Mi conexión a internet es absolutamente ridícula. Me recuerda a esos módems que usábamos en los años 90 del siglo pasado, con su sonido tan característico y esa irrisoria velocidad que te bajaba tres canciones en Napster mientras tu hermana te gritaba: “¡apaga ya ese cacharro, que tengo que hablar por teléfono!”. Por eso, cuando ayer, y después de casi un día esperando a que se subiera una fantástica predicación (no mía) a nuestro canal de YouTube, uno de mis hijos tropezó con el cable del ordenador y lo tiró al suelo… Cómo decirlo… mi nivel de santificación bajó a niveles tan bajos como el gasoil en las comunidades de vecinos en esta época de crisis energética.
Decía el pastor Richard Baxter que “nuestra vida carece de perfección, aunque sí supone el tiempo preparatorio para la perfección que nos espera”. ¡Menos mal que, en su gracia, nuestro misericordioso Padre no nos fulmina justamente ante nuestro pecado y constantes imperfecciones! Con todo, Él demanda de nosotros que seamos más y más como su Hijo Jesús. Él nos llama a crecer en semejanza a Cristo. ¿Cómo es esto posible? ¿Cómo combinar la realidad de nuestro pecado con la exigencia de santidad? (1 Ped. 1:15-16). Esto nos lleva a hablar de la realidad de la santificación.
Normalmente pensamos acertadamente, que la santificación es esa obra progresiva de Dios y del hombre que nos lleva a desechar más y más el pecado y a ser más y más semejantes a Cristo.[1] Amén a esto, pero antes de llegar ahí, déjame clarificar y dividir este concepto en tres etapas.
1. Santificación Posicional
¿Por qué no perdí mi salvación a cuando vi mi ordenador caer a cámara lenta con mi correspondiente y errónea reacción pecaminosa? La respuesta se encuentra en la realidad de mi santificación posicional. Dios me ha apartado ya, una vez y para siempre, como posesión suya. Así, he pasado de enemigo y muerto espiritual a ser declarado amigo, vivo en Cristo y santo.[2] Por eso que podemos leer (un tanto sorprendidos) cómo Pablo llama a los miembros del desastre de iglesia que era Corinto en 1 Cor 1:2: “la iglesia de Dios que está en Corinto, a los que han sido santificados en Cristo Jesús…”
Así, ni nuestros hermanos Corintios, ni un servidor perdemos nuestro estatus de santificados, ¡aún si pecamos! Todo ello es gracias a la obra completa de Cristo a nuestro favor. Cristo cargó con toda nuestra culpa, con todo nuestro pecado (Col 2:13-14). Es por esto que, y a pesar de mi enojo pecaminoso, puedo encontrar perdón continuo y descanso en que ya he sido santificado y soy visto perfecto, todo gracias a Cristo (Heb 10:14). Descansa, pues, y agradece al Señor que Él te haya concedido por gracia este estatus de “santo posicional” aun cuando continúas pecando, hermano/a. Ahora bien, ¡un momento! Porque ahí no termina la cosa. El Apóstol Pablo no ha acabado aún el v.2: “llamados a ser santos”.
“Queridos corintios, ¡no os penséis que, debido a que poseéis tal salvación posicional, poseéis carta blanca para comportaros como el mundo!”, parece estar diciendo Pablo. Esto nos lleva a una segunda etapa:
2. Santificación Progresiva
“¡De ningún modo!” Diría un Corintio avispado, si hubiese leído el capítulo 6 de Romanos, claro… Porque todo aquel que es posicionalmente santo, va a ser progresivamente más santo. En otras palabras, un creyente verdadero va a ser más y más como Cristo. El creyente, pues, ya cuenta con la victoria en Cristo sobre la culpa y el dominio del pecado, pero aún no ha sido “descontaminado” totalmente, o purificado en su totalidad. El pecado aún habita en nuestro “cuerpo de muerte”, ¿verdad? (Rom 7:24). Así, la santificación, que comienza posicionalmente en la regeneración, prosigue o progresa a lo largo de toda nuestra vida cristiana. Esto es lo que un cristiano de a pie conoce como santificación.
Ahora bien, recuerda que la santificación posicional es enteramente obra de Dios Espíritu Santo, pero la santificación progresiva, siendo también obra del Espíritu Santo, implica una respuesta de nuestra parte para que nosotros, como creyentes, participemos activamente en el proceso.[3] Por eso Pablo les: “llama a ser santos”, a esforzarse en realizar esta labor de ser más como Cristo. Así, para nuestro crecimiento progresivo en semejanza a Cristo, crecimiento siempre y sólo dado por Él, Dios va a darnos instrumentos para ser transformados más y más a lo que ya somos posicionalmente. ¿Cuáles son? Solo tengo velocidad a internet para mencionarlos brevemente:
- La Palabra de Dios. Juan 17:17 dice claramente que la santificación nos es dada por un conocimiento mayor y una docilidad a la Palabra revelada de Dios (Hechos 20:32; 2 Tim 3:16-17; 1 Pedro 2:2; Romanos 12:2; Efesios 5:26; Salmo 19:7-11; 119:105).
- La oración. Primera de Juan 1:9 dice que: “si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad”. Esto implica una actitud de oración confesora constante que trae santificación (Ver Mateo 6:13).
- La iglesia. Hebreos 10:24 implica que nuestra vida en el cuerpo nos va a motivar a estimularnos al amor y a las buenas obras”. ¡Necesitamos a la iglesia para crecer en santidad! (ver 1 Tes 5:14).
- Las pruebas. Aunque este puede que no nos guste tanto, la realidad es que las pruebas son enviadas por el Señor para nuestro crecimiento en semejanza a Cristo. Por tanto, recíbelas con gozo para que den su perfecto resultado (Sant 1:2-3; 1 Ped 1:7, 15-17).
Si queremos obedecer el mandato de crecer en semejanza a Cristo, no podemos ser sujetos pasivos, sino ¡muy activos! Así, mi responsabilidad es la de depender de la obra del Espíritu para que cuando mi ordenador caiga otra vez, responda a mi hijo como Cristo le respondería.
Ahora, y por último, así como la santificación tiene un comienzo en la regeneración, y aumenta en nuestra vida cristiana, también existe un aspecto final y completo de nuestra santificación del alma y del cuerpo, esto se llama:
3. Santificación Definitiva
Estamos en el tiempo preparatorio para la perfección que nos espera, decía Baxter. Pero algún día, ese momento final llegará, la obra que Dios comenzó será completada y seremos finalmente como Cristo. Por esto Pablo recuerda a la iglesia en Corinto que un día lo corruptible se revestirá de lo incorruptible y lo mortal de inmortalidad (1 Co. 15:54) o, en su carta a los Filipenses les dice que “el cuerpo de nuestra humillación será transformado a la semejanza del cuerpo de la gloria de Cristo” (Fil 3:21).
“¿Cómo puede esta realidad futura ayudarme a ser más como Cristo, a ser hoy más como ese estatus que ya poseo?” dirás. La respuesta está en 1 Co. 15:58; ante esta realidad futura, volvemos al punto B: has de “estar firme, constante [en la verdad del evangelio], abundando siempre en la obra del Señor, sabiendo que [tu] trabajo en el Señor no es en vano”. Recuerda que todo esfuerzo que hagas aquí y ahora en su nombre y con la motivación de darle gloria ¡será recompensado en la eternidad! Eso ha de estimularte hoy mismo a purificarte y vivir en semejanza a Cristo en acción y pensamiento (1 Juan 3:3).
Por tanto, la próxima vez que peques, y tu conciencia te acuse… recuerda que Cristo ya pagó toda tu deuda, y esto ha de moverte a pedir perdón. Descansa en la realidad de que Él ya te ve y te llama santo. Y vive motivado en Su obra redentora que te ayuda a perseverar diariamente en ser semejante a Él. Todo esto con la expectativa de que un día (probablemente bastante antes de que se suba una predicación, dada mi patética velocidad de internet) nuestro viaje será completado, y le veremos cara a cara, siendo semejantes a Él (1 Juan 3:2).
[1] Ver Grudem, Wayne. Teología Sistemática de Grudem: Introducción a la doctrina bíblica (Spanish Edition) (Posición en Kindle21931-21932). Vida. Edición de Kindle.
[2] Ver Anthony Hoekema, Saved by Grace (Grand Rapids: MI, Eerdmans, 1989), 202-203.
[3] Jerry Bridges, Transforming Grace, NavPress, 1991, p. 112-113. Disponible en español bajo el título: “Gracia Transformadora”.