La niebla de guerra es un fenómeno experimentado por cuerpos militares a lo largo de la historia. Se refiere a la confusión que domina en el calor de la batalla, causada por la falta de clara comunicación y el desconocimiento de la fuerza y actividad del enemigo. Esta confusión conduce a movimientos y ataques equivocados, o aun peor, a la inactividad. Es una neblina invisible pero espesa y confusa, que con frecuencia determina el resultado de la batalla. Y el único remedio consiste en una clara comunicación del rol y las órdenes para cada grupo de soldados.
En la batalla de ser un hombre de Dios en el hogar, existe tal neblina. Este mundo extiende una neblina densa y confusa de ideas sobre el rol del hombre en el hogar que distorsiona y busca destruir el diseño de Dios para la familia. Nos deja desorientados en cuanto a nuestro rol en la batalla y cómo llevarlo a cabo y, al final, nos encontramos atacando a los nuestros o simplemente no haciendo nada. Pero si vamos a cortar la neblina densa y cumplir nuestro rol, entonces, como en cada guerra, la comunicación es esencial. No podemos conformarnos a la espesa “neblina de guerra” de ideas de este mundo (y que han infiltrado la iglesia) que pretenden subvertir y confundir la verdad bíblica. Al contrario, necesitamos ser transformados por la renovación de nuestra mente por la comunicación clara y concreta que nuestro Capitán nos entregó (Rom 12:1-2). Y en esta batalla para liderar en el hogar, la comunicación es clara.
- El reto de entender tu rol
Nuestro Capitán nos ha dado nuestro rol. Las Escrituras nos presentan nuestro papel y cómo llevarlo a cabo con claridad, también en el hogar. Y a pesar de toda la “neblina” que el mundo promueve diciendo lo contrario, este rol para el hombre en el hogar es el de ser cabeza.
Es la verdad que Pablo explica en Efesios cuando llama a los creyentes a caminar de una manera digna del evangelio (4:1), y da el mandato de ser llenos del Espíritu, que implica someternos unos a otros en el temor de Cristo, pero con matices (Ef 5:18-21). Como cristianos, somos unidos con Cristo, siendo él la cabeza, y nosotros todos viniendo a ser miembros de su cuerpo (Ef 1:22-23). Pero dentro de este cuerpo, Dios ha designado relaciones de autoridad y sumisión, y en Efesios 5:22-6:9 Dios va aclarando las relaciones de marido con su mujer (5:22-33), padres con hijos (6:1-4), y amos con sus esclavos (6:5-9). Y el rol del hombre en el hogar es claro: uno de autoridad sobre su mujer y sus hijos.
Efesios 5:22-23 dice: “Las mujeres estén sometidas a sus propios maridos como al Señor. Porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia.” La mujer se somete al marido porque el marido tiene autoridad sobre ella como cabeza, de la misma manera que Cristo es la cabeza de la iglesia. No hay neblina. Dios ha creado el hombre para ser cabeza, líder, autoridad en el matrimonio, y, por extensión sobre los hijos bajo la autoridad de ese matrimonio (6:1-4).
Que el hombre es cabeza no es una verdad aislada o resultado de la caída del hombre. El rol del hombre como cabeza de su esposa se ve desde las primeras páginas de las Escrituras donde Adán fue creado primero según el diseño bueno (Gen 1:31) y soberano de Dios. Este orden en la creación establece la autoridad del hombre sobre la mujer, una realidad que Pablo expone cuando prohíbe que la mujer ejerza autoridad sobre el hombre, “porque Adán fue creado primero, y después Eva” (1 Timoteo 2:13). Es una realidad esencial de la estructura de autoridad establecida por Dios, donde “Cristo es cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, Y Dios la cabeza de Cristo” (1 Cor 11:3).
Las Escrituras son claras: el hombre ha de ser un líder en el hogar según el diseño divino, no es opcional. Tienes esta responsabilidad, lo quieras o no. No se puede delegar. Cada hombre es el líder en su hogar. Y, o estás liderando bien, o mal. Pero eres líder y cabeza por diseño divino.
- El reto de cumplir tu rol
Nuestra función en el plan de batalla es clara. Pero una vez que entendemos nuestro rol como cabeza en el hogar se presenta otro reto. Porque es al cumplir este rol que la confusa neblina de guerra nos afecta otra vez. Porque aun teniendo claro que el hombre es cabeza en el hogar, somos bombardeados con la artillería desorientadora de ideas sobre cómo se ejerce esta autoridad, normalmente en dos extremos: O con mano pesada y autoridad absoluta o en contraste, con autoridad simbólica—yo soy líder, pero ella toma las decisiones.
Con frecuencia vagamos errantes en el campo de batalla, cayendo en estos extremos y sin cumplir nuestro rol. Sin embargo, necesitamos recordar no solamente el rol, sino las órdenes precisas sobre cómo llevarlo a cabo. Porque ser cabeza de tu mujer no significa imponerse con mano pesada (1 Ped 3:7). Tu función no es someter a tu mujer y tus hijos a tí mismo—a ellos se les manda someterse a tu autoridad voluntariamente (Ef. 5:22-24, 6:1-2). Y tampoco somos llamados a un liderazgo pasivo, sino al ejercicio activo de la autoridad que Dios nos ha dado.
Ser hombre en el hogar significa pastorear a tu familia espiritualmente y proveer para sus necesidades, tanto espirituales como físicas. Eres llamado a entregarte proactiva y abnegadamente a tu mujer, lavarla con el agua de la Palabra, amarla como a tu propio cuerpo, y sustentarla y cuidarla (Ef 5:25-30). Reflejando así la gloria del evangelio y la unión entre Cristo y Su novia, la iglesia (Ef. 5:31-32). Eres responsable de la evangelización y discipulado de tus hijos, buscando fielmente criarlos en la disciplina e instrucción del Señor (Ef 6:4). Son responsabilidades esenciales e inherentes al rol que has recibido del Señor.
Entonces, ¿Estás cumpliendo tu rol bíblicamente (no perfectamente), activamente pastoreando tu familia y reflejando el evangelio según el rol que Dios te ha dado? ¿O estás desorientado y paralizado por la neblina de guerra, inactivo en la responsabilidad que Dios te ha dado?
- El Capitán a seguir
Llevar a cabo este rol bíblicamente puede parecer un monte inconquistable, lleno de minas y ametralladoras invisibles por la neblina de guerra. Sin embargo, tenemos un Capitán que disipa la neblina, y nos guía con claridad a través de su propio ejemplo. Después de entender nuestro rol y de cómo llevarlo a cabo, podemos seguir confiadamente al que nos ha mostrado cómo amar a nuestras mujeres, “así como Cristo amó a la iglesia”. Podemos seguir su ejemplo de abnegado amor y liderazgo santificado (Ef 5:25-30). Y podemos imitar la disciplina paciente y amoroso de nuestro Padre hacia Sus hijos (Heb 12:5-11). Es al fijar los ojos en él y seguir su ejemplo, que el reto de cumplir nuestro rol como cabeza en el hogar se convierte en un medio de desplegar las glorias del Evangelio.
Fijemos los ojos en Cristo nuestro Capitán, siendo llenos de Su Espíritu y Palabra (Ef 5:18), porque es así que enfrentamos el reto de ser hombres en el hogar y glorificar a Dios.