Si yo les preguntara cuál es la verdad mas importante en relación a nuestra salvación, ¿qué me dirías? De todas las doctrinas que constituyen la gran doctrina de la salvación, ¿cuál de ellas es la más crucial? ¿la Justificación?, ¿la regeneración?, ¿la doctrina de la redención?, ¿la expiación?, ¿la conversión? Sin pensar en ninguna de estas como inferior a las demás, ya que todas son preciosas e indispensables para la vida eterna, hay una a la que podemos considerar la más animadora de todas, porque, en un sentido, es la fuente de la que va a brotar toda nuestra esperanza.
Para dejar el suspenso a un lado, voy a decir cuál es: la doctrina más alentadora para un hijo de Dios es la doctrina de la seguridad de la salvación o, para ser más preciso, la doctrina de la perseverancia de los santos. En esencia esta es la verdad bíblica que nos enseña que cuando una persona es salvada por la gracia de Dios es salvada para siempre. Todas las doctrinas que mencionamos serían disminuidas, perderían valor, si la salvación no fuera segura para siempre. Elimina la seguridad de nuestra salvación y es inútil y hasta cínico hablar del gozo de la salvación, de confianza presente, de consuelo, de aliento espiritual para el día de hoy y, por supuesto, de ningún tipo de esperanza eterna. Todo esto vendría a estar reemplazado con miedo, duda, ansiedad o preocupación. Porque si el Señor no nos sostiene, nos preserva, y nos guarda para siempre… ¡nunca llegaríamos al cielo!
¿Entiendes las implicaciones?
Si Dios no me salva, yo no puedo salvarme a mi mismo. Si el Señor no me santifica, yo no puedo santificarme a mi mismo. Si el Señor no me glorifica, yo no puedo glorificarme a mi mismo. Si Él no me guarda, yo no tengo la capacidad de guardarme a mismo. Yo no soy digno de salvación. Yo no era digno de salvación antes de que el Señor me salvara, ¡pero tampoco soy digno hoy! Si yo pudiera perder mi salvación, definitivamente la perdería. No hay duda de eso. Si cualquier parte de la salvación dependiera de nuestra habilidad, nuestro poder, nuestra justicia, nuestra piedad, ¡ninguno de nosotros llegaría a la gloria!
Consideremos a Adán (Génesis 1-3). Adán fue creado perfecto. No había en él tendencias pecaminosas. Vivía en un mundo sin contaminación moral; un medio ambiente perfecto. Y, sin embargo, ¿qué paso? Cayó en pecado y arrastró a toda la raza humana. Ni siquiera se pudo guardar en obediencia a Dios bajo esas condiciones perfectas en las que se encontraba. ¿Pensamos nosotros que, con nuestra naturaleza pecaminosa, nuestra debilidad humana, el contexto caído del mundo en que vivimos seremos lo suficientemente fuertes para conservarnos en obediencia y sin caída hasta el final? La lucha con la carne, el mundo y Satanás es continua. Nuestros enemigos espirituales son mas fuertes que nosotros. Tenemos una naturaleza caída, un cuerpo que aun no ha sido glorificado. El pecado todavía reside en nosotros. Somos dados a pecar, propensos a dudar, a la rebelión, el orgullo, y el temor. Y a menudo caemos en pecado. Sinceramente, la lista de acusaciones en contra mío se ha acumulado a través de los años, ¡y es una lista impresionante! Cada una de estas acusaciones, por muy respetables que consideremos ciertos pecados, realmente me descalifica como digno de salvación… Esta lista es suficiente para condenarme a muerte eterna. Te pregunto: ¿cómo puedo pretender que yo me pueda guardar y conservar salvo a mí mismo? La idea es absolutamente absurda y ridícula. Por eso digo que, si yo pudiera perder mi salvación, lo haría. La perdería porque sé que tengo un sin número de ofensas y pecados desde el día que el Señor me salvó que me descalifican totalmente para ser acepto delante de Él.
Y, sin embargo, muchos cristianos piensan que, aunque no hicieron nada por su salvación antes de su conversión, ni hicieron nada para salvarse antes, sin embargo, desde el momento de su conversión ellos son ahora los que se mantienen salvos. Si tú piensas que tú mismo te puedes mantener salvo, no entiendes la depravación; tienes un concepto deficiente del pecado y del hombre y no eres consciente de cuan pecaminoso eres. Spurgeon escribió: “ningún hombre puede guardarse a si mismo, el sin duda fracasara. Si guardarse dependiera de nosotros, terminaríamos en el infierno. Solo Jesús puede salvarnos de nuestros pecados”
La salvación es segura, no porque estamos libres de pecado, sino porque, en última instancia, depende totalmente del propósito, el poder y la fidelidad de Dios. En otras palabras, la clave de la seguridad es la garantía de Dios en la salvación. Judas nos confirma esta verdad al final de su epístola, en una de las doxologías más preciosas en todo el Nuevo Testamento: Y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída y para presentaros sin mancha en presencia de su gloria con gran alegría, al único Dios nuestro Salvador, por medio de Jesucristo nuestro Señor, sea gloria, majestad, dominio y autoridad, antes de todo tiempo, y ahora y por todos los siglos. Amén. (Judas 24-25)
Dios puede guardarnos, y quiere guardarnos hasta el día que estemos en Su presencia en Gloria. Romanos 5:1-4 clarifica que ahora permanecemos firmes en esta gracia, pero un día estaremos de pie en gloria sin mancha delante de Él. Nadie se va por las grietas; nadie se pierde en el camino; todos los salvados son preservados y presentados delante de Dios en Gloria. Si alguien se escabulle o desaparece en el camino, solamente se confirma que esa persona nunca fue llamada a salvación; nunca perteneció al rebaño de las ovejas del Señor (1 Juan 2:19) porque un cristiano, por la gracia y la misericordia del Señor, siempre permanece en la fe (Romanos 8:28-30). Si esa es tu realidad, un día estarás en Su presencia en gloria. Pero no de cualquier manera, como dice Judas, sin mancha y con gran alegría. ¡Esta es la fuente de toda esperanza!