Aunque muchos dicen creer en la autoridad de las Escritura, en la práctica, como apunta Tito1:16, la niegan, tanto por su conducta como por sus palabras. Francamente, no confían en la suficiencia del texto bíblico, y dan más crédito a visiones, sueños, experiencias emocionales, palabras “proféticas”, risas en el espíritu, milagros, psicoterapia, o simplemente métodos para atraer a la gente, y garantizar el entretenimiento de los que escuchan. Lo interesante es que si preguntamos a estas personas si creen en la Palabra de Dios, ¡van a decir que sí! Pero si indagamos un poco más, y pretendemos averiguar dónde se encuentra todo eso que practican en la Biblia … No pueden contestar. Y esto es algo serio, porque toda enseñanza y práctica que no se apoya en la Palabra de Dios es falsa, y se origina en el mismo infierno.

 Pero ¿qué hace que la Biblia resulte tan importante y diferencial para nosotros? En 2 Timoteo 3:16 el apóstol Pablo responde a esta cuestión, al confirmar que Dios se ha dado a conocer a través de Su Palabra. Una Palabra que es suficiente para toda necesidad espiritual de cuatro maneras particulares:

  1. La Escritura enseña la verdad

 Pablo nos dice que la Biblia es útil para enseñar. El término que aquí se traduce como “enseñar” es didaskalia en el original, de donde obtenemos la palabra castellana “didáctico”. El énfasis primordial se encuentra en el contenido de las Escrituras. La Palabra de Dios es el manual divino donde hallamos todas las instrucciones necesarias para vivir una vida piadosa. Cada cristiano tiene la capacidad dada por el Espíritu de Dios para entender y responder apropiadamente a la instrucción de Dios. Sin embargo, la persona que no conoce a Dios no entiende la Palabra de Dios porque no tiene el Espíritu de Dios residiendo en su corazón. Fíjate lo que dice 1 Corintios 2:13 al 16:

De lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las enseñadas por el Espíritu, combinando {pensamientos} espirituales con {palabras} espirituales. Pero el hombre natural no acepta las cosas del Espíritu de Dios, porque para él son necedad; y no las puede entender, porque se disciernen espiritualmente. En cambio, el que es espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado por nadie. Porque ¿quién ha conocido la mente del Señor, para que le instruya? Mas nosotros tenemos la mente de Cristo”.

La Palabra de Dios enseña la verdad de Dios y el Espíritu Santo que reside en nosotros, nuestro “Maestro residente”, confirma a cada corazón que pertenece a Él lo que la Palabra enseña. Sin la Revelación escrita de Dios no podemos conocer la voluntad de Dios, ni crecer en el conocimiento de Dios. En Palabras del profeta Oseas: “Mi pueblo es destruido por falta de conocimiento. Por cuanto tú has rechazado el conocimiento, yo también te rechazaré para que no seas mi sacerdote; {como} has olvidado la ley de tu Dios, yo también me olvidaré de tus hijos” (Oseas 4:6).

La mejor manera de evitar el error de la falsa doctrina y vernos alejados de una conducta limpia es entregarnos al estudio fiel, paciente, y obediente de la Escritura, porque, en palabras del sabio Salomón: “Porque el Señor da sabiduría, de su boca {vienen} el conocimiento y la inteligencia.” (Proverbios 2:6).

  1. La Escritura nos reprende del error y el pecado

La traducción Reina Valera de 1960 incluye un término muy clarividente en 2 Timoteo 3:16: “redarguye”. La Biblia nos redarguye, nos rebate, nos refuta en lo relativo a todo aquello que es torcido en nuestra manera de pensar, en actitudes que tenemos, o en una conducta pecaminosa que pudiera formar parte de nuestra forma de vivir. Ninguno de nosotros, si realmente somos hijos de Dios se puede escapar de la convicción fiel y constante del Espíritu Santo cuando la luz de la Palabra penetra nuestro corazón (Hebreos 4:12).

En ese sentido, hay dos aspectos de la represión que se enfatizan en la Escritura: la represión a causa de una conducta errada y la represión como resultado de una enseñanza falsa. En 2 Timoteo 4:2-3 leemos: “Predica la palabra; insiste a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con mucha paciencia e instrucción. Timoteo tenía que redargüir, reprender y exhortar con la palabra. Principalmente, porque el propósito de la predicación y proclamación de la Palabra no es no es sugerir un cambio. Se trata de confrontar la conducta equivocada e impía. La Escritura nos confronta con nuestro pecado y esto es algo vital para nuestra alma.

  1. La Escritura corrige la conducta

No solamente expone lo pecaminoso, sino que también lo corrige. De nuevo regresando a 2 Timoteo 3:16, el apóstol señala otra de las descripciones “profesionales” que son patrimonio de la Escritura como resultado de ser inspirada por Dios, confirmando que es “útil… para corregir”. Esta palabra (epanortosis en el griego), literalmente significa: enderezar o levantar. La Biblia, y solamente la Biblia, tiene el poder de transformarnos tras confirmar primero lo que hay realmente en nuestro interior. La Escritura nos desnuda espiritualmente, y expone nuestro corazón por lo que realmente es, al punto de convencernos de pecado (Hebreos 4:13).

¡Cuántas veces hemos estado leyendo o escuchando la Palabra y venimos a ser conscientes de nuestro pecado! Pero también notamos como somos instruidos y orientados hacia un cambio. No nos deja abandonados en nuestra impiedad y transgresión, sino que nos dirige y nos limpia (Juan 15:3)

  1. La Escritura nos instruye en justicia

La última atribución a la Palabra a la que se refiere Pablo en 2 Timoteo 3:16 es a la de su capacidad instruir, pero no de cualquier manera, sino justamente. El término que emplea para cerrar esta lista, paidion, ha dado lugar a la palabra “pedagogía” en castellano. ¿Cuál es el punto aquí? La Palabra nos educa y nos alimenta como a un niño en proceso de desarrollo. Y es específicamente de ella que obtenemos nutrición para vivir justamente (1 Pedro 2:2; Santiago 1:21).

La meditación periódica y concentrada de la Palabra de Dios, el estudio continuo y constante de la Escritura es absolutamente esencial para vivir “en justicia”. Y solamente en la medida que somos diligentes en estar expuestos a la Palabra de Dios obtendremos el fruto que ella garantiza: “a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, equipado para toda buena obra” (2 Timoteo 3:17)

 Conclusión

¿Cómo respondemos ante esta verdad? Si quiero ser aprobado por Dios, si pretendo no avergonzarme un día delante de Dios, entonces debo dedicarme a conocer, practicar y enseñar con precisión la Palabra de verdad (Esdras 7:10). Quien no haga esto, sin importar cómo se llame o a qué se haya dedicado, llegado el momento no va a recibir el visto bueno de parte de Dios, ni disfrutará de todas Sus promesas y beneficios.

Henry Tolopilo

Autor Henry Tolopilo

Henry Tolopilo desarrolla un amplio ministerio de predicación y enseñanza en EEUU e Iberoamérica y es profesor del Seminario Berea (León, España)

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