LA IMPORTANCIA DE LA PREPARACIÓN PARA PREDICAR
¿Dejarías que una persona que nunca ha estudiado medicina te hiciera una operación a corazón abierto? ¿Subirías a un avión si te enteras de que el piloto es un niño de 4 años que no sabe ni leer ni escribir? Cualquier persona en su sano juicio respondería que no a estas dos preguntas, es más, estoy seguro de que estas preguntas nos parecen ridículas. No se puede realizar una cirugía o pilotar un avión de cualquier manera. Se necesita preparación para realizar ambas cosas. De igual manera, no se puede predicar de cualquier manera la Palabra de Dios.
Si realizar una cirugía o pilotar un avión sin preparación ponen en riesgo la vida, una predicación sin preparación pone en riesgo el alma, lo que es mucho más grave. De la misma manera que el cirujano tiene que manejar con precisión su bisturí para operar, o que el piloto tiene que manejar con precisión los controles del avión para volar, el predicador tiene que manejar con precisión la Palabra de Dios para exponerla adecuadamente, y esto solo es posible mediante una buena preparación teológica por medio de un estudio profundo y serio de las Escrituras.
Un ejemplo de la necesidad de estudiar para enseñar la Palabra lo tenemos con Pablo y Timoteo.
Pablo había dejado a Timoteo como pastor en la iglesia de Éfeso. Timoteo estaba enfrentando serios problemas en la iglesia debido a discusiones doctrinales derivadas de un desconocimiento de la Palabra de Dios. El problema de la iglesia de Éfeso era, en último término, un problema hermenéutico. Estaban discutiendo acerca de doctrinas extrañas, de mitos, de genealogías interminables, todo lo cual que derivaba en discusiones inútiles que no solo no edificaban, sino que además estorbaban al avance del plan de Dios (1 Timoteo 1:3-7). En contraste con los que contendían sobre palabras que nada aprovechan, Pablo muestra a Timoteo que un buen predicador es el que sabe interpretar correctamente la Palabra de Dios, y le dice: “Procura con diligencia presentarte ante Dios aprobado como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que maneja con precisión la palabra de verdad” (2 Timoteo 2:15).
La Biblia es nuestra norma suprema de fe y conducta, reconocemos la autoridad y la suficiencia de la Palabra de Dios, y es por eso que no podemos predicarla de cualquier manera. El buen predicador no es alguien que está contendiendo sobre palabras, sino que es alguien que está preparado para interpretar adecuadamente la Palabra de Dios, que tiene un conocimiento preciso de las Escrituras, que maneja con precisión la Palabra de Verdad, y esto solo lo puede lograr por medio de una preparación profunda en el estudio de la Palabra de Dios.
Los predicadores tenemos que estudiar para enseñar porque “Toda la Escritura es inspirada por Dios” (2 Timoteo 3:16). Cuando estudiamos la Biblia no lo hacemos para aumentar nuestro conocimiento, ni para ser más elocuentes delante de los demás. Estudiamos al Biblia porque ha sido inspirada de Dios, porque es la forma en la que Dios ha decidido soberanamente revelarse a nosotros.
Por otra parte, el Espíritu Santo movió a los escritores de la Biblia a que escribiesen exactamente lo que Dios quería comunicarnos (2 Pedro 1:21). Por lo tanto, los predicadores somos simplemente heraldos de Dios, somos mensajeros de Dios. No estamos llamados a exponer nuestras ideas u opiniones, sinos que debemos proclamar únicamente el mensaje que Dios ha querido transmitir, y para ello es necesario un entendimiento correcto de la Palabra de Dios. Como mensajeros de Dios no podemos ser negligentes y arriesgarnos a comunicar un mensaje diferente al que Dios ha querido comunicar, sino que debemos procurar con diligencia, es decir, tratar con todas nuestras fuerzas, de presentarnos aprobados ante Dios al trazar y exponer Su mensaje con claridad.
Debemos estudiar para enseñar porque para predicar fielmente cualquier texto de la Palabra, antes tenemos que entender qué es lo que el autor original quiso comunicar a la audiencia original, en su contexto histórico-geográfico-cultural, analizando el idioma original en el que el texto fue escrito, ya que solo de esta manera podremos estar seguros de entender la verdad que Dios ha querido comunicar en ese texto, y solo así podremos aplicar dicha verdad correctamente a nuestros días. Este entendimiento no nos viene por “ciencia infusa”, sino que es el fruto de un estudio diligente de la Palabra, por supuesto siempre fundamentado en la oración y siempre en dependencia de la guía del Espíritu Santo.
Aunque el tema principal de este breve artículo se centra en la predicación, me gustaría terminar yendo un paso más allá. Estudiar para enseñar no es simplemente prepararse para ser un buen maestro, sino que es prepararse para ser un buen cristiano. Nuestro deseo de prepararnos para interpretar correctamente las Escrituras ha de nacer de un amor por Dios que quiere profundizar en una relación íntima con Él y del deseo de aplicar dicho conocimiento en una vida de crecimiento espiritual que camina en santidad, de acuerdo a Su voluntad, y buscando darle al Señor la gloria en todo lo que hacemos.
“Si me amáis, guardaréis mis mandamientos” (Juan 14:15).