Uno de los propósitos de la Iglesia de Cristo, junto con la exaltación de Dios y la edificación de los creyentes, es la evangelización de los perdidos. En la Gran Comisión encontramos el encargo que Jesús hizo a sus seguidores de hacer discípulos de todas la naciones (Mateo 28:18-20). Mientras la gran mayoría de los cristianos están familiarizados con ella, muchos desconocen las exigencias de la misma. Se encuentran justo en su contexto inmediato, en los dos versículos precedentes en Mateo 28:16-17. ¿Cuáles son las exigencias de la Gran Comisión?
1. La Gran Comisión exige obediencia a Cristo (Mateo 28:16)
Los primeros versículos de este mismo capítulo nos relatan la resurrección de Jesús. Cuando el Señor Jesucristo se apareció a María Magdalena y la otra María, les dijo que avisaran al resto que fueran a Galilea para verle (Mateo 28:10). ¿Qué hicieron Marta y María? Obedecieron, y se lo dijeron a los discípulos. ¿Y qué hicieron los discípulos? Obedecieron, y se fueron a Galilea: “Pero los once discípulos se fueron a Galilea” (Mateo 28:16a).
¿Cuándo se fueron los discípulos a Galilea? Aunque este texto no nos indica el momento exacto en el que sucedió (probablemente entre los días veinte y treinta, de los cuarenta que pasaron entre su Resurrección y Ascensión), sin embargo, sí nos muestra claramente su disposición de obedecer a Jesús. Los discípulos no fueron a Galilea por su propia voluntad, sino porque recibieron la instrucción de encontrarse allí con Él. El mismo texto afirma, “al monte que Jesús les había señalado” (Mateo 28:16b). Jesús les había señalado este lugar (tasso: verbo utilizado para señalizaciones, que en este caso alude al lugar concreto al que Jesús les señaló ir), donde se encontraría con sus discípulos y 500 de sus seguidores (1 Corintios 15:6) (Ver lista de apariciones más adelante).
Sólo con su presencia allí, los discípulos estaban transmitiendo su disposición a obedecer. Y no es casualidad que, acto seguido, fueran comisionados con una tarea más grande de obediencia, “haced discípulos de todas las naciones” (28:19), junto con la promesa de la continua presencia y ayuda del mismo Jesucristo en tal misión (28:20). La Gran Comisión comienza con la disposición a obedecer al Señor en lo poco, muestra de un carácter que está dispuesto a someterse al que tiene toda autoridad y poder.
La Gran Comisión no responde a una emoción, ni a un gusto preferencial; tampoco a una campaña, acto puntual, idea platónica ni algo que hacemos para sentirnos bien. No es un medio por el que acallar nuestra conciencia. La Gran Comisión es un mandato de Dios y exige obediencia. ¿Lo estamos haciendo? ¿Estamos siendo obedientes?
Los discípulos respondieron a la exigencia de obedecer, estando dispuestos a cumplir la gran comisión. Pero además, cumplieron con una segunda exigencia.
2. La Gran Comisión exige adoración a Cristo (Mateo 28:17)
El versículo 17 prosigue con el encuentro visual de Jesús con sus discípulos, “cuando le vieron” (Mateo 28:17a). Si combinamos los cuatro Evangelios y el relato de Pablo en 1 Corintios 15:1-8, encontramos recogidas 10 apariciones de Jesús entre su Resurrección y Ascensión. Sus apariciones fueron las siguientes, probablemente en este orden:
- A María Magdalena (Marcos 16:9; Juan 20:11-18).
- A las mujeres (Mateo 28:9-10).
- A Cleofás y su compañero (Lucas 24:13-35).
- A Simón Pedro (Lucas 24:34; 1 Corintios 15:15).
- A los discípulos, excepto a Tomás (Juan 20:19-23).
- A los discípulos, con Tomás presente (Juan 20:24-29) (Hasta el momento, todas en Jerusalén).
- A los siete, junto al mar de Tiberias (Galilea) (Juan 21:1-14).
- A los discípulos en una montaña en Galilea (Mateo 28:16-20), probablemente con los 500 presentes (1 Corintios 15:6).
- A Santiago, el hermano del Señor (1 Corintios 15:17).
- Y una vez de vuelta en Jerusalén, en el Monte de los Olivos, antes de su Ascensión (Hechos 1:4-11) y Lucas 24:50, 51).
¿Cuál fue la respuesta de los discípulos al ver a Jesús? Mateo 28:17b continúa diciendo que “le adoraron”. La adoración que describe aquí se refiere a la que se rinde a un rey, tal es el uso general de esta palabra (prosekunesan). Por ejemplo, es el caso de los magos de oriente que iban buscando al rey de los judíos (Mateo 2:2). Pero esta adoración también es fruto de la convicción de la divinidad de Jesús (Mateo 14:33). La adoración de los discípulos estaba centrada en Cristo, en un Cristo glorioso que reconocían como Dios hecho hombre, el Mesías resucitado.
La verdadera adoración está centrada en Dios y en Su persona. En este caso, en el Dios encarnado. Pero además, esta adoración no se queda sólo entre nosotros, sino que nos mueve a proclamarlo entre todos los que están a nuestro alrededor. Así es como les sucedió a los discípulos. Hasta que no le conocieron y reconocieron como Dios, a aquel Jesús al que amaban, es que no pudieron adorarle. Esta adoración es parte de las exigencias de la Gran Comisión. Sólo podremos llevar a cabo la gran comisión si conocemos a Cristo verdaderamente y le adoramos.
Sin embargo, somos débiles y podemos identificarnos con lo que dice el texto al final del versículo 17 ,“algunos todavía dudaban”. Lo más probable es que, además de los 11 discípulos, los 500 estuvieran presentes. Seguramente tuvieron estas dudas los que vieron a Jesús por primera vez tras su Resurrección, como le había pasado a Tomás. Sus seguidores vacilaron porque no estaban seguros de que fuera Cristo, pero cuando volvieron sus ojos a Él y su incertidumbre se disipó, cambiaron el mundo con el Evangelio como consecuencia de la adoración que le tenían.
En ocasiones nos puede suceder lo mismo. Las dudas nos embargan. Cuando esto sucede, hemos de venir a Cristo, recordar quién es Él y adorarle por su persona y su obra. Eso disipará esas dudas que por un momento desean anidar en nuestra cabeza. Y cuando estos titubeos desaparezcan, fruto de la obediencia y adoración a Cristo, Él nos usará para cumplir su Comisión.
¿Estamos dispuestos a cumplir las exigencias de la Gran Comisión para ver el fruto de la cosecha? La obediencia y la adoración son el combustible necesario para hacer discípulos de todas las naciones, confiados en que de Dios es la obra de salvación, y nuestra la encomienda de la proclamación de Cristo, a quien adoramos y obedecemos.