Probablemente no en pocas ocasiones hemos escuchado (e incluso nosotros mismos hemos dicho) que servir a Dios es un privilegio, y es verdad. No todo el mundo puede decir lo mismo, y específicamente usar la palabra “privilegio” en un acto de servicio a Dios.
Tener un privilegio de algo normalmente se asocia con un beneficio. Un buen empleado puede tener el privilegio de servir a un buen jefe y recibir, un beneficio por su excelente trabajo, así como el jefe beneficiarse del buen trabajo de su empleado, un trabajo comprometido y eficaz. Ambos se benefician al cumplir con su deber. Ahora bien, cuando hablamos de servir al Señor, no podemos olvidar que los beneficiados somos nosotros. Servir al Señor es un privilegio inmerecido por nosotros. La Palabra de Dios nos recuerda quien es Dios, y además, que Él no necesita nada de nadie: “Él sustenta todas las cosas con la Palabra de su poder” (He 1:3). Dios es el creador de todo lo existente “El cual hizo los cielos y la tierra, el mar y todo lo que en ellos hay” (Salmo 146:69).
El apóstol Pablo en (1 Corintios 1:26-30) describe perfectamente la falta de “sabiduría, poder, nobleza» del hombre pecador, y destaca “la necedad, lo vil y menospreciado” de cada uno de nosotros. Y, sin embargo, Dios, en Su gracia, escoge hombres así para avergonzar a los que se creen suficientes, sabios y entendidos de este mundo. Dios, en Su gracia, nos salva de nuestro pecado por medio del sacrifico de Cristo en la Cruz y nos capacita para servirlo (Hebreos 9:14). Este es el primer y gran privilegio que recibimos, ser salvados. Pero, además, nos capacita, nos dota de dones espirituales para ponerlos en práctica con excelencia (1 Corintios 12:8-13; Romanos 12:6-8). Pasamos de servir a los ídolos y la idolatría de este mundo que consume nuestras vidas y los días que Dios nos concede aquí a “servir al Dios vivo y verdadero” (1 Ts 1:9). Por tanto, y en base a este primer privilegio inmerecido, ¿cómo debemos servir? Veamos tres elementos claves en el servicio excelente al Señor.
- La santidad
Dios nos ha salvado y nos ha santificado (1 Corintios 6:11). Nos ha apartado del “atractivo” pecado del mundo y de las motivaciones incorrectas de servicio. La santidad en la vida de un verdadero hijo de Dios no es algo opcional, sino que es algo excepcional. J.C Ryle en su libro “La santidad” escribe lo siguiente: “La unión con Cristo es la verdadera raíz de la santidad”. Nunca debemos olvidar a nuestro Salvador en todo lo que hagamos. Como creyentes que hemos sido apartados para Dios debemos esforzarnos cada día para que nuestro servicio esté rodeado de la santidad que agrada al Señor. Somos muertos al pecado, ahora Cristo es nuestra vida. Pablo en la defensa del Su servicio como Apóstol verdadero del Señor lo explicó así: “sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo por servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado” (1Corintios 9:27). Alguien dijo: “es cierto que no somos salvos por nuestro servicio, pero somos salvos para servir”
- La humildad
Cristo es un ejemplo humilde de servicio, el mayor de todos. El hijo de Dios, el único que merece toda alabanza y reconocimiento al servir en obediencia al Dios Padre, pronunció unas palabras muy acertadas ante la carnalidad y petición de ciertos privilegios que algunos de sus discípulos se atrevieron comunicarle (en boca de su madre) Mateo 20:
20-28 “ordena que en el reino de los cielos se sienten estos dos hijos míos, el uno a tu derecha, y el otro a tu izquierda…” Esta fue la respuesta del Señor: “el hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (v. 28). Nunca vamos a escuchar palabras similares en boca de nadie que no sea las que pronuncio Jesús, es imposible para otra persona. En otra ocasión, Cristo dio una “Master class” de humildad y servicio con dos elementos comunes de la época, un lebrillo y una toalla. Ante la perplejidad de los comensales, Jesús lavó los pies a sus discípulos. Aunque ahí había dos objetos para llevar a cabo el servicio, el elemento principal de toda esta escena es el ejemplo y la humildad del Señor Jesús: “Porque ejemplo os he dado, para que como yo he hecho, vosotros también hagáis, … el siervo no es mayor que su Señor, ni el enviado es mayor que el que le envió” (Juan 13:4-17). Hermanos, imitémosle a él con la sola ambición de ser humildes, sin más pretensiones adicionales que la de seguir el ejemplo de Cristo.
- La excelencia
Cristo era santo, sin mancha, sin pecado, perfectamente Dios y perfectamente hombre. Hemos visto que sirvió con humildad, en santidad y el resultado es la excelencia con la que obra delante de Dios. Este es el resultado, y la motivación de todo creyente. Sea cual sea el don que Dios te ha dado y bendecido, al usarlo busca toda la excelencia que te sea posible. Quita de tu cabeza que cuando sirves en la iglesia le estás haciendo un favor a Dios o a los hermanos. Esto no es verdad. Si piensas de esta manera terminarás por realizar un servicio mediocre. Samuel le dijo al pueblo de Dios: “Solamente temed a Jehová y servidle de verdad con todo vuestro corazón, pues considerad cuán grandes cosas ha hecho por vosotros” (1 Samuel 12:24). Quisiera terminar este breve artículo con una cita de R. Kent Hughes: “Los corazones consagrados al ministerio están disciplinados para trabajar duro, ya que con frecuencia salen de su zona de seguridad, reubican en lugares vulnerables, toman compromisos que cuestan, se agotan en nombre de Cristo, pagan el precio, se encuentran con mares agitados. Pero sus velas van empujadas por el Espíritu de Dios”. Que esta sea nuestra actitud y experiencia de servicio al que merece todo lo que somos y tenemos, porque todo es suyo.