La persona del Espíritu Santo y su ministerio han sido los grandes desconocidos en la historia del cristianismo trinitario hasta el resurgir de su importancia dentro de la Iglesia en parte promovido por el movimiento pentecostal a principios del siglo XX. Aun así, este conocimiento se centró mayoritariamente en Su ministerio como dador de los dones espirituales, generando así una tergiversación de su ministerio integral. Del mismo modo que la persona del Espíritu Santo es igual en relevancia dentro de la relación trinitaria al Padre y al Hijo, su ministerio en el plan de salvación del ser humano resulta tan crucial como el del Padre y el del Hijo. Si bien el Padre planifica y ejecuta el plan de salvación, y el Hijo implementa este plan siendo de hecho el medio por el cual se lleva a cabo, el Espíritu Santo tiene una importante y extensa labor en el plan de Dios.
En primer lugar, es el Espíritu quien da nueva vida (Jn. 3:5), Él es el que da origen a la nueva vida en Cristo. Esta verdad que Jesús enseña a Nicodemo la vemos también en el resto del Nuevo Testamento. En Romanos 8:9-11 Pablo describe la obra vivificadora del Espíritu, o más bien podríamos decir de Dios por medio de su Espíritu. En segundo lugar, Jesús incide en la soberanía del Espíritu Santo en la Salvación. Esa misma soberanía que reside en el Padre a la hora de escoger (Ef. 1:3-5) y en el Hijo a la hora de revelar al Padre (Mt. 11:27), reside ahora en el Espíritu a la hora de regenerar (Jn. 3:8). Esto no debe llevarnos a equívocos, no existe disparidad ni controversia en la elección para salvación, si bien las tres personas de la Trinidad ejercen Su voluntad soberana en el proceso de la salvación, no hay división posible en la unidad del Dios triuno. Pero es importante entender que las tres personas están involucradas en el proceso de la salvación, y en especial en el proceso de la regeneración es el Espíritu quien toma la iniciativa. Observar esta realidad nos puede ayudar a reenfocar nuestra imagen de la tercera persona de la Trinidad de modo que no le demos un estatus inferior al Padre o al Hijo como muchas veces ocurre. En tercer lugar, el Espíritu es quien produce el conocimiento y la convicción de pecado necesarias para el arrepentimiento genuino que lleva a la salvación (2ªCor. 7:10). Tras el discurso de Pedro en el día de Pentecostés, el pueblo respondió de una manera inesperada (Hch. 2:37). Este mismo pueblo que 50 días antes estaba gritando respecto al Señor Jesucristo “crucifícale” sin mayor cargo de conciencia, ahora está asumiendo su responsabilidad en esta ejecución con la urgencia de quien se sabe culpable y busca una solución para que su situación cambie. Esto es arrepentimiento. Esta actitud parte de una obra interna del Espíritu Santo trayendo convicción de pecado, percepción de lo que verdaderamente es justicia y, por tanto, expectativa de juicio (Jn. 16:8-11). Esta obra iluminadora del Espíritu que permite al ser humano discernir la verdad de Dios es otro de los ministerios del Espíritu que incide en nuestra salvación (1ªCor. 2:6-16). Es por esta obra que el oír la Palabra de Dios conduce a la fe salvadora (Rom. 10:17) que junto con el arrepentimiento conduce a la vida. En cuarto lugar, la labor del Espíritu Santo implica su morada en el creyente. Esta fue la promesa del Señor Jesús antes de su marcha (Jn. 14:18-26), el Consolador, uno de la misma clase que Él, vendría para morar en el corazón de sus discípulos. La morada del Espíritu en el creyente garantiza su perseverancia (Fil. 1:6; 2:13) acompañándolo hasta que esté en la presencia de Cristo produciendo en él la santificación necesaria para hacerlo cada vez un poco más como Cristo. En quinto lugar, el Espíritu Santo es el agente santificador por antonomasia. El Señor Jesús en Juan 16:12-15 remite a sus discípulos al Espíritu como el portador de la verdad que los guiará a la verdad, en Juan 17:17 pide al Padre que los santifique en Su verdad, el Espíritu Santo es el encargado de obrar esa santificación que el Hijo pide al Padre a través de la Palabra. Pablo se refiere al Espíritu Santo en Romanos 1:4 como el Espíritu de santidad, y en 2ªTesalonicenses 2:13 le atribuye la obra santificadora en los creyentes, por la cual da gracias. Esta santificación se hace plenamente efectiva si este se deja llenar por el Espíritu. Efesios 5:18-32 nos instruye a que nos sometamos activa y voluntariamente al dominio del Espíritu Santo. Él debe llenarnos de tal manera que domine por completo nuestro ser y no deje margen alguno a la carne para actuar. Esto es lo que significa andar en el Espíritu, es decir, en conformidad al Espíritu al cual nos hemos sometido, de manera que no dejemos a la carne, el pecado con el que aun luchamos en nuestros miembros, tomar ventaja (Gal. 5:13-25).
Sin duda, el abanico de ministerios del Espíritu Santo en la vida del creyente y en el plan de salvación diseñado por Dios es muy amplio y a la vez muy desconocido. El empeño contemporáneo en encerrar al Espíritu en una pequeña parcela que lo limita a un papel como dador de los dones espirituales y obrador de manifestaciones sobrenaturales, que poco o nada tienen que ver con Él en la actualidad, ciega a la Iglesia del verdadero conocimiento de la persona y ministerio del Espíritu Santo. Es por la obra del Espíritu Santo actuando y morando en nosotros que podemos afirmar que Cristo mora en nosotros, que nuestra salvación es segura, que nuestra santificación es posible, y que nuestra perseverancia está garantizada hasta nuestra glorificación futura cuando estemos en la presencia de Cristo.