Si alguna vez has andado por alguna zona peligrosa; bien por la dificultad del terreno o bien por las condiciones meteorológicas; y lo has hecho acompañado por un guía experto, seguramente hayas recibido esta indicación: “Pisa por donde yo piso, pon tus pies en el mismo lugar que yo lo hago”. Esta instrucción tiene el propósito de que pongas tu confianza en la pericia y sabiduría del que conoce donde se encuentran las trampas y los obstáculos, y anticipa cuales son los sitios seguros donde asentar los pies para seguir avanzando.

1. Seguir

La Biblia repetidas veces utiliza el símil de andar o caminar (Romanos 6:4; Efesios 2:10; Colosenses 1:10), para referirse a nuestra vida cristiana; esto es, al tiempo que va desde el momento en que Dios nos salva hasta el momento en que seamos llamados a su presencia. E igualmente la Palabra de Dios es clara al afirmar que durante ese tiempo debemos: poner los ojos (Hebreos 12:1-2), imitar (1 Corintios 11:1), e incluso literalmente seguir las pisadas (1 Pedro 2:21), del Señor Jesús, el único hombre que vivió una vida santa (2 Corintios 5:21), haciendo siempre la voluntad de Dios (Juan 8:9) y encontrando su gozo y su deleite en hacerlo (Salmo 40:8). Y todo ello no por el hecho de que era Dios, que lo era plenamente, sino haciéndolo en su plena humanidad, capacitado por el Espíritu Santo y en completa dependencia del Padre.

Asi que una primera característica clave para crecer en santidad es: “andar como Él anduvo” (1 Juan 2:6).

2. Observar

Pero el Señor Jesús no solo es el modelo perfecto que ejemplifica una vida santa. Además encontramos en las Escrituras que en la medida en que estamos escudriñando a la persona de Jesús y descubriendo su gloria, estamos siendo conformados progresivamente a su imagen, como afirma 2 Corintios 3:18. “Pero nosotros todos, con el rostro descubierto, contemplando como en un espejo la gloria del Señor, estamos siendo transformados en la misma imagen de gloria en gloria, como por el Señor, el Espíritu”. Y será esta visión completa de Cristo cuando Él se manifieste, el medio definitivo de nuestras transformación a su imagen, como afirma 1 Juan 3:2. “Sabemos que cuando Él se manifieste, seremos semejantes a Él porque le veremos como Él es”.

Esta contemplación continua de la persona del Hijo Eterno de Dios, revelada a lo largo de toda la Escritura (Juan 5:39), es otra característica que va a utilizar el Espíritu Santo para capacitarnos en vivir una vida santa.

Un pastor y profesor de seminario lo expresa acertadamente: «Es debido a que la visión espiritual de Cristo, en virtud del deleite y la belleza de su gloria, nos hace admirarlo de tal manera que estamos satisfechos en Él, que no buscamos satisfacción en placeres menores, pecaminosos. La gloria de Cristo capta nuestros afectos y nos hace amar lo que Él ama. Entonces, nuestros afectos renovados informan y excitan nuestra voluntad, y gozosamente obedecemos los mandamientos de Dios.»*

3. Meditar

Una tercera característica que va a definir y alimentar nuestra santidad es meditar y profundizar en el mensaje del Evangelio. El apóstol Pablo en su carta a los Filipenses anima a estos hermanos a: “comportarse de una manera digna del Evangelio de Cristo” (1:27). Y esto es así, porque el Evangelio no solo es la puerta de entrada a una vida santa, es el motor de una vida santa. Porque el mensaje del Evangelio es glorioso y digno de nuestra devoción, ya que es la revelación de la infinita sabiduría de Dios y de las inescrutables riquezas de Cristo. Y contiene la buena nueva de la salvación, que Dios anuncia a una raza perdida y rebelde, de lo que Él ha hecho por medio de su Hijo Jesucristo para reconciliar a sus enemigos, estando dispuesto a pagar el precio de su rescate. Para que todos los que somos bendecidos por el don del arrepentimiento y de la fe en Cristo (Efesios 2:8), no solo seamos perdonados y justificados, (sin que ninguno de nosotros lo haya merecido en modo alguno), sino que además, en virtud de nuestra unión con Cristo en su muerte y resurrección (Colosenses 2:12), seamos vestidos del nuevo hombre recibiendo una nueva naturaleza que ya no es esclava del pecado, lo cual nos capacita para obedecer. E igualmente, seamos sellados con el Espíritu Santo, quien es la garantía de nuestra salvación y quien va a producir en nosotros el fruto de la santificación (Gálatas 5:22-23).

Estas verdades son tan asombrosas que aún los ángeles se esfuerzan por alcanzar un vislumbre claro de su profundidad (1 Pedro 1:12). Cuanto mas debemos hacerlo nosotros, para que al crecer en la comprensión de las perfecciones de Dios manifestadas en el Evangelio; Santidad, Justicia, Misericordia, Amor; quedemos asombrados y adquiramos la sabiduría espiritual que nos permita andar como es digno del Señor, agradándole en todo y dando fruto en toda buena obra.

Conclusión

Que nuestro corazón se caracterice por el anhelo de imitar a Jesús; la contemplación gozosa en las Escrituras de la gloria de Cristo; y el escrutinio incansable de la sabiduría de Dios en el Evangelio; será el mejor rasgo distintivo de que realmente estamos andando con Dios. Y el Espíritu utilizará su Palabra para producir en nuestra vida, tanto el querer como el hacer, para obedecer la voluntad de Dios y así ser santos en toda nuestra manera de vivir (1 Pedro 1:15)

 


*(“Contemplar la Gloria: La Dinámica de la Santificación”)Mike Riccardi.evangelio.blog/2014/05/29

José Manuel Robles

Autor José Manuel Robles

Graduado del Seminario Berea y colabora en distintos ministerios en la Iglesia Evangélica de León

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