Entre 1740 y 1742 sucedió un fenómeno único en la historia que se conoce como El Gran Despertar. El evangelio produjo en un lugar y en escaso tiempo un resultado pocas veces conocido. En Nueva Inglaterra, con una población de apenas 300.000 habitantes, se convirtieron entre 25.000 y 50.000 y se añadieron a las iglesias de la zona. George Whitefield fue uno de los peones de campo que Dios usó de manera más sobresaliente en este gran avivamiento. No fue usado por su oratoria, métodos creativos, ni carisma; sino por el mensaje del evangelio que predicaba incansablemente de ciudad en ciudad.
El mensaje de la Gran Comisión (Mateo 28:19-20) es el mensaje del evangelio. Sólo por medio del evangelio es factible la salvación. Un verdadero avivamiento sólo es posible a la manera de Dios, con el método de Dios y las palabras de Dios. La predicación del arrepentimiento y creer en el evangelio es el único medio de salvación que Dios ha usado por los siglos y que seguirá usando hasta que vuelva.
El mismo Señor Jesucristo ejemplificó el mensaje que luego encargaría a sus seguidores, y así en sus primeras palabras de su ministerio terrenal afirmó en Marcos 1:15: “El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos y creed en el evangelio.” Estas palabras de Jesús las encontramos en el contexto del inicio de su ministerio en esta tierra. El evangelio de Marcos no comienza con genealogías, ni ningún aspecto de la concepción o la niñez de Jesús, sino que centra su atención desde el primer versículo en el evangelio de Jesucristo, como el Hijo de Dios (1:1). El tiempo se había cumplido y el reino de Dios se había acercado. En otras palabras, había arribado el momento que habían estado esperando: la llegada del Mesías. Y así, la consumación del reino de Dios estaba más cerca que nunca. Jesús era el anticipo y la llave de ese reino.
¿Cómo podemos acceder a este reino de Dios? ¿Cuál es el mensaje de Cristo que luego encomendaría a sus seguidores en la Gran Comisión? El mensaje es claro e inequívoco, escueto y contundente, segunda parte del versículo 15: “Arrepentíos y creed en el evangelio.” El mensaje de Jesús nos deja los dos elementos indispensables del mensaje de la Gran Comisión. El primer elemento indispensable del mensaje encomendado es el arrepentimiento genuino.
El arrepentimiento genuino (Marcos 1:15)
Jesús comenzó desgranando el mensaje del evangelio de Dios con un llamado, versículo 15b: “arrepentíos.” El arrepentimiento genuino es el comienzo del cambio más importante que se puede dar en una persona. Ahora, es enormemente fácil caer en un supuesto arrepentimiento que en el fondo puede ser falso. ¿Cómo es el arrepentimiento verdadero que lleva a la salvación y a Dios?
En primer lugar, el arrepentimiento verdadero no depende del hombre, sino de Dios. Cuando pensamos que podemos cambiar por nosotros mismos, en nuestras fuerzas, términos y condiciones; ese arrepentimiento es falso. Saúl y Judas son dos ejemplos de un arrepentimiento ficticio que depende de lo que el hombre puede hacer (1 Samuel 15:24-30 y Mateo 27:3-5).
Sin embargo, cuando nos damos cuenta que nada podemos hacer por nuestros propios medios, nos vemos totalmente incapaces de acercarnos a Él, y clamamos a Dios que nos muestre como cambiar y que sea Él quién haga ese cambio en nuestra vida, entonces estamos en la senda del arrepentimiento verdadero. En el Salmo 51:7-10, David habiéndose arrepentido genuinamente de su pecado contra Dios afirma: “Purifícame con hisopo, y seré limpio; lávame, y seré más blanco que la nieve. Hazme oír gozo y alegría; que se regocijen los huesos que has quebrantado. Esconde tu rostro de mis pecados, y borra todas mis iniquidades. Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí.” Dios es el que concede el arrepentimiento (Hechos 11:18; 2 Timoteo 2:25), y así hemos de venir ante Él con las manos vacías, humildad y un corazón contrito, y Él hará el cambio. El Salmo 51:16-17 dice: “Porque no quieres sacrificio, que yo lo haría; No quieres holocausto. Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios.”
En segundo lugar, el arrepentimiento genuino no se centra en el hombre, sino en Dios. Cuando el supuesto arrepentimiento es motivado por razones egocéntricas, centradas en uno mismo, o trata de evitar meramente las consecuencias del pecado; ese arrepentimiento es falso. Saúl se centró en sí mismo, mostrando que no se había arrepentido genuinamente. Así lo leemos en 1 Samuel 15:24-30 cuando Samuel no quiso volver con él ante los ancianos para honrarle y adorar juntos, entonces Saúl no le dejó irse y le rasgó el manto. Quería salirse con la suya, no recibir meramente el perdón de Dios. Estaba centrado en sí mismo.
El verdadero arrepentimiento está preocupado por la ofensa que se ha causado a Dios. Esa afrenta no se intercala entre nosotros y nuestros planes, metas, familia o cualquier otra cosa. Ese agravio se interpone entre nosotros y Dios, eso es lo importante. El pecado de David había sido una ofensa a Dios, primera y principalmente; como todos los pecados (2 Samuel 11:27). Y así lo entendió David auténticamente arrepentido, cuando en el Salmo 51:4 afirma: “Contra ti, contra ti sólo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos.” El arrepentimiento genuino se centra en Dios, no en el hombre.
Además, en tercer lugar, el arrepentimiento genuino no es pasajero, sino definitivo. Judas tuvo un remordimiento temporal tras entregar a Jesús. De hecho, en Mateo 27:3-5 parecía que estaba arrepentido cuando fue a devolver el dinero. Sin embargo, al no conseguir el bálsamo que buscaba para su remordimiento, decidió acabar con su vida.
Cuando Dios nos concede arrepentimiento de una manera sobrenatural no es algo pasajero o una mera reacción emocional, sino que perdurará y llevará a cambios en la vida guiados por lo que dice en su Palabra. 2 Corintios 7:9-10 afirma: “Ahora me gozo, no porque hayáis sido contristados, sino porque fuisteis contristados para arrepentimiento… Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, sin dejar pesar; pero la tristeza del mundo produce muerte.” El arrepentimiento genuino perdura, no es una mera reacción emocional temporal (Salmo 51:3).
En cuarto lugar, el arrepentimiento verdadero no son sólo buenas intenciones, sino que confiesa y abandona su pecado. El joven rico tenía buenas intenciones. La Palabra en Marcos 10:17-22 nos dice que en su interacción con Jesús quería saber cómo heredar la vida eterna. Sin embargo, no estaba dispuesto a seguir lo que Jesús le pedía, porque creía que era lo suficientemente bueno, y pensaba que sólo tenía que hacer algo más para ganarse el cielo. El joven rico, ni confesó su pecado, ni tampoco estuvo dispuesto a hacer lo necesario para seguir a Jesús.
Ahora, el verdadero arrepentimiento confiesa y abandona su pecado. No sólo lo reconocemos, sino que lo confesamos y nos apartamos por la gracia y misericordia de Dios. Y esa tristeza según Dios, como dice 2 Corintios 7:11, es una tristeza piadosa que lleva a reconocer, confesar y abandonar el pecado por el que se caracterizaba nuestra vida anterior. Proverbios 28:13 afirma “El que encubre sus pecados no prosperará, mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia.”
En palabras de Charles Spurgeon, pastor británico del S.XIX conocido como el Príncipe de los Predicadores: “El pecado y el infierno están casados, a menos que el arrepentimiento declare el divorcio.” El arrepentimiento no es opcional para acceder al reino de los cielos. Hechos 17:30-31 concluye: “Dios declara ahora a todos los hombres, en todas partes, que se arrepientan, porque Él ha establecido un día en el cual juzgará al mundo en justicia.” Hoy es el momento para arrepentirse, para confesar y abandonar tu vida pecaminosa y volverte a Dios. Y si ya lo has hecho, entonces es el día para esparcir el mensaje encomendado y que comienza por su primer elemento indispensable: “Arrepentíos”.
El mensaje de Jesús nos deja los dos elementos indispensables del mensaje de la Gran Comisión. El primero de ellos es el arrepentimiento genuino. El segundo elemento indispensable del mensaje encomendado es la fe genuina, pero este lo trataremos en un próximo artículo… ¡si Dios quiere!