabilidad de buscar el reino hoy. Hay suficientes problemas por hoy, en medio de los cuales servir a Dios conforme a las reglas del reino. El Rey quiere que vivamos día a día para el reino, y no perdamos de vista la provisión que hoy hemos recibido de Él para ello. ¿Cuándo debes atender los problemas de mañana? El conocido humorista José Mota ha dado la respuesta casi en cada una de sus apariciones en televisión: «Hoy no, mañana».

Si el Padre nos dio al Hijo, proveyendo con Él todas las bendiciones espirituales eternas (Ef. 1:3), ¿no cuidará de nosotros en lo temporal? ¿No es el mismo que está sentado a la diestra de la Majestad en las alturas, habiendo purificado nuestros pecados por medio de sí mismo, el que sustenta todas las cosas con la palabra de su poder? (Heb. 1:3)

Jesús conoce nuestros corazones. Él muestra su compasión y corrección a nuestros afanes cotidianos. Nuestras preocupaciones por el sustento de mañana no son pecaminosas cuando responden a una humilde atención responsable, en el temor de Dios. Pero se convierten en algo pecaminoso cuando sobrepasamos esa línea en que comenzamos a afanarnos como si no tuviéramos un Padre celestial que nos provee para servirle. ¡Sirve a Dios, y no te afanes!

Eduardo González

Autor Eduardo González

Es graduado del seminario Berea y sirve al Señor como pastor en una iglesia en Albacete (España).

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