Resumir el libro de Hebreos en 1000 palabras… es una tarea prácticamente imposible. Pero lo que hace el autor de esta carta sí que resulta realmente imposible: describir a Cristo, el Incomparable… ¡ni siquiera 1000 libros serían suficientes! Porque Cristo no tiene igual. Nadie está a Su altura.
Si le comparas con los ángeles (no los “pintados” en los techos de algunas iglesias, sino aquellos que abrumaron a quienes los vieron), éstos son meros ministradores… enviados para servir (1:14). Si le comparas con Moisés, el gran libertador del pueblo de Israel, no es más que el mayordomo de Su “casa” (Heb. 3:5-6). Si le comparas con Aarón y los sacerdotes levíticos, aquella familia exclusiva que tenía el exclusivo privilegio de servir en el tabernáculo de Dios, éstos debían empezar por ofrecer sacrificios por sus propios pecados, demostrando finalmente su ineficacia. En última instancia, representaban simbólicamente lo que el Mesías haría definitivamente. Ni siquiera Abraham, el “padre” de la nación escogida, puede ser comparado con Cristo. Es un súbdito más del Rey Sacerdote. Todos aquellos a quienes los judíos tenían en más alta estima no podían resistir por un momento la comparación con Cristo.
Ahora, la pregunta es, ¿por qué tiene que hacer el autor de esta carta tal demostración de la superioridad de Cristo? ¿Para qué era necesario escribir esta serie de comparaciones? La respuesta es simple: los seres humanos tenemos la “capacidad” de subestimar a Cristo. Somos capaces de elevar a los imperfectos a la altura del Perfecto. Somos capaces de crear religiones en las que Cristo llega a ser “marginal”. Esto era lo que estaba sucediendo entre aquellos que recibieron esta carta.
Algo que nos ayuda a discernir el hilo conductor de este libro es una serie de advertencias severas que el autor hace a sus lectores; la primera (2:1-4), por subestimar el mensaje “Cristo-céntrico” del Evangelio… por ignorar las evidencias que demostraban, sin duda alguna, que Jesús de Nazaret era el auténtico Mesías prometido por Dios. La segunda (3:12-18), por subestimar la esencia de la fe, tal como hizo aquella primera generación del pueblo de Israel en el desierto, después de ser liberados de la esclavitud de Egipto. ¿Qué clase de fe es esa que ve el indiscutible poder del Dios vivo, y luego desconfía continuamente de cada mandamiento que Dios da? Como bien dijo Horatius Bonar: “En toda incredulidad hay presentes estas dos cosas: una buena opinión de uno mismo, y una mala opinión de Dios”. La tercera advertencia (5:11-6:8), posiblemente la más severa de todas, es resultado de subestimar la muerte de Cristo en la cruz. Pretender “ganar” la salvación a base de cumplir estrictamente los rituales que solo reflejan lo que únicamente Cristo puede ganar… Querer asegurarse de “añadir” méritos propios a lo que Cristo hizo, por si acaso los méritos de Cristo no son suficientes.
El autor dice que hay quienes “de nuevo crucifican para sí mismos al Hijo de Dios” lo cual indica que algunos pensaban que, si Cristo murió en la cruz es porque “algo haría” como solemos decir. Es un desprecio tremendo al que en la cruz dijo, “Consumado es”. Por eso la advertencia es tan severa “es imposible renovarlos otra vez”. No es posible que se den cuenta de su error, ya que se han auto convencido de que están en lo correcto. El pastor Miguel Núñez lo describe así: “Hay una cosa peor que no ser cristiano: es no serlo y creer que lo eres.” Esa era la realidad de muchos de los receptores de esta carta. Y es la realidad de muchos “cristianos” hoy en día. Es algo terrible. Y el punto clave está en el concepto que uno tiene de Cristo. El peligro se encuentra en tener un concepto equivocado de uno mismo, y de Cristo. Por eso la cuarta advertencia severa resulta de subestimar la esencia del pecado del ser humano (10:26-31). Quien tiene una buena opinión de sí mismo demuestra tener un conocimiento superficial del pecado. La santidad de Dios le llevó a decretar la muerte eterna de los pecadores. El asunto no puede ser más grave. “El alma que pecare, esa morirá” (Ez. 18:20). Es por eso que el autor escribe con tanta contundencia: “ya no queda sacrificio alguno por los pecados…”. Es decir, el que después de haber confesado a Cristo como Señor y Salvador continua pecando como si nada está demostrando que su confesión es falsa, y tendrá que pagar por sus pecados.
La última advertencia es por subestimar la Palabra de Cristo (12:25-29), por“rechazar al que habla…”, por menospreciar lo que Cristo mismo dijo; tanto lo que dijo y que fue registrado por sus heraldos, como lo que dijo a través de Sus apóstoles, movidos por el Espíritu Santo. Cristo y Su Palabra tienen la misma fiabilidad. Cristo y Su Palabra van de la mano. Despreciar lo que dijo e ignorar lo que mandó es lo mismo que despreciarle a Él.
Cinco advertencias. Y un solo argumento: Cristo es suficiente. Cristo no necesita ayuda para sostener todas las cosas con la palabra de Su poder. No necesitó ayuda para cumplir con todas las promesas que Dios había hecho acerca de Él. Y no necesitó ayuda para ofrecer el sacrificio perfecto. El sacrificio que satisface la justicia de Dios. El sacrificio que provee una esperanza completa, mediante la cual nos acercamos a Dios (7:18-19). Por eso, la gran invitación de esta carta es: “acerquémonos a Dios con confianza… por un camino nuevo y vivo que Jesús inauguró para nosotros… por medio de Su sangre.” (10:19-22). Y la exhortación definitiva del autor es a vivir con nuestros ojos puestos en Jesús (12:1-3), porque no hay nadie como Él… nadie puede hacer lo que Él hizo una vez para siempre.
¿Eres de los que te encomiendas a los “santos” y a María? ¿Eres de los que lees la Biblia creyendo que hay partes que son mitos? ¿Vives tratando de compensar lo malo que haces con lo bueno que crees que haces? ¿Eres de los que defines lo que es pecado y lo que no lo es? ¿Vives tratando de integrar la sabiduría de los hombres con la sabiduría de Dios? Si haces cualquiera de estas cosas, estás despreciando a Cristo. No importa cuantas veces te repitas a ti mismo que eres cristiano. Si subestimas a Cristo, no eres un verdadero cristiano. Si Cristo no tiene el primer lugar en tu vida, entonces no tiene ningún lugar en tu vida.
Cristo merece el lugar de preeminencia, porque sólo Él murió una muerte que pagó por todos nuestros pecados. Sólo Cristo ofreció un sacrificio perfecto que satisfizo la ira de Dios. Sólo Él puede acercarnos a Dios, sin que seamos consumidos por Su justicia. Poner tu fe en Cristo es comprender que poner tu fe en cualquier otro es incoherente e inadmisible. Poner tu fe en Cristo es confiar en aquel que tiene el poder de anular el poder de la muerte. Y poner tu fe en Cristo es acercarte con confianza al trono de la gracia, el lugar donde hallamos siempre la ayuda oportuna.
Y sí, ya son más de 1000 palabras… pero es que es imposible describir toda la grandeza y la gloria de Cristo el Incomparable. Gracias a Dios que los que hemos confiado en Él tendremos toda la eternidad para contemplarlo.