En una ocasión leí un texto sobre la influencia que los padres tienen sobre los hijos. Decía lo siguiente: “Si un niño vive en medio de la crítica, aprende a condenar. Si un niño vive en hostilidad, aprende a pelear. Si un niño vive con burla, aprende a estar a la defensiva. Si un niño vive con vergüenza, aprende a sentirse culpable. Si un niño vive con tolerancia, aprende a ser paciente. Si un niño vive siendo alentado, aprende a apreciar. Si un niño vive con alabanzas, aprende a apreciar”. No hay duda, ¡los niños son muy influenciables y sus progenitores tienen un gran efecto sobre ellos!
Entonces, ¿qué hacer ante tan magna responsabilidad? Hemos de acudir a la Palabra de Dios para que nos enseñe. La Biblia contiene principios generales que adiestran a los padres en su labor. Una de las instrucciones principales la encontramos en Efesios 6:4: “Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en la disciplina y amonestación del Señor”. Este pasaje está dirigido a los padres, en un contexto de instrucciones divinas en el hogar (Efesios 5:22-6:9). En concreto, se dirige a los padres creyentes, aquellos que han nacido de nuevo en Cristo Jesús (Efesios 4:17-32). Sólo en Cristo, y por el poder de su Espíritu (Efesios 5:18), es posible ser capacitados para ser padres según Dios. La Palabra de Dios, y este pasaje en particular, enseña lo que los padres deben y no deben hacer con sus hijos.
Y hay algo que destaca de manera singular: Debemos evitar el provocarles a ira (Efesios 6:4a). Pero, ¿qué significa eso exactamente? En el original, esta expresión es una sola palabra que ocurre un puñado de veces en la Biblia. El sustantivo lo encontramos en Efesios 4:26 y se traduce como “enojo”. En otras palabras, el pasaje está afirmando que los padres pueden llegar a ser la causa del enojo o enfado de sus hijos, y eso es lo que hemos de evitar. La prohibición de provocar o ser la causa de este enojo, no se refiere a las acciones que subjetivamente no les gustan a nuestros hijos y les puedan enfadar en el ejercicio de nuestras legítimas funciones como progenitores, sino que enfatiza el hecho de que, como padres, pecaminosamente provoquemos a nuestros hijos a pecar por medio de la ira o el enfado. Los padres pueden llegar a ser la fuente pecaminosa de la irritación, la ira, la violencia e incluso la exasperación de sus hijos (cp. Colosenses 3:21). Todos, de alguna manera particular, hemos provocado a ira a nuestros hijos en alguna ocasión. Sin embargo, esta prohibición apunta a un patrón repetitivo y característico de algunos padres, quienes continuamente exasperan a sus hijos hasta el punto del resentimiento y la hostilidad por medio de sus métodos, palabras y/o hechos pecaminosos. Cuanto esto sucede, los hijos se desalientan y acaban descorazonados.
Este abatimiento tendrá en ellos una influencia tal, que el malhumor y la apatía reinarán en sus corazones, siendo un impedimento para su desarrollo personal y espiritual. Comprender la seriedad y el significado de este mandato es vital para ser padres según Dios. Pero, en la práctica, hay varias maneras en las que se puede exasperar a los hijos. Estos son tan solo algunos ejemplos:
- Exceso de protección: Se puede exasperar a los hijos ahogándolos, encerrándolos demasiado, no confiando nunca en ellos o privándoles de oportunidades para actuar con cierta independencia acorde a su edad. Hemos de proteger a nuestros hijos, pero el exceso les desanimará, provocándoles eventualmente a la rebeldía (Ej. Labán en Génesis 29-30).
- Demasiada libertad: La otra cara de una misma moneda. Tener cierta libertad no significa que los hijos hagan lo que les parezca. En el hogar se necesitan un mínimo de normas basadas en la Biblia. Probablemente nuestra sociedad actual peca más de excesiva indulgencia que de control excesivo. Cuando los hijos hacen lo que quieren, llegará un momento en el que les exasperará no poder seguir haciéndolo.
- Favoritismo: Un trato de favor a un hijo por encima de los otros, llevará indudablemente a provocar a ira al resto. Dar un regalo que otro no recibe en las mismas circunstancias, conceder privilegios arbitrariamente, comparaciones degradantes entre hijos o emplear las virtudes de uno para medir los logros de los otros, acarreará inequívocamente provocar a ira a los hijos (Ej. Isaac con Jacob y Esaú).
- Perfeccionismo: Esto sucede cuando se exigen metas irrealizables por un excesivo y obsesivo perfeccionismo que los padres establecen en el hogar. Muchas veces esta presión viene provocada por lo que los padres nunca alcanzaron, pero esperan que sus hijos consigan. Hemos de inculcar el trabajo duro y el esfuerzo con excelencia para la gloria de Dios, pero reconociendo que nuestros hijos fallarán, al igual que nosotros, y permitiéndoles aprender de esos errores con gracia.
- Crítica constante: Los padres provocamos a nuestros hijos cuando nunca les elogiamos por sus logros, y sin embargo, siempre resaltamos sus fracasos. Se desalentarán cuando los padres sólo destaquen aquello que hacen mal. Un niño puede no tirar nada en la mesa durante días sin que nadie le felicite por ello, pero en cuanto derrame un líquido o vierta comida, incluso sin querer, se le llamará la atención.
- Falta de atención: El descuido es una de las formas más sutiles de exasperar a los hijos, pero también una de las más comunes. La falta de atención a los hijos se ha extendido como una pandemia sin cura. Hay otras prioridades laborales, económicas o lúdicas que apenas dejan momentos para los hijos. Por muy ocupados que estemos, hemos de priorizar y dedicar a nuestros hijos el tiempo necesario.
- Disciplina desproporcionada: Disciplina constante con palabras hirientes, fruto de la frustración e ira, o no corregir según el Señor, sino humillar y descalificar. Dios siempre disciplina a sus hijos en amor y en proporción al mal hecho (Hebreos 12:5-7). Es más, en muchas ocasiones lo que recibimos es gracia. Los padres que abusan o ignoran la disciplina bíblica, por exceso o por defecto, están exasperando a sus hijos.
El deseo de los padres piadosos es vivir en Cristo cada día de acuerdo a Su Palabra. Primero, en su vida personal y matrimonial para posteriormente hacerlo extensible a la crianza de sus hijos. Comprendamos y abandonemos aquello que no debemos hacer como padres según Dios, para criar a nuestros hijos en la disciplina e instrucción del Señor. y, según Dios nos usa como instrumentos y canales de gracia para ellos, ¡seamos una influencia piadosa en sus vidas!