No es exagerado decir que la principal característica de una iglesia evangélica es el propio Evangelio. Jesús, el Señor de la iglesia, dio un mandato claro a todos Sus discípulos, que determina la existencia de la iglesia en el mundo: “Id pues, y haced discípulos de todas las naciones…” (Mateo 28:19). Y, al observar la actitud de los apóstoles y de las primeras iglesias, es obvio que entendieron el mandato, y lo obedecieron con toda convicción. Predicaron el mensaje del Evangelio, el único que tiene poder para transformar pecadores, y hacer verdaderos discípulos de Jesucristo.
Y, como resultado, es difícil encontrar una iglesia evangélica que no enfatice el Evangelio. El mandato está claro. Pero, lo que no parece estar tan claro es el método. Ahí es donde uno llega a observar distinciones y discrepancias entre las iglesias evangélicas, en cuanto a cómo hacer discípulos, en cuanto a qué decir, a cómo comunicar, y a qué hacer con los discípulos. Parte del problema podría ser que es fácil desanimarse si uno no ve resultados, o si uno tiene expectativas erróneas. Y entonces es cuando la tentación surge en cuanto al método de evangelizar. Por eso es triste observar una iglesia que no enfatice el método que el Señor también estableció. Para algunos parece como si Cristo diera el mandato a la iglesia, pero no el método. Parece como si tuviéramos libertad de decidir cómo lo vamos a comunicar, o qué partes del mensaje vamos a comunicar, según la respuesta de los que escuchan, o según el “éxito” de otros métodos, adaptados a diferentes culturas y diferentes tiempos.
- El método de Dios es exclusivo
Frente a este panorama, la Escritura nos recuerda en pasajes como 1ª Corintios 2:1-5 que los apóstoles entendieron claramente que no se les había dado tal libertad de cambiar el método de Dios en el discipulado. En un contexto en el que la sabiduría humana predominaba, Pablo les recuerda a los Corintios que se presentó ante ellos confiando en un sólo método, para obedecer el mandato de Jesús a Su iglesia: “Pues nada me propuse saber entre vosotros, excepto a Cristo, y este crucificado” (2:1). Este es un claro ejemplo de cómo un fiel siervo de Cristo no se dejó llevar por las circunstancias sociales y culturales, a la hora de obedecer el mandato. No se planteó modificar el método, ni se preocupó de su éxito en términos humanos.
Y esto creo que debe animarnos a perseverar en el método de Dios en el discipulado, para no dejarnos llevar por los resultados ni por las estrategias basadas en la sabiduría y el poder de los hombres. ¿Por qué Pablo no cambió el método, a pesar del feroz rechazo de algunos que, trataron incluso de acabar con su vida? ¿Por qué Pablo se mantuvo fiel al método, a pesar del firme rechazo de otros, que lo consideraban absurdo? (1ª Corintios 1:18-25). Porque, en sus propias palabras: “la necedad de Dios es más sabia que los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que los hombres.” (25). Dios no necesita nuestra ayuda para establecer el método que cumple con Sus propósitos. Por medio de la ironía, Pablo resalta que la sabiduría y el poder de los hombres no puede compararse con la sabiduría y el poder de Dios.
Dios no ha puesto Su poder en el mensajero. El poder está en el mensaje. Eso es lo que Pablo enfatiza al mencionar el mensaje de Cristo crucificado (2:1-2), o al describirlo como la palabra de la cruz (1:18). El método válido tiene que transmitir claramente las implicaciones de la vida perfecta y de la muerte sustitutoria de Cristo. Cómo sólo Jesús puede sustituir al pecador en su justo castigo; como sólo Jesús puede satisfacer la justa ira de Dios sobre el pecador (Romanos 1:18); y como sólo Jesús puede separar al pecador arrepentido de su condena merecida. El amor inmerecido de Dios “brilla”, cuando resaltamos la ira merecida de Dios.
- El método de Dios es eficaz
No hay otro método que Dios respalde que aquel que predica todo el mensaje de Dios, y que confía en todo el poder de Dios. Pablo no tuvo que hacer un estudio sociológico de los Corintios, ni tampoco planificó una actividad pre-evangelística, porque sabía que el método de Dios cumple la voluntad de Dios (1:30). Pablo reconoció su propia debilidad, para resaltar el poder de Dios (2:3-4). Aquí es donde entra en juego nuestra comprensión de la soberanía de Dios en la salvación, si realmente creemos las certísimas y cruciales verdades de que el ser humano no puede salvarse a sí mismo, y de que para Dios nada es imposible. Y no nos equivoquemos, porque la sabiduría y los métodos humanos pueden convencer a muchos, pero esa es la triste realidad de miles de personas que se consideran cristianas, porque hacen ciertas cosas, o porque han tomado una decisión en un momento puntual de sus vidas, pero que, en realidad, no son verdaderos discípulos de Cristo, porque no han sido transformados a través del único método que demuestra la sabiduría y el poder de Dios.
- El método de Dios es excelente
Pablo estaba muy centrado en que la fe de los Corintios “no descanse en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios” (2:5). Porque el único método que demuestra el poder de Dios por medio del Espíritu de Dios es la predicación fiel del testimonio de Dios. El método de Dios es excelente, porque no solo efectúa la voluntad de Dios, sino que también ensalza la gloria de Dios. Y si nuestro mayor interés es que Dios sea glorificado, entonces nuestro mayor énfasis será el método de Dios.
Despreciar el método de Dios es despreciar la sabiduría y el poder de Dios. Así que, nos toca reflexionar con reverencia, no sea que, queriendo enfatizar el Evangelio, estemos devaluando su poder por medio de estrategias y métodos que elevan la sabiduría humana por encima de la incuestionable sabiduría de Dios. Seamos fieles al Señor, no solo obedeciendo Su mandato, sino también siguiendo Su método, confiando en Su mensaje, y buscando Su gloria. Como dijo Juan Calvino, “La majestad de Dios está indisolublemente conectada a la predicación pública de Su verdad. Si a su Palabra no se le permite tener autoridad, es lo mismo que ser Él mismo echado del cielo por quienes le menosprecian.”