¿Qué tienen en común R2-D2, Robin y John Watson? Todos ellos son personajes secundarios de ficción que desempeñan un papel muy importante, ya sea en Star Wars, en Batman o en Sherlock Holmes. Por desgracia, en demasiadas ocasiones, sucede algo parecido con el Espíritu Santo. Hay quienes piensan que es un personaje de ficción y otros que, aunque saben que es una persona divina y que ejerce un papel importantísimo, lo consideran como un personaje secundario de la Trinidad. Pero, ¿qué es lo que la Biblia, nuestra norma suprema de fe y conducta, nos dice a cerca del Espíritu Santo?
La Biblia afirma que el Espíritu Santo es Dios y le identifica como una de las tres Personas de la Trinidad. A lo largo de las Escrituras vemos que posee todos los atributos divinos como, por ejemplo, omnisciencia (Isaías 40:13-14), omnipresencia (Salmo 139:7) o santidad (Hebreos 9:14). En la Gran Comisión se le presenta como igual al Padre y al Hijo cuando se nos manda a bautizar en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo (Mateo 28:19). También se nos muestra claramente que no es una fuerza cósmica, no es una emanación divina, sino que es una persona divina. A lo largo del Nuevo Testamento vemos rasgos característicos su personalidad como su intelecto (Romanos 8:27; 1 Corintios 2:10-11), sus emociones (Efesios 4:30), o su voluntad propia (Hechos 13:2; 1 Corintios 12:7,11).
La persona del Espíritu Santo es igual en esencia a Dios Padre y a Dios Hijo, pero cada uno desempeña diferentes roles en el plan de redención diseñado para aquellos a los que escogió y predestinó antes de la fundación del mundo (Romanos 8:30). El Padre determinó redimir a sus escogidos, el Hijo se encarnó y pagó con su vida el precio de la redención en la cruz, y el Espíritu Santo, lejos de ser un personaje secundario, tiene un papel determinante en el plan de redención: Él es quien aplica este plan de salvación y santificación en el creyente. Veamos brevemente estos dos ministerios:
- La salvación del creyente:
– La salvación es obra del Espíritu. No es por nuestra voluntad sino por la voluntad de Dios, mediante el Espíritu, que somos salvados (Juan 1:13).
– Él es el sello de nuestra salvación (Efesios 1:13-14; 4:30; 2 Corintios 1:22), lo cual nos da seguridad de nuestra salvación ya que nadie puede romper ese sello.
– Convence al mundo de pecado (Juan 16:7-11). Él trae al corazón y alma de la humanidad no redimida la conciencia de pecado, de justicia y de juicio. El Espíritu Santo ejerce su poder para esta convicción a través de la predicación de su Palabra (1 Tesalonicenses 1:5), cuando la verdad es proclamada y oída y entendida.
– Capacita la predicación de la verdad (1 Juan 5:6) . Cuando se predica la verdad de la Palabra, es el Espíritu el que respalda esta predicación de la verdad.
- La santificación del creyente:
En el mismo instante de nuestra salvación somos santificados, apartados para Dios, y declarados santos delante de Dios, ya que la santidad y la justicia de Jesucristo nos son imputadas (Gálatas 2:20). Esto es lo que se conoce como santificación posicional. Pero, aunque posicionalmente somos santos, hasta el día en que estemos con Cristo y nuestros cuerpos sean glorificados, el pecado seguirá afectándonos en este mundo.
Por lo tanto, hasta que llegue ese momento, hemos de vivir vidas santas que glorifiquen a Dios, y solo podemos hacerlo mediante el Espíritu Santo, el cual ministra nuestra vida de santificación progresiva en diversas maneras:
– Nos posibilita tener una relación íntima con Dios de manera que, sin perder el respeto y la honra que Dios se merece, podemos decirle “Abba Padre”, “papaíto” (Romanos 8:14; Gálatas 4:6).
– Nos ilumina para poder entender la Biblia. No solo tenemos las Escrituras inspiradas por el Espíritu sino que tenemos morando en nosotros al mismo Espíritu que las ha inspirado y que nos ilumina para entenderlas mejor (1 Corintios 2:9-13).
– Glorifica a Cristo a través de nosotros y nos moldea para ir creciendo a la imagen de Cristo.
Cuando exaltamos a Cristo, lo hacemos bajo la influencia del Espíritu Santo (Juan 16:14).
El Espíritu Santo siempre nos lleva a darle gloria a Cristo, a reconocer el señorío de Cristo, quien es nuestro Salvador y nuestro Redentor.
- Nos guía para hacer la voluntad de Dios. El Espíritu guía providencialmente nuestras vidas en la dirección de aquello que Dios determina (Romanos 8:14). ¿Cómo podemos tener conciencia de esta guía? Simplemente asegurándonos de que estamos caminando en el Espíritu, esto es, en obediencia a su Palabra de Dios. De esta manera estaremos bajo el control del Espíritu, el cual mueve nuestro corazón de la misma manera que nos ilumina la mente, nos “enseña a hacer su voluntad” (Salmo 143:10) y nos “hace ir en el camino de sus mandamientos y deleitarnos en ellos” (Salmo 119:35).
– Ministra la obra de santificación a través de la iglesia. El Espíritu Santo nos ha capacitado con diferentes dones según su soberana voluntad (1 Corintios 12:4,11), no para beneficio propio, sino para el bien común de su cuerpo, de la iglesia.
En base a todo esto, podemos concluir que el Espíritu Santo no es un personaje secundario, sino que es Dios y, a través de su ministerio, somos regenerados, santificados, y sigue transformándonos hasta el día de nuestra glorificación. Él produce en nuestros corazones la garantía de que somos aceptados por Dios y que nunca podemos perder nuestra salvación. La prueba de la presencia del Espíritu en nuestras vidas es su operación nuestros corazones, la cual produce arrepentimiento, da fruto (Gálatas 5:22-23), produce obediencia a la voluntad de Dios, pasión por glorificar a Cristo, y amor por su iglesia. Y todo ello para la gloria de Dios, para edificación de su iglesia y para el alcance de aquellos que han de ser salvos.