Puede ser que entre todos los mandamientos de Cristo para su Iglesia, no haya ninguno más difícil para nosotros de obedecer que el de proclamar el Evangelio. Claramente tenemos este mandato de ser testigos de Cristo (Hechos 1:8), predicar el arrepentimiento para el perdón de los pecados por medio de él (Lucas 24:47), y hacer discípulos de todas las naciones (Mateo 28:19), gozándonos en su presencia (Mateo 28:20), y siendo empoderados por Su Espíritu (Hechos 1:8). El creyente desea cumplirlos consistentemente, aunque muchas veces nos quedamos cortos. Por lo tanto, en nuestro deseo de ser obedientes, tomamos clases de evangelismo, hacemos campañas evangelísticas, nos esforzamos en la oración (Colosenses 4:3) y en buscar oportunidades con los que nos rodean.
Sin embargo, estas temporadas de celo y actividad evangelísticas suelen menguar con el paso de las semanas, y el evangelismo termina siendo algo que cumplimos esporádicamente. Como resultado, tendemos a vivir con un sentido (secreto) de culpabilidad, reconociendo que debemos, y queremos hacer más que cumplir este mandato de manera puntual u ocasional. Entonces la pregunta es: ¿cómo podemos crecer en obediencia consistente al mandato de proclamar el Evangelio?
La respuesta sencilla es ser transformados por la renovación de nuestra mente (Romanos 12:1-2) para reconocer que el evangelismo no es una actividad puntual, sino que es una manera de vivir arraigada en la identidad de todo Cristiano como partícipes en el Nuevo Pacto. Este el principio que el apóstol enseña en 1 Pedro 2:9: “Pero vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido para posesión de Dios, a fin de que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable.”
- Participación en el Nuevo Pacto
Ser Cristiano implica ser partícipe en el Nuevo Pacto (Lucas 22:20). Desde los primeros versículos de capítulo 1, Pedro enfatiza nuestra participación en el Nuevo Pacto, presentando cuatro elementos que nos informan de la inauguración del Pacto Mosaico: Somos elegidos según el previo conocimiento de Dios Padre (cf. Ex 19:4-6), por la obra santificadora del Espíritu (cf. Ex 19:10-15), para obedecer a Jesucristo (cf. Ex 19:7-8, 24:3,7), y ser rociados con su sangre, así inaugurando el pacto (cf. Ex 24:8). Los creyentes de estas iglesias entendían que Pedro enfatizaba su nueva identidad al ser unidos al Pueblo de Dios bajo el Nuevo Pacto por medio de Cristo.
En 1 Pedro 2:9, Pedro sigue enfatizando esta nueva identidad gloriosa, usando más lenguaje que surge de Éxodo 19. Los creyentes son un “linaje escogido” (Ex 19:4-6). En Su soberanía, Dios elige a algunos para la salvación mediante la fe en Jesucristo, mientras otros tropiezan sobre la Piedra Angular según fueron destinados (1 Pedro 2:6-8). Esta elección a la salvación por el nuevo nacer (1 Pedro 1:3), marca al creyente como uno a quien Dios ha amado con amor especial para que seamos Sus hijos por medio de Cristo (1 Juan 3:2). Pero no solo somos hijos, también somos un “real sacerdocio” (cf. Ex 19:6). En unión con Jesucristo nuestro Rey y Sumo Sacerdote, Él “hizo de nosotros un reino y sacerdotes para Su Dios y Padre” (Apocalipsis 1:6). Como “real sacerdocio”, ofrecemos “sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo” (1 Pedro 2:5).
Además, Pedro declara que somos una “nación santa” (cf. Éxodo 19:6), y “un pueblo para posesión suya” —o en las palabras de Éxodo 19:5—su “especial tesoro entre todos los pueblos”. Pedro declara que nuestra existencia se define por ser la posesión de Dios: somos “santos”, apartados por Dios, para Su servicio y gloria.
Pedro comunica con claridad las glorias de nuestra nueva identidad como partícipes en el Nuevo Pacto: somos escogidos por Dios, para servirle como un real sacerdocio, apartados para ser Su posesión y para Su servicio.
- El propósito de participación en el Nuevo Pacto
Pedro revela al final de 1 Pedro 2:9 que esta nueva identidad y participación en el Nuevo Pacto tienen un propósito: “a fin de que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable.”
El propósito de Dios para Israel como su tesoro especial bajo el Pacto Mosaico fue proclamar Su gloria entre las naciones (Isaías 43:21), y hacer conocer entre todas las naciones Su salvación (Salmo 67:2). Pero Israel como nación no cumplió este propósito por no tener un corazón nuevo (Deuteronomio 5:29).
Pero es justo con el propósito de proclamar las excelencias de Dios ahora entre las naciones que somos hechos partícipes en el Nuevo Pacto, recibiendo un nuevo corazón y un nuevo Espíritu (Ezequiel 36:25-27), por medio de la circuncisión de Cristo (Colosenses 2:10-13; Deuteronomio 30:6). ¡Nuestra participación en el Nuevo Pacto tiene el propósito de que anunciemos las excelencias de Dios!
¿Cuáles son estas excelencias? La palabra “virtudes” implica tanto las excelencias de Su persona como Sus obras. Pero Pedro enfatiza un aspecto en particular al llamar a Dios, “aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable.” Enfatiza la obra de Dios en nuestra salvación al trasladarnos del dominio de las tinieblas al reino de Su Hijo amado (Colosenses 1:13). Y en el versículo 10 enfatiza aún más esta gloriosa salvación del Dios que toma a pecadores que son separados, alejados, y hostiles a Él, y les muestra misericordia uniéndolos a Su pueblo. La implicación es clara: nosotros que hemos sido reconciliados con Dios por medio de Jesús somos llamados a proclamar esta reconciliación a los pecadores (2 Corintios 5:18-21). Nosotros que hemos recibido misericordia bajo el Nuevo Pacto somos llamados a proclamar esta misma misericordia de Dios a otros pecadores, a fin de que Dios sea glorificado.
Para cada creyente la proclamación del evangelio no es un acto ocasional ni secundario, sino que se encuentra en el centro de su participación en el Nuevo Pacto. Somos llamados a anunciar las virtudes de Dios reveladas en el Evangelio, para que Él sea glorificado.
¡Que el Espíritu nos transforme para pensar y actuar de acuerdo con nuestra identidad como partícipes en el Nuevo Pacto por medio de Jesús!