Como hombres, nuestra vida en la iglesia resulta multifacética con una abundancia de acciones y actitudes, responsabilidades y retos que hay que enfrentar. Y en todos ellos somos exhortados por el apóstol Pablo en 1 Corintios 16:13:“Estad alerta, permaneced firmes en la fe, portaos varonilmente, sed fuertes.” El hombre de Dios debe portarse varonilmente, y ser fuerte en toda su vida, y eso incluye también su vida en la iglesia.

Pero, ¿qué significa portarnos varonilmente en la iglesia? En una cultura en la que se habla tanto de ese tipo de hombre independiente, fuerte y autónomo, o, para usar el lenguaje de hoy, del “macho alfa”, podemos ser tentados a pensar que “portarnos varonilmente” en la iglesia implica actuar según este estándar. Sin embargo, las Escrituras confrontan esta perspectiva mundana, y nos propone un mejor camino, y un mayor mandato, el de seguir el ejemplo de nuestro Señor y ser siervos humildes en la iglesia.

  1. Sé humilde

Lo fácil y lo natural es ser orgulloso, y ponerse a uno mismo por encima de los demás. Pero el reto para el hombre de Dios está en luchar con su orgullo y en humillarse. En muchas ocasiones en la Biblia, el hombre de Dios es llamado a humillarse en la iglesia, ante los ancianos, delante de otros creyentes, y, por supuesto, frente a Dios. 1 Pedro 5:5 dice: “Asimismo, vosotros los más jóvenes, estad sujetos a los ancianos.”  Sujetarse (ὑποτάγητε) implica sumisión voluntaria. Los que son “más jóvenes” (en edad y en la fe) que los ancianos, los que están bajo su autoridad, son llamados a someterse al liderazgo que Dios ha designado para pastorear y velar por la congregación (1 Pedro 5:2-3).

Así que el hombre de Dios no busca lo suyo, ni demanda nada para sí en la iglesia. No se queja ni se rebela contra los ancianos, sino que se somete a ellos. Y, como una oveja que forma parte del rebaño de Cristo, no se mantiene alejado del cuidado pastoral de los ancianos. En nuestro orgullo, fácilmente erigimos una muralla impenetrable que evita que otros sepan nada de nuestro estado espiritual, y cuando nuestros líderes nos preguntan acerca de ello, apelamos a la respuesta clásica: “bien.” Pero el hombre de Dios no se cierra ante el cuidado espiritual de los ancianos, sino que se deja pastorear por ellos, exponiendo su corazón y buscando su ayuda, consejo y oración.

Sin embargo, esta exhortación a la humildad no se limita solo a los más jóvenes, porque Pedro sigue diciendo en el v. 5: “…y todos, revestíos de humildad en vuestro trato mutuo.” Lo que debe marcar nuestra relación con otros creyentes en la iglesia es la humildad, una humildad que considera “al otro como más importante que a sí mismo, no buscando…sus propios intereses, sino más bien los intereses de los demás” (Fil. 2:3-4). Esta humildad no se centra en uno mismo, sino que se interesa en los otros, principalmente en lo que toca a su bienestar espiritual, imitando así a nuestro Señor Jesús (Fil. 2:5-8). Y cuando otros inevitablemente pequen contra él, en lugar de orgullo o ira, el hombre de Dios responde en humildad y perdón, sabiendo que a él mismo se le ha perdonado una deuda mucho mayor (Mateo 18:23-35).

Este tipo de humildad va en contra de la cultura que nos rodea, pero resulta necesaria para el hombre de Dios en la iglesia, porque“Dios resiste a los soberbios, pero da gracia a los humildes” (1 Pedro 5:5). Mientras el mundo espera a los “machos alfa”, el hombre de Dios se somete a los ancianos, se humilla en su trato con otros creyentes y ante Dios, obedeciendo el mandato de 1 Pedro 5:6: “Humillaos, pues bajo la poderosa mano de Dios, para que El os exalte a su debido tiempo.”

  1. Sé un Siervo

Pero esta humildad que se humilla ante Dios y los otros, que pone los intereses de los demás primero, no solo es una actitud interna, sino que produce una acción externa, la acción de servir, siguiendo los mandatos y el ejemplo de Jesús (Fil 2:5-8).

Durante su ministerio terrenal, en repetidas ocasiones los discípulos de Jesús quisieron exaltarse a sí mismos, buscando engrandecerse y obtener posiciones de honor en el reino (Marcos 10:35-41).  Así que varias veces Jesús tuvo que reprenderles, y enseñarles que “Cualquier de vosotros que desee llegar a ser grande será vuestro servidor, y cualquiera de vosotros que desee ser el primero será siervo de todos” (Marcos 10:43-44). En el orden de este mundo, los que quieren ser grandes buscan ser servidos y enseñorearse sobre otros, pero, en la economía del Reino, somos exaltados al hacernos esclavos de todos. El hombre de Dios no solo se humilla, negando su propia gloria, lo hace para servir a sus hermanos en la iglesia, siguiendo el ejemplo de su Señor, “porque ni aun el Hijo del Hombre vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Marcos 10:45).

Jesús, el Hombre perfecto, es el ejemplo de lo que debemos de ser nosotros, incluso en el servicio a nuestros hermanos. Él fue quien en Juan 13 se humilló, vistiéndose para servir y lavando los pies de sus discípulos. Jesús, el más exaltado, el más digno de ser servido, se humilló para hacer el trabajo del siervo más bajo. Pero después de lavar los pies de sus discípulos, les enseñó seguir SU ejemplo, diciendo: “Si yo, el Señor y el Maestro, os lavé los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis” (Juan 13:14-15). El hombre de Dios sigue el ejemplo del Hombre perfecto, humillándose para servir a sus hermanos, y dar su vida por ellos. Y aquí se encuentra el “límite” bíblico de hasta donde debería llegar nuestro servicio. Porque, como dice el apóstol Juan, ya que“El puso su vida por nosotros, también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos” (1 Juan 3:16).

El reto de ser hombre en la iglesia es el de negar la perspectiva y el estándar que este mundo nos ofrece, y trata de imponernos. Uno que busca, sobre todas las cosas, la exaltación de sí mismo. En lugar de esto, en Cristo, tenemos y nos debemos a la posibilidad de escoger un camino mejor—el suyo, humillándonos, y poniendo nuestras vidas al servicio de nuestros hermanos.

Joseph Grewe

Autor Joseph Grewe

Joseph Grewe tiene una Maestría en Divinidad por The Master’s Seminary y sirve al Señor en la Iglesia Evangélica de León. Joseph está casado con Hannah y tienen 2 hijas.

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