En la Universidad, estudié una carrera que dependía de la Facultad de Derecho. De hecho, era una mezcla de Derecho y Economía. Así, en mis múltiples clases de Derecho aprendí que hay supuestos de iure, de derecho, y de facto, de hecho. De este modo, la situación de derecho de iure, no tiene por qué corresponderse con la situación de hecho de facto. En realidad, en la práctica, el acto definitivo para que algo pierda su validez y efecto es que deje de estar vigente de hecho.
Algo similar puede suceder con la Palabra de Dios. En la teoría, se afirma que tiene la autoridad, pero en la práctica no se observa. Jesús, durante su tiempo en la tierra, se enfrentó con la sutil abolición de facto de la Palabra de Dios por los religiosos hipócritas (Marcos 7:1-13).
¿Cómo se puede abolir la Palabra de Dios de facto, es decir, en la práctica? Cuando se exaltan los preceptos y tradiciones humanas, se está en el camino de abolir la Palabra de Dios. En los primeros cinco versículos de Marcos 7, se observa la perniciosa pregunta de los religiosos de la época, encabezados por los fariseos y algunos escribas de Jerusalén, sobre una supuesta actividad ilícita de los discípulos de Jesús: comer el pan con manos inmundas. No era una cuestión de salubridad sino ceremonial. Según ellos, sus manos eran ceremonialmente impuras, porque habían estado en contacto con cosas profanas y no habían sido purificadas por el acto del lavamiento que supuestamente les limpiaba de la contaminación.
Ahora, la pregunta clave es: ¿Estaba este ritual basado en la Palabra de Dios? La respuesta es no. Aunque la ley mosaica prescribía los lavamientos ceremoniales para los sacerdotes (Levítico 22:6-7), no requería para ningún otro judío el lavarse las manos de manera particular antes de comer. En realidad, estos lavamientos eran preceptos de hombres basados en las tradiciones y las enseñanzas humanas, cuyo desarrollo no se plasmaría definitivamente hasta el final del S.II en la extensa sexta y última división de la Mishná que recoge, compila y consolida siglos de tradición oral judía. No era más que “una tradición de los ancianos” (Marcos 7:3). Estas enseñanzas de la tradición oral originalmente buscaban preservar la ley de Dios en la cautividad babilónica (605-535 a.C.), pero posteriormente se convirtieron en un sustituto de la misma Palabra de Dios, teniendo igual o mayor autoridad.
Así, en base a la supuesta autoridad de la tradición de los ancianos, los fariseos y escribas de Jerusalén plantean su pregunta perniciosa a Jesús: “¿Por qué tus discípulos no andan conforme a la tradición de los ancianos, sino que comen don manos inmundas?” (Marcos 7:5). En realidad no era una pregunta, sino una acusación encubierta, ya que en el pasaje paralelo de Mateo 15:2 se aporta el verdadero matiz detrás de la pregunta al decir: “¿Por qué tus discípulos quebrantan la tradición de los ancianos?” Los representantes religiosos de la época habían exaltado las enseñanzas y tradiciones de los hombres, y así se habían apartado de la Palabra de Dios.
Tristemente, hoy en día se puede correr el mismo peligro cuando se exaltan las propias opiniones, tradiciones, enseñanzas de hombres, y se pasa por alto la Palabra de Dios. En la actualidad, algunos enaltecen los pensamientos contemporáneos calificados de sabios, encumbran las tendencias de moda y buscan agradar a los hombres. No hay duda, ese es el camino para la abolición de la Palabra de Dios, primero de hecho, pero finalmente de derecho, con el paso del tiempo.
Esto es lo que sucede a continuación, a la luz de nuestro pasaje de Marcos 7. Vemos la abolición de facto de la Palabra de Dios. El encumbramiento de los preceptos y tradiciones humanas da lugar a la anulación de la autoridad de la Palabra de Dios. La respuesta de Jesús ante la nociva pregunta de los religiosos es muy reveladora. Por medio de ella esclarece la realidad de que estaban anulando la autoridad de la Palabra de Dios. De hecho, el Señor Jesucristo les contesta, pero no a su pregunta. No había nada que explicar, no había que justificar la razón por la que sus discípulos no seguían preceptos de hombres. Su respuesta es una confrontación clara de su religiosidad y cómo esta se manifestaba en la manera en la que usaban, para su beneplácito, la Palabra de Dios. El pasaje paralelo de Mateo 15:3, añade que Jesús les hizo una pregunta directa: “¿Por qué quebrantáis el mandamiento de Dios a causa de vuestra tradición?” Y a continuación, muestra con pelos y señales, que se habían apartado de la Palabra de Dios para aferrarse a los preceptos de los hombres (Marcos 7:6-8), invalidando así la Palabra de Dios (Marcos 7:9-13).
Jesús, al citar directamente Isaías 29:13 y aplicárselo a ellos, muestra que el problema estaba en su corazón: Honraban a Dios con sus labios, pero su corazón estaba muy lejos de Él; le rendían culto, pero era vano porque sus enseñanzas no eran conforme a Dios. La conclusión era demoledora: eran unos religiosos hipócritas que se habían apartado de la Palabra de Dios; habían dejado el mandamiento de Dios, para aferrarse a la tradición de los hombres (Marcos 7:8).
Actualmente, el problema sigue siendo el mismo. Hay supuestos cristianos protestantes que comunican de palabra o de hecho, y sin ningún rubor, que la Biblia dice una cosa pero en la práctica hemos de hacer otra. Con ello, finalmente demuestran que la autoridad en sus vidas son sus preferencias, conveniencias, opiniones, familias, amistades, tradiciones o cualquier otra cosa a la que se aferran y que les lleva a alejarse de la Palabra de Dios.
Esta es la manera por la que se llega a tergiversar la Palabra de Dios para guardar los preceptos de los hombres (Marcos 7:9-13). Jesús, en respuesta a los religiosos, llega a su conclusión y veredicto final mediante un paradigma de tal tergiversación. Usa como ejemplo lo que la Biblia dice acerca de la honra debida a los padres (Éxodo 20:12; 21:17). ¿Por qué? Debido a que los religiosos manipulaban ese mandamiento en su intento de evadir sus responsabilidades. Para ello, además, echaban mano y desfiguraban otra de las enseñanzas bíblicas: la del corbán o el consagramiento a Dios de los bienes. De esta manera, en lugar de honrar a sus padres, ayudándoles en momento de necesidad, tal y como ordena la Palabra de Dios, ellos consagraban sus bienes al Señor y así decían no tener con qué ayudar ahora que esos bienes pertenecían a Dios. Sin embargo, eso no era más que una triquiñuela, porque el corbán no exigía necesariamente entregar los bienes, sino que podía ser una promesa. El punto es que los hijos seguían disfrutando de sus bienes, sin poder ayudar a sus padres con esos bienes porque estaban consagrados a Dios. Pero si necesitaban sus bienes para su propio uso personal, en cualquier momento los podían “desconsagrar” de nuevo. Este falseo y desfiguración de la ley de Dios no sólo mostraba que no estaban honrando a sus padres, sino que estaban deshonrando a Dios y quebrantando el mandamiento de su Palabra. Habían invalidado la Palabra de Dios, y éste era sólo un ejemplo entre muchos otros.
La conclusión es clara, de iure no decían que habían dejado de observar y seguir la Palabra de Dios, pero de facto era claro que ya no era la autoridad de sus vidas y sus corazones no deseaban agradar a Dios. Vivían vidas de aparente religiosidad.
En la actualidad ocurre algo similar. Los buenos religiosos hipócritas espiritualizan o encuentran alguna excusa aparentemente piadosa para no seguir lo que la Biblia afirma. No se apela al corbán, pero sí a otros pasajes y términos bíblicos para contradecir las enseñanzas de las Escrituras, y finalmente suplantarlas por la sabiduría y prácticas humanas.
Toda abolición lleva un proceso. Y la abolición de la Palabra de Dios comienza en el corazón. Cuidemos nuestros corazones, sometiéndolos y examinándolos bajo la autoridad de la Palabra de Dios. No exaltemos las ideas humanas, sino la Palabra de Dios, obedeciéndola y proclamándola, cueste lo que cueste. Es la autoridad. El Señor está con aquellos que dedican su corazón a estudiar su Palabra, para practicarla y enseñarla a otros como la verdadera autoridad (Esdras 7:10).