En 1942, durante la 2ª Guerra Mundial, el ejército japonés tomó el control de un colegio cristiano en Chefoo para utilizarlo como albergue para sus soldados. Alrededor de 300 niños fueron trasladados a un centro de reclusión donde permanecieron separados de sus padres por varias semanas. Uno de esos niños, David Mitchell, escribió en sus memorias: “Nos habíamos despertado temprano esa mañana y estábamos juntos en nuestra habitación, agarrando lo que podíamos llevar con nosotros … Cuando oímos los gritos de los soldados afuera supimos que pronto nos sacarían de nuevo y seríamos llevados. La señorita Ailsa Carr, directora de la escuela abrió la Biblia y leyó el Salmo 93:1, ‘El Señor reina’. Y luego nos dijo: ‘No necesitamos tener miedo. Dios es nuestro Rey y Él tiene el control’.[1]
Este es precisamente el eslogan del libro de Ester, donde se narra el drama del pueblo judío en el exilio bajo el imperio persa (siglo V a.C.), cuando ven que sus vidas son amenazadas de muerte, debido al complot de Amán y el consecuente decreto del rey Asuero. Ante una inminente exterminación, el autor presenta una reversión inesperada de la situación que concluye con una memorable victoria final.
El libro nos enseña que más allá de los planes o intenciones del ser humano, hay un Dios Soberano que orquesta los eventos. Un Dios que es Rey de reyes y lleva a cabo Sus propósitos y designios. Un Dios que jamás descuida nada ni a nadie. Y el autor lo evidencia por medio de una serie de enfáticos contrastes a lo largo de la trama.
La Supremacía de Dios
Una de las cosas que más llaman la atención del libro de Ester es la descripción detallada y la mención reiterativa de la figura del rey (Ester 1:1-9). Asuero era rey del imperio más poderoso sobre la tierra, superior a los grandes de Persia y de Media, y poseedor de las mayores riquezas y gloria. Es mencionado 190 veces en los 167 versículos del libro. El autor quiere dejar claro que Asuero es el rey del imperio más poderoso de la tierra en aquel tiempo.
Y esto contrasta enormemente con el hecho de que Dios no es mencionado ni una sola vez a lo largo de la narrativa. Ester y Cantar de los Cantares son los únicos libros de la Biblia donde no aparece el nombre de Dios. La ausencia del nombre de Dios contrasta con la repetición enfática del rey Asuero. Sin embargo, la historia del libro muestra que, aunque Asuero es descrito como el rey más grandioso y majestuoso sobre la tierra, enseguida su palabra es desautorizada, es tenido en poca estima y menospreciado (Ester 1:10-19).
Aunque el nombre de Dios está ausente, Su mano está presente. Aunque Su gloria está oculta, Su autoridad resplandece. Aunque Sus riquezas no se ven, éstas son eternas. Y Él lleva a cabo Su voluntad. Por eso, la actitud rebelde de Vasti conllevó que Ester fuese elegida reina en su lugar (Ester 2:17). El Dios supremo hace todas las cosas para llevar a cabo Sus propósitos (Efesios 1:11; Salmo 135:6).
La Eternidad de Dios
Otra evidencia de la soberanía de Dios la observamos en el hecho de que el libro de Ester manifiesta que el gobierno de Dios no es temporal. No se produjo gracias a la reina Ester. El gobierno de Dios es un reino eterno. El domina desde la eternidad pasada, hasta la eternidad futura. Dios nunca ha dejado de reinar. Y esta verdad la observamos mediante el contraste que el autor establece entre Amán y Mardoqueo.
Mardoqueo es presentado reiterativamente en el libro como judío, concretamente de la tribu de Benjamín, pariente del rey Saúl, primer rey de Israel, y quien tuvo que luchar con Amalec. Por otro lado, Amán también es distinguido enfáticamente como agagueo, es decir, descendiente de Agag, rey de Amalec, el pueblo de los amalecitas. Los amalecitas fueron los primeros en luchar contra el pueblo de Israel después de que éste salió de Egipto y se caracterizaron por ser enemigos de los israelitas atacando el trono de Jehová (Éx.17:8-16). Por eso, Dios prometió que raería del todo la memoria de Amalec y que tendría guerra con ellos de generación en generación para mostrar así Su supremacía.
Esta lucha, presente en el libro de Ester, evidencia la continua batalla entre Dios y los que se oponen a Dios. Es por ello por lo que el libro de Ester funciona como un recordatorio de lo que Dios prometió en el Edén a la serpiente (Gen.3:15). Nos recuerda que Dios reina eternamente y que la simiente de la mujer vence y vencerá por siempre a la simiente de la serpiente (Sal.45:6). Por eso, Zeres, la mujer de Amán, reconoció: “Si Mardoqueo, delante de quien has comenzado a caer, es de descendencia judía, no podrás con él, sino que ciertamente caerás delante de él” (Ester 6:13). Por eso, el apóstol Pablo pudo decir a la iglesia en Roma, “Y el Dios de paz aplastará pronto a Satanás debajo de vuestros pies” (Rom.16:20).
La Autoridad de Dios
En tercer lugar, el libro presenta al rey Asuero como quien tiene autoridad sobre todo el Imperio Persa. Él tiene autoridad para desterrar, para decretar, para honrar, para enriquecer, e incluso para quitar la vida. Pero es interesante notar queel libro muestra una autoridad superior. El autor quiere hacer notar que detrás del telón, oculto de la escena, es Dios quien tiene la autoridad.
Una de las cosas que evidencia esto es el énfasis en los edictos irrevocables del rey. El término “edicto” se menciona 20 veces en el libro de Ester (22 veces en todo el Antiguo Testamento), y manifiesta la autoridad de quien lo decreta. Pero es interesante observar que las 3 veces que el rey Asuero escribe un edicto, lo hace siempre siguiendo el consejo o manipulación de otro (Ester 1:19-21; 3:8-11; 8:3-8). Asuero decreta, pero él no es la autoridad sobre la historia. Como dice Proverbios 21:1, “Como canales de agua es el corazón del rey en la mano del Señor; Él lo dirige donde le place”.
Conclusión
Dios tiene el control absoluto de todas las cosas. No hay nada fuera de su dominio. Dios está siempre en el puesto de mando y nada sucede sin Su autorización. Aun en medio de la tragedia, en medio del sufrimiento, en medio del desconcierto, Dios dirige todas las cosas porque Él es soberano. Levantemos nuestros ojos al cielo y adoremos al Rey. Caigamos rendidos ante Sus pies reconociendo Su soberanía.
[1] David Michell, A Boy’s War (Singapore: Overseas Missionary Fellowship, 1988), 56.