Varias estadísticas recientes confirman lo que ya intuíamos: occidente y cristianismo circulan en direcciones opuestas. Mientras que en otras partes del mundo aumentan los niveles de violencia y persecución, en Europa, y en algunas partes de América, observamos una indiferencia generalizada hacia la fe. Y, en algunos casos, una hostilidad creciente contra el cristianismo y lo que éste representa. Si a eso sumamos el distanciamiento social y las reticencias provocadas por la crisis del coronavirus, trasladar las buenas nuevas del evangelio parece no encontrar cabida entre muchos “fieles” incómodos con un mensaje tan impopular como contracultural.
Ante este clima poco favorable, algunos han asumido el leitmotiv de limitar sus creencias al ámbito privado, mientras que otros han pensado en actualizar la fe “a los tiempos que corren” y, con el fin de anticiparse a posibles prejuicios, evitar ciertos temas o, directamente, enfatizar aquellos que pudieran despertar cierto interés. Mientras tanto, como si de una lata de conservas se tratase, el mensaje del evangelio parece recluido en la parte trasera de una despensa, en caso de que no hubiera otra alternativa que recurrir a él. Sin embargo, la principal motivación para compartir el evangelio la encontramos en el evangelio mismo. Un evangelio precioso, poderoso, particular y pertinente.
- El evangelio es precioso (Filipenses 2:6–8)
A lo largo de sus páginas, la Escritura presenta al hombre en un estado de profunda corrupción moral y espiritual. Alejado de Dios y entregado a sus inclinaciones, todo ser humano transita por un sinuoso laberinto bajo la influencia fatal del príncipe de este mundo. Sin embargo, el glorioso mensaje del evangelio nos presenta a un Dios que es rico en misericordia y que, por medio de Jesucristo, va a declarar justos a los que no lo son. Uno que por el puro afecto de Su voluntad colma de riquezas espirituales a aquellos que viven ahogados por sus deudas. Aquel que, siendo la parte ofendida, perdona a los que todavía caminan en sus pecados y los reviste con la justicia de su amado hijo (Romanos 5:6–11).
La presión social o la ignorancia conduce a algunos a “avergonzarse” de la única realidad en la que podemos jactarnos. Y es que el Dios que existe por la eternidad se hizo hombre en la persona de Jesucristo ¡para salvarme a mí! Se humilló hasta la muerte y muerte de cruz, cargó con todos y cada uno de mis pecados, asumió mi condena y sufrió por mis culpas. Resucitó al tercer día y ascendió a los cielos desde dónde un día regresará ¡para buscarme a mí! Como Pablo, solo podemos decir: jamás acontezca que yo me gloríe, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, porque Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores, entre los cuáles yo soy el primero” (Gálatas 6:14; 1 Timoteo 1:15)
- El evangelio es poderoso (Efesios 2:1–5)
Solamente Dios tiene el poder y la soberanía para articular un plan de salvación. Y, al mismo tiempo, solamente Él tiene la capacidad para llevarlo a término.
Esto es precisamente lo que el apóstol Pablo notifica a los Romanos: “no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo el que cree” (Romanos 1:16). El evangelio se presenta como fuente de vida para los que agonizan sin remedio. Pablo insistirá en esta misma idea en el capítulo 10 de su epístola a los Romanos, cuando afirma: la fe viene por el oír, y el oír la palabra de Cristo. De ahí la importancia de llevar este mensaje, hasta lo último de la tierra, para que los que no han oído doblen sus rodillas ante Aquel que lo es todo en todo.
- El evangelio es particular (1 Timoteo 2:5)
En uno de sus últimos libros, John Piper escribió: “Me parece que la misma gente que históricamente ha sido la más apasionada y sacrificada en la tarea de evangelizar ha perdido su interés. En un mundo cambiante y pluralista, la creencia en que Jesús es el único medio de salvación es vista cada vez más como algo arrogante y aún discriminatorio”. Sin embargo, la Palabra de Dios es clara a este respecto. No existe ningún otro medio, no hay acción alguna capaz de producir salvación. Jesús mismo dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí. El apóstol Pedro lo explicó en términos similares: Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos (Hechos 4:12).
Que la proclamación de Cristo sea una prioridad para nosotros refleja que reconocemos quién es Cristo, el Salvador del mundo. Y, al mismo tiempo, demuestra que entendemos cuál es la necesidad que este mundo tiene de Él: El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que no obedece al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios permanece sobre él (Juan 3:36).
- El evangelio es pertinente (2 Corintios 6:1–2)
Somos parte de una generación que ha visto como, en tan solo unos meses, todos sus planes de presente y de futuro se han venido abajo. Muchas personas a nuestro alrededor caminan sin rumbo y sin mayor expectativa que sobrevivir a una nueva crisis. Pero, por encima de todo esto, vivimos rodeados de personas esclavizadas por sus pecados, ciegas ante su condición espiritual, sin esperanza y sin Dios en el mundo (Romanos 3:23).
Proclamar el evangelio nunca ha sido tarea sencilla, los primeros siglos de la iglesia dan buena muestra de ello… Y, sin embargo, irremediablemente nos acercamos a un punto de no retorno: el del final de la historia. Esta tarea no se puede postergar. Se trata de ahora o nunca. En eso consiste el encargo, y por ello habremos de rendir cuentas un día.
Lejos de dejarnos dominar por las circunstancias, existen numerosas razones que nos animan a poner a un lado la apatía y aun la vergüenza, para gloriarnos en el evangelio y asumir con entusiasmo la “ilustrísima” tarea que nos ha sido encomendada. “Por tanto, somos embajadores de Cristo, como si Dios rogara por medio de nosotros; en nombre de Cristo os rogamos: ¡Reconciliaos con Dios!” (1 Corintios 5:20)