Hace un tiempo paseando con mi esposa, nos topamos con una esquela pegada en una farola. Ver esquelas en la calle es algo bastante común en España, y más aún si vives en zonas rurales como nosotros. Esta esquela rezaba: «Falleció cristianamente … después de recibir los auxilios espirituales». Es decir, ante las puertas de la muerte, el moribundo fue auxiliado por un sacerdote católico, que, entre otros, le confesó los pecados, y le confirió la extremaunción, es decir, el clérigo rezó por el perdón de sus pecados.
En los 10 minutos que tardarás en leer este artículo, unas 1200 personas fallecerán en el mundo. Según las estadísticas, alrededor de 32% de ellas se consideran cristianas, lo que nos dejaría con 384 personas fallecidas en este tiempo que se llaman a sí mismos, «cristianos». Es imposible saber con certeza cuántas de estas personas son verdaderamente nacidos de nuevo… aquí tienes una pista… pero, con toda seguridad, y trágicamente, no todas ellas habrán fallecido cristianamente.
Algo muy parecido ocurre entre el enésimo intercambio entre Jesús y los líderes judíos en Juan 8:21-30. Ellos están rechazando al Mesías de una manera descarada y con todo… ¡pensando que tienen el cielo asegurado! Invito al lector a observar desde este texto tres maneras cómo las personas rechazan a Cristo al tiempo que asumen que son creyentes verdaderos.
1. Seguir a un salvador ficticio
Jesús dice, v.21: … «yo me voy, y me buscaréis, y moriréis en vuestro pecado; adonde yo voy, vosotros no podéis ir. «Me buscaréis» no significa es que ellos van a genuinamente buscarle como único Salvador. Eso lo deducimos porque Jesús claramente les dice que, a pesar de tal búsqueda, morirán en pecado, no podrán ir al cielo con Él. En otras palabras, ante la perspectiva de la muerte, estos judíos intentarán aferrarse a un salvador, a un mesías… pero equivocado, ficticio. Porque han rechazado al verdadero: a Jesucristo.
Muchas personas se llaman a sí mismas «cristianas», pero, a la hora de la verdad… erigen un salvador a su imagen y semejanza y no creen en el Salvador de la Biblia. No importa cuánto uno se llama a sí mismo «creyente» o «cristiano». No importa cuándo quiera una persona ir al cielo… no querrá estar allí con el Cristo de las Escrituras y morirá eternamente en su pecado.
2. Rechazar al Salvador verdadero
El rechazo continúa por parte de los judíos. En estos versículos vemos a un grupo de creyentes (o eso creen) caracterizados por su:
Burla. Se ríen del Señor a la cara cual pandilleros a su víctima: v.22: «¿acaso se va a suicidar?» dicen en tono jocoso. Irónicamente, son ellos los que se están suicidando espiritualmente.
Mundanalidad. Jesús les acusa, v.23, de: «ser de este mundo». Esto no significa que ellos vivan en este mundo, sino que tienen una mente mundana.
Incredulidad. En el v.24 Jesús reitera que morirán en sus pecados porque no creen que Él es el «Yo Soy», el verdadero Dios-hombre. Dios salva. Dios perdona. Pero Dios no perdonará a aquel que insiste en vivir bajo el pecado de la incredulidad. Dios no perdona el rechazo a su Hijo Jesús
Ignorancia. Ellos preguntan, «¿tú quién eres?» (v.25), pero no quieren creer ni oír la contestación de Jesús porque «su ignorancia es voluntaria y obtusa».[1]
Ceguera. A pesar de tener al mismísimo Mesías delante de sus propias narices, ellos, v.27, «no comprendieron». Pero este no comprender no significa que están deseando conocer a Jesús, pero no pueden entender por mucho que se esfuercen que Jesús viene del Padre y es «uno» con el Padre. En otras palabras, el problema no es que no entienden teología. No, son ciegos voluntarios. Su voluntad es no creer. Y para el ciego total, la luz y la oscuridad son iguales.
Hace un tiempo, mi esposa volaba para visitar a su familia en los EEUU. En su ruta, el avión pasó justo por encima de nuestra ciudad a la hora de la salida del colegio. Así, cuando le dije a mis hijos: «si miráis al cielo, veréis el avión de mamá pasar». Pero como el cielo estaba cubierto de nubes, uno de ellos me dijo: «papá, ¡es imposible! el avión no pasa por encima porque no lo puedo ver». El avión estaba allí, pero las nubes impedían ver ese avión, así que, para uno de ellos, el avión «no existía».
La niebla que ciega la mente del incrédulo le lleva a suicidarse espiritualmente. A creer en cualquier cosa. A erigir sistemas de pensamiento que, aún ridículos, pretenden desbancarle de su divinidad. El ser humano va a atacar, argumentar, auto-convencerse, convencer a otros, burlar, ignorar, seguir a un salvador ficticio, rechazar al verdadero con tal de no seguir un Jesús que demostró tanto en vida como en muerte que Él es Dios. Y, aunque parezca mentira, hay personas así que asisten a nuestras iglesias. Quizá son más sofisticados, quizá dicen o cantan «Señor, Señor», pero en el fondo del corazón, rechazan a Cristo… y Él no los conoce (Mateo 7:21-23).
3. Creer en el Salvador Verdadero… con la motivación incorrecta
Juan comenta: «al hablar estas cosas, muchos creyeron en Él». Me quedan unas pocas palabras para convencer al lector de que este comentario realmente significa que NO creyeron en Él. Todo el que haya leído a Juan con cierta profundidad va a darse cuenta de que, para el Apóstol, una cosa es «creer» y otra es «creer». Y este es uno de esos casos donde el autor, magistralmente, nos muestra por el contexto que ellos creyeron en Él… por las razones equivocadas. Así, Juan demuestra a partir del v.31 que este creer es falso:
- Jesús dice a esas mismas personas: «procuráis matarme» (v.37).
- Ellos le insultan (v.41); y le dicen q tiene un demonio (v.48).
- Jesús les dice que su padre no es Dios, sino el diablo (v.44)
- Para finalmente decir: «no me creéis» (v.45).
Creer no bíblicamente es creer con las motivaciones erróneas. Juan principalmente muestra cómo muchos creían en Jesús a la manera: «por interés te quiero Andrés», por lo que podían recibir de Él. Por el contrario, creer bíblicamente es comprometerse con Cristo, con el Cristo de las Escrituras, y confiar en Él. La otra creencia es una mera aprobación intelectual.[2]
Mi deseo con este artículo no es traer al lector dudas de su salvación, sino que crezca en su entendimiento de que, al tiempo que confía en que puede tener absoluta seguridad en que Cristo compró su redención y nada ni nadie nos podrá separar de Él (Rom 8:38-39), somos también llamados a examinar nuestro corazón para asegurarnos de que estamos siguiendo al Salvador de las Escrituras, no a otro.
La salvación no está en Berea. La salvación no la da la iglesia, ni ninguna denominación. La salvación sólo se encuentra en Jesucristo. Pero no en el que uno asume desde motivaciones erróneas, sino en el verdadero Jesús que la Biblia nos muestra. Solo en Él podremos morir cristianamente. Todo lo demás es asumir incorrectamente, y eso es un suicidio espiritual.
[1] Leon Morris, John.
[2] James Montgomery Boice, El Evangelio de Juan: un comentario expositivo (Grand Rapids, MI: Baker Books, 2005), 639.