Experimentar rechazo, sin importar las circunstancias en las que se de, es difícil. Pero como creyentes en Jesús, formamos parte de una larga lista entre aquellos que, de una manera o de otra, han enfrentado rechazo por su compromiso de seguir a Cristo. Algunos han perdido a sus familias, otros su reputación, o incluso sus vidas.
En un sentido, el rechazo es nuestra herencia. Como el Señor mismo dijo, si el mundo le ha odiado a Él, no ha de sorprendernos que nos odie también a nosotros, sus esclavos (Juan 15:18–21). Si vivimos fielmente la vida cristiana y proclamamos el evangelio con nuestras palabras seguro que experimentaremos rechazo. Sin embargo, a pesar de esta y otras afirmaciones de la Escritura muchos de nosotros nos resistimos a evangelizar por temor a ser rechazados.
Entonces, ¿qué hacemos cuando los no creyentes rechazan el evangelio que les proclamamos? ¿Nos retiramos? ¡Pero la eternidad de sus almas está en juego! ¿Insistimos en nuestra conversación? ¿En qué punto detectamos que estamos “tirando perlas a los cerdos”? Necesitamos un plan de acción para cuando llegue ese momento en el que nuestra predicación sea rechazada.
¿CUÁNDO RETIRARSE?
Somos responsables de presentar el evangelio de forma clara y comprensible. Si has sido fiel en esta labor, no importa cuál ha sido la respuesta que has recibido, no has fracasado en tu evangelismo. Dios sigue siendo soberano. Él podría usar tu proclamación y ejemplo para llevar a alguien al arrepentimiento en el futuro. Pero, también podría usar tu predicación para endurecer al incrédulo e incrementar su responsabilidad delante de Dios (Isaías 55:10–11). En cualquier caso, nosotros debemos permanecer fieles a nuestro rol de heraldos mientras confiamos en que Dios salvará de acuerdo a Su voluntad. Pero, en el caso de aquellos que se mantienen enrocados en su rechazo ¿Por cuánto tiempo deberíamos continuar predicándoles el evangelio?
Aquí encontramos un principio general: déjalo cuando el mensaje reciba burlas explícitas y un rechazo firme. Tanto en Mateo 10:14 como en Lucas 10:1–16 encontramos las instrucciones que Cristo dio al enviar a los 70 a proclamar el evangelio. Él explicó a sus discípulos que debían abandonar cualquier lugar que visitasen si el mensaje del evangelio fuese rechazado. Cuando una persona perdida se mantiene firme en su rechazo del evangelio. Cuando claramente no muestra ningún deseo de arrepentirse, debemos ser buenos administradores de nuestro tiempo y centrar nuestros esfuerzos en otro sitio.
Hemos de rogar a los hombres que se arrepientan (2 Corintios 5:20). Dios es paciente y misericordioso y no desea que nadie perezca (2 Pedro 3:9). Deberíamos perseverar en tanto en cuanto vislumbremos un rayo de esperanza. Pero cuando las personas se burlan del mensaje de Dios y te desprecian como su mensajero, déjaselos al Señor y que sea Él quien lidie con ellos según Su voluntad.
Pero cuidado: esto no te da licencia para juzgar o caer en la justicia propia. Al contrario, es un llamado a la humildad, a reconocer que nosotros no somos soberanos para salvar a nadie, sin importar cómo de ingeniosa o hábil sea nuestra presentación. Este es un llamado a ser persistente, a orar compungidamente por ellos (Lucas 19:41–42) y a agradecerle a Dios que en Su gracia haya abierto nuestros ojos. Pero, si somos rechazados, ¿qué es lo siguiente que deberíamos hacer?
¿QUÉ HACEMOS DESPUÉS?
No discutir
No pongas en peligro tu testimonio (ni construyas barreras para otros creyentes que potencialmente pudieran encontrarse con esa persona) al tratar de discutir con el único fin de demostrar que tienes razón. Deja que sea el evangelio, no tu personalidad, la única ofensa para el inconverso. Recuerda, la Palabra de Dios no ha fallado (Isaías 55:10–11). Él podría llegar a usar tu reacción dócil y mansa para martillar la conciencia de esa persona. Nuestra responsabilidad se concentra en ser fieles al mensaje. Los resultados son la obra de Dios.
No tomar el rechazo personalmente
Si eres fiel al confrontar a otras personas con el evangelio debes recordar que, en última instancia, no te rechazan a ti, están despreciando a Cristo (1 Tesalonicenses 2:13). Se paciente y amable, y no abandones la cordialidad. Se fiel en compartir el mensaje correctamente y deja el resto en manos de Dios. Entender esto te prevendrá del desánimo, porque no depende de ti salvar a nadie. Esto solamente le corresponde a Dios.
Continuar orando por su arrepentimiento
Ahora tu responsabilidad está en pedir a Dios por la salvación de esta persona. Clama a Dios para que extienda Su mano sobre la conciencia de esa alma y lo atraiga hacia Él. Que el rechazo te lleve a ponerte de rodillas y no a la amargura o la autocompasión.
Perseverar en la conformidad con Cristo
Hazles saber cómo pueden contactarte si alguna vez tienen preguntas en cuanto a cuestiones espirituales. Asegúrales que seguirás orando por ellos y sé fiel en hacerlo.
Terminar con una advertencia
Todo encuentro con el evangelio resulta peligroso para el inconverso, porque una mayor exposición al mensaje eleva exponencialmente nuestra responsabilidad (Lucas 12:47–48). Es algo temible escuchar el evangelio proclamado con claridad y marcharse despreciándolo (Mateo 11:21–24). Así que, deberíamos terminar este tipo de encuentros con una advertencia llena de gracia, pero rotunda. Éstas son algunas opciones en cuanto al qué decir:
- “Has hecho afirmaciones muy serias en contra de lo que te mostré desde la Escritura, y quiero que sepas que lo que te he presentado es el único camino por el que puedes alcanzar el perdón de tus pecados…”
- “Al no arrepentirte estás tomando la decisión de rechazar el único medio de salvación…”
- “Por lo que has dicho, parece evidente que no estás preocupado por tu propia alma. Pero ¿qué podría haber más valioso que la eternidad de tu alma? Seguiré orando por tu salvación”.
- “La Biblia nos dice que el castigo será mayor para aquellos que han escuchado el evangelio pero lo rechazaron. Por favor, continua pensando en estas cosas. Estaré orando para que puedas reconsiderarlo.”
Responder bien al rechazo demanda discernimiento, gracia y práctica. Pero debería motivarnos el recordar que nosotros también rechazamos el evangelio en su día y que nuestros ojos fueron abiertos solamente por la gracia de Dios. Nuestra oración es que Dios, de la misma forma, abra los ojos de los perdidos a nuestro alrededor.[1]