Cada uno de nosotros, que hemos sido redimidos, somos nuevas criaturas, tenemos el Espíritu Santo de Dios residiendo en nosotros, y somos llamados a participar activamente perfeccionar la santidad en el temor de Dios. Y cuando la Gloria de Dios se convierte en nuestra meta principal en la vida…entonces, progresamos espiritualmente.
Toda la creación debe dar gloria a Dios (Salmo 19:1). Esto se repite una y otra vez en la Escritura (Romanos 11:36). Pero cuando los hombres no glorifican a Dios pecan seriamente en contra de Su voluntad. De hecho, la condenación de Dios, el juicio de Dios cae sobre los hombres que no glorifican a Dios. Romanos 1:18-21 dice: “Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres, que con injusticia restringen la verdad; porque lo que se conoce acerca de Dios es evidente dentro de ellos, pues Dios se lo hizo evidente. Porque desde la creación del mundo, sus atributos invisibles, su eterno poder y divinidad, se han visto con toda claridad, siendo entendidos por medio de lo creado, de manera que no tienen excusa. Pues aunque conocían a Dios, no le honraron o glorificaron, como a Dios ni le dieron gracias, sino que se hicieron vanos en sus razonamientos y su necio corazón fue entenebrecido”.
Atribuir gloria a Dios es el fundamento de toda experiencia espiritual. Los individuos que dan gloria a Dios pasarán la eternidad en la presencia de Dios. En contraste a los que no le dieron gloria, que pasaran la eternidad fuera de Su presencia.
Existen algunas maneras particulares en las que cristiano rinde gloria a Dios:
- Arrepentimiento y fe. El primer paso que damos en glorificar a Dios es reconocernos como pecadores y recibir Su salvación por medio de la fe en su Hijo. Cuando le confesamos como Señor y salvador traemos Gloria a Dios. Este es el comienzo de una vida que glorifica a Dios (1 Juan 5:10-12).
- Obediencia. En segundo lugar, glorificamos a Dios cuando el propósito de nuestra vida se enfoca en Su Gloria (1 Corintios 10:31). En mi casa, en mi trabajo, en mis relaciones con otros; en mis planes; en mis tentaciones, en mis aflicciones, en mis decisiones grandes o pequeñas. ¡En todo debo primero considerar la gloria de Dios! Una oración de un puritano incluye esta petición: “Señor que no haga nada hoy sobre lo que no pueda pedir tu bendición”.
- Confianza. Otro punto que quisiera mencionar es que vivimos para la Gloria de Dios cuando confiamos en Él. Hablando de la fe de Abraham, Pablo escribe: “Y sin debilitarse en la fe contempló su propio cuerpo, que ya estaba como muerto puesto que tenía como cien años, y la esterilidad de la matriz de Sara; sin embargo, respecto a la promesa de Dios, Abraham no titubeó con incredulidad, sino que se fortaleció en fe dando gloria a Dios (Romanos 4:19-20). Cuando creemos y confiamos en lo que Dios nos dice en su Palabra, le damos gloria. En contraste, cuando dudamos y demostramos incredulidad cuestionamos la veracidad de Dios y afrentamos a Su persona.
- Fruto. En cuatro lugar, glorificamos a Dios por medio de llevar fruto. El Señor Jesús dijo en Juan15:8: “En esto es glorificado mi Padre, en que deis mucho fruto, y así probéis que sois mis discípulos”. El fruto es la evidencia de nueva vida. Si hemos sido transformados, ¡sido regenerados por el Espíritu de Dios que reside en nosotros (Rom. 8:9), entonces debemos manifestar frutos de esa nueva vida creada en nosotros por Él (8:4). Filipenses 1 identifica este fruto como “fruto de Justicia… lo cual trae gloria a Dios” (Fil. 1:11).
Ya sea trayendo almas a salvación (2 Corintios 4:11-15), ofrendando para el sostén de la obra (Filipenses 4:17), alabando a Dios con nuestros labios (Hebreos 13:15), andando dignamente delante de los demás (Colosenses 1:10) o dando gracias por Sus bendiciones (Salmo 50:23), el cristiano glorifica a su Señor.
Dios es glorioso en Su esencia. No podemos agregar ni quitar nada a Su gloria. Pero, es nuestra responsabilidad rendirle la alabanza y la gloria que solamente Él merece. Y cuando el enfoque de nuestra vida es la gloria de Dios, entonces creceremos en madurez y visión espiritual y, además, somos santificados.
“A El sea la gloria en la iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones, por los siglos de los siglos. Amén.” (Efesios 3:21)