A última hora del jueves, y siguiendo las recomendaciones de las autoridades, decidimos suspender todas las reuniones y actividades de la congregación, al menos por los siguientes 14 días. Eso significa que limitaremos la interacción entre los hermanos a medios virtuales. Se trata de una medida excepcional para un momento excepcional. Pero no somos los únicos: iglesias evangélicas de este y otros muchos países no abrirán sus puertas en las próximas semanas. Lo que no consiguieron guerras o persecuciones, lo ha logrado un virus microscópico conocido popularmente como Corona virus.

Mientras tanto, las cifras de afectados por esta enfermedad no dejan de crecer, las bolsas de medio mundo se derrumban, los supermercados se vacían, y entre la población civil se instala un clima de histeria colectiva al observar el cierre de colegios, negocios, restaurantes y otros lugares de ocio. Por si no fuera suficiente, las previsiones vertidas por gobernantes y expertos no son nada halagüeñas. Ante esta situación inesperada y desconcertante, muchos creyentes se preguntan, ¿cómo afrontamos esta crisis? Poner nuestra vista en las Escrituras amplia nuestra perspectiva y nos proporciona toda la luz que necesitamos. En ella encontramos tres aspectos a considerar para el momento en que nos toca vivir:

1. SOMOS VULNERABLES
En tan solo unos días, la propagación de un virus microscópico ha puesto en jaque a los gobiernos más poderosos del planeta y, en una medida u otra, la población mundial se ha visto afectada. Aparentemente, la enfermedad resulta más o menos peligrosa en función de la edad y el cuadro médico de cada individuo, pero nadie escapa a su amenaza. No solamente en lo relativo a la salud: nuestros trabajos, nuestras familias, nuestra vida eclesial, nuestros planes, todo lo que hacemos, sin importar el ámbito, se ha visto condicionado. Políticos, deportistas, artistas de Hollywood… Ciudadanos ricos y pobres, eminentes o anónimos, todos somos vulnerables. Sin embargo, resulta revelador que necesitemos de una pandemia global para que reconozcamos lo que la Biblia afirma constantemente: Nuestra vida es efímera (Salmo 102:11) y nuestros logros también lo son. Esta es la experiencia de “grandes” y “pequeños”. El mismo Salomón lo explicaba así: Consideré luego todas las obras que mis manos habían hecho y el trabajo en que me había empeñado, y he aquí, todo era vanidad y correr tras el viento, y sin provecho bajo el sol (Eclesiastés 2:11). El hombre es frágil, y si estamos en condiciones de despertarnos ante la llegada de un nuevo día es solamente por la misericordia de un Dios que sostiene nuestra vida y nos preserva por pura gracia. En momentos como el actual, el cristiano recuerda que en sus capacidades, proyectos, logros o ambiciones nunca encontrará verdadera satisfacción. Porque antes o después el mundo pasa, y también sus pasiones (1 Juan 2:17).

Somos conscientes de nuestra pequeñez, pero no estamos solos. Porque nuestra esperanza reposa en uno que es mucho mayor que nosotros. Confesamos junto con el salmista que nuestra carne y nuestro corazón pueden desfallecer, pero Dios es la fortaleza de nuestro corazón y nuestra porción para siempre (Salmo 73:26).

2. SOMOS RESPONSABLES
Entendemos que el congregarnos con otros creyentes responde al propósito de Dios para los suyos. Sin embargo, las distintas medidas adoptadas por la administración limitarán de manera temporal nuestra capacidad de reunirnos como iglesias locales. Se trata de un hecho inaudito, pero ni mucho menos discriminatorio para la iglesia evangélica. Todos los estadios de la sociedad han recibido instrucciones explícitas al respecto. Pero nuestras responsabilidades como miembros del cuerpo de Cristo no se limitan a un horario de reunión determinado. A la luz de la Escritura, reconocemos nuestra responsabilidad de ser sal y luz manteniendo, en este caso, la comunión con Dios de manera individual y el contacto con otros creyentes a través de los medios virtuales a nuestro alcance. Y, durante este tiempo sin actividades congregacionales, son varias las cosas que podemos y debemos hacer:

  • Someterse a las autoridades (Romanos 13:1–7): respetando los protocolos establecidos y cumpliendo con las recomendaciones de las autoridades sanitarias.
  • Amar al prójimo (Mateo 22:39): ayudando a quién lo necesite, particularmente aquellos en una situación más vulnerable. Aun, incluso, evitando contacto físico con otros.
  • Cuidar de nuestras familias: niños y mayores pasarán mucho más tiempo del habitual en casa. Se trata de una ocasión única para guiar e instruir a aquellos bajo nuestra responsabilidad proveyendo del ánimo, los recursos y el ejemplo debido en medio de un escenario anómalo e incómodo (Proverbios 22:6; 1 Timoteo 5:8).
  • Ser diligentes con nuestra propia persona: evitando riesgos innecesarios, aprovechando bien el tiempo y cuidando nuestros corazones con sobriedad y santidad (1 Pedro 1:13–17).
  • Orar: por los que sufren la enfermedad directamente. Por los que sufren inconvenientes como resultado de la pandemia. Por los que están en autoridad y trabajan para encontrar soluciones a este problema. Por nuestros hermanos en Cristo. Por los que viven sin Dios y sin esperanza en el mundo (1 Tesalonicenses 5:17).
  • Confiar en Dios: Damos gracias a Dios por nuestros gobernantes y oramos por las autoridades sanitarias. Pero, en última instancia, descansamos en Dios (Salmo 46:1–3). Y eso implica no dejarse llevar por la zozobra y la ansiedad, pero tampoco dar lugar a bulos y rumores infundados.

No sabemos cuánto durará esta crisis. Pero sí sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien (Romanos 8:28). Nada escapa al control divino. Y eso incluye todo lo que enfrentamos a lo largo de nuestra vida. Por eso, aún en medio de las dificultades, el creyente tiene la oportunidad de responder de una forma que honra a Dios, reconociendo Su soberanía y conduciéndose ante los demás de una manera digna del evangelio (Filipenses 1:27).

3. SOMOS DISCÍPULOS
Seguimos con mucho interés el avance, hasta ahora incontenible, del virus. No lo hacemos como meros observadores, sino como parte directamente implicada. Somos testigos de la angustia y la desesperación que embarga la vida de muchos a nuestro alrededor. Necesitamos y anhelamos un remedio para la enfermedad. Sin embargo, la Biblia nos revela que este mundo enfrenta un problema aun mayor que el corona virus. Si el llamado COVID-19 ha afectado a un creciente número de víctimas, las consecuencias del pecado son infinitamente más dañinos (Romanos 3:23). Todo ser humano sin excepción nace y vive condicionado por una naturaleza pecaminosa. Y a diferencia de lo que sucede con el virus que ahora nos aflige, no hay cuarentena que lo retenga, porque nadie sobrevive a sus efectos (Romanos 6:23). La buena noticia del evangelio es que Dios mismo nos ha proporcionado el único antídoto que existe (Hechos 4:12). Y todo el que es tratado con Su elixir vivirá para siempre (Juan 4:14). Este es el mensaje que el creyente atesora. Y este es el mensaje que los seguidores de Cristo han sido llamados a proclamar en medio de una sociedad profundamente inestable y desorientada. Somos embajadores de Cristo, como si Dios rogara por medio de nosotros; en nombre de Cristo os rogamos: ¡Reconciliaos con Dios! (2 Corintios 5:20). Se trata de una gran oportunidad para compartir el evangelio y, como discípulos de Cristo, somos nosotros los que hemos recibido este encargo (Mateo 28:16–20).

Dios es bueno, y aun en medio de la tormenta más perturbadora tiene un plan para Sus hijos. Es posible que la iglesia no pueda reunirse bajo un mismo techo por un tiempo, pero eso no significa que su presencia tenga que diluirse o disiparse ¡Todo lo contrario! ¿Te dedicarás a algo menor?

Heber Torres

Autor Heber Torres

Director del Certificado de Estudios Bíblicos. Profesor de exégesis y predicación en Seminario Berea. Pastor de Redentor Madrid.

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