Aún hay muchas personas que no han sido expuestos al Evangelio de Cristo, muchos de ellos muy cerca de nosotros. Y aunque existen variadas maneras de apoyar la obra misionera, sin embargo, ninguna debe sustituir nuestra responsabilidad personal de proclamar el Evangelio. No es algo exclusivo para los misioneros o los pastores, sino que cada uno de nosotros tenemos el llamado a ser heraldos de Cristo (Mateo 28:19; Hechos 1:8) ¿Cómo estamos ejercitando el privilegio de ser embajadores de las Buenas Nuevas?
Hechos 5:17-24 nos muestra tres claves para ser heraldos eficaces de Cristo, por medio del ejemplo de sus primeros seguidores que se dedicaron a cumplir la Gran Comisión:
1. Espera la oposición de otros (Hechos 5:17-18)
Los apóstoles, después de recibir el mandato de Jesús, se habían puesto manos a la obra en el poder del Espíritu. Principalmente Pedro y Juan estaban testificando de Cristo de manera clara, directa y contundente. Y esto les trajo problemas. Hechos 5:17-18 afirma: “Pero levantándose el sumo sacerdote, y todos los que estaban con él (es decir, la secta de los saduceos), se llenaron de celo, 18 y echaron mano a los apóstoles y los pusieron en una cárcel pública”.
La oposición que encontraron los apóstoles no era de unos “don nadies”, sino del más alto dignatario religioso de la nación y quienes también formaban parte del Sanedrín. Además, el rechazo no era superficial ya que el pasaje afirma que “se llenaron de celo” (Hechos 5:17), utilizando una expresión que conlleva gran indignación hasta el punto que la sangre les hervía de celos. Cuanto más predicaban los discípulos y a más salvaba Dios (Hechos 5:14), ellos más se irritaban.
¿Cuál fue el resultado de su indignación y rechazo profundo? “Y echaron mano a los apóstoles y los pusieron en una cárcel pública” (Hechos 5:18). El Sanedrín tenía poder para arrestar y autoridad para tratar los asuntos que afectaran a la ley judía, aunque no podían ejecutar una sentencia capital sin el consentimiento de las autoridades romanas que dominaban la región en esa época. En este caso, fueron puestos bajo custodia, esperando su comparecencia ante el Sanedrín a la mañana siguiente. No era la primera vez que eran perseguidos. En el capítulo 4 de Hechos, Pedro y Juan ya habían pasado por algo parecido tras la curación del cojo que estaba a la puerta del templo.
En la iglesia primitiva y a lo largo de la historia de la iglesia, los creyentes han sufrido persecución de distintos tipos y variados grados por predicar a Cristo. Pablo, por proclamar el puro evangelio a los cuatro vientos, fue perseguido, encarcelado, difamado, incluso criticado por gente de las propias iglesias y, finalmente, martirizado. Pero no le sorprendía, ni quería que le sorprendiese a nadie. Así, tras enumerar algunas de sus penurias por ser un heraldo fiel, le dijo a Timoteo en 2 Timoteo 3:12: “Y en verdad, todos los que quieran vivir piadosamente en Cristo Jesús, serán perseguidos”.
Hermanos, debemos estar listos para ser heraldos fieles de Cristo e, igualmente, preparados para la oposición que eso generará; ya sea burla de compañeros, rechazo de familia, perdida de amistades o cualquier otro tipo de peor oposición. La gente no estará interesada en el verdadero Evangelio de Dios, a no ser que Dios quebrante sus corazones y produzca arrepentimiento y fe genuina en Jesús.
2. Predica el Evangelio de Cristo (Hechos 5:19-20)
Los versículos 19 y 20 continúan afirmando: “Pero un ángel del Señor, abrió las puertas de la cárcel, y sacándolos, dijo: Id, y puestos de pie en el templo, hablad al pueblo todo el mensaje de esta Vida”.
Mientras los apóstoles estaban pasando la noche en la cárcel a la espera de la audiencia ante el Sanedrín a la mañana siguiente, un ángel, un enviado del Señor, abrió las puertas de la prisión y los liberó. Pero esto no era un fin en sí mismo, sino un medio para un fin. No fueron libertados para escapar, ni para evitar comparecer ante el tribunal, ni siquiera por su propio bien. Les libró para seguir predicando el Evangelio. Les ordenó: “Id y… hablad”. Es decir, esto es lo que tenéis que hacer y no como algo esporádico, sino continuad haciéndolo como hasta ahora.
¿Qué tenían que predicar? “Todo el mensaje de esta Vida”. El mensaje de esta Vida se refiere al Evangelio, el cual da vida en Cristo, una nueva vida abundante y eterna a los que anteriormente estaban muertos en sus delitos y pecados (Efesios 2:1). Los apóstoles fueron encomendados a proclamarlo en su totalidad; es decir, todo el mensaje, no sólo una parte, ni tampoco lo que fuera menos ofensivo para la audiencia.
Vivimos tiempos en los que el Evangelio de Cristo se está rebajando, aguando e incluso arrinconando. Un Evangelio al gusto del consumidor, centrado en el hombre. Sin embargo, si deseamos ser heraldos fieles de la Gran Comisión hemos de proclamar todo el Evangelio y todo el consejo de Dios (Hechos 20:27). Eso es lo que Dios usa por el poder de su Espíritu para transformar vidas. La fe viene por el oír, y el oír por la Palabra de Dios (Romanos 10:17). El nuevo nacimiento viene por medio de la proclamación fiel del Evangelio y la Palabra (1 Pedro 1:23-25).
La obra es del Señor, pero nuestro encargo es predicar el evangelio de Cristo. Finalmente, hay una tercera clave para ser heraldos eficaces de Cristo: Confía en el poder de Dios.
3. Confía en el poder de Dios (Hechos 5:21-24)
¿Qué hicieron los apóstoles al recibir el mandato de ir al templo a predicar? A pesar de que podía parecer una instrucción descabellada, los discípulos obedecieron confiando en el poder de Dios. Esa confianza les llevó a meterse de nuevo en la boca del lobo, como afirma el versículo 21a, “habiendo oído esto, entraron al amanecer en el templo y enseñaban”.
Las puertas del templo estaban cerradas durante la noche y se abrían para el sacrificio que tenía lugar al amanecer. Desde muy temprano el templo se llenaba de personas, y allí estaban los apóstoles de nuevo, confiando ciegamente en el poder de Dios y predicando de nuevo a Cristo, en el momento adecuado desde un punto de vista divino.
Este poder de Dios también quedaría de manifiesto incluso para los miembros del Sanedrín al darse cuenta de que la cárcel estaba vacía, pero sus incrédulos corazones no respondieron en confianza, sino con perplejidad . Los versículos 21b-24 concluyen el relato de la siguiente manera: “Cuando llegaron el sumo sacerdote y lo que estaba con él, convocaron al concilio, es decir, a todo el senado de los hijos de Israel, y enviaron órdenes a la cárcel para que los trajeran. Pero los alguaciles que fueron no los encontraron en la cárcel; volvieron, pues, e informaron, diciendo: Encontramos la cárcel cerrada con toda seguridad y los guardias de pie a las puertas; pero cuando abrigo, a nadie hallamos dentro. Cuando oyeron estas palabras el capitán de la guardia del templo y los principales sacerdotes, se quedaron perplejos a causa de ellos, pensando en qué terminaría aquello”.
Los miembros del Sanedrín estaban haciendo los últimos preparativos para comenzar su sesión y cuando mandaron a recoger a los apóstoles, ¡la sorpresa de los alguaciles fue mayúscula! ¡Todo cerrado perfectamente, pero ellos no estaban en su celda! La perplejidad inundó la sala al recibir estas noticias tan sorprendentes. Era algo inexplicable para unas personas que permanecían ciegos en su incredulidad.
¿Cómo acabó la historia? Era evidente que les iban a encontrar y apresar de nuevo, y cuando fueron recriminados de haber desobedecido al Sanedrín y llenado Jerusalén con sus enseñanzas, ellos respondieron con total confianza en el poder de Dios, tal como relata Hechos 5:29-32 “Debemos obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestro padres resucitó a Jesús, a quien vosotros habíais matado colgándole en una cruz. A éste Dios exaltó a su diestra amo Príncipe y Salvador, para dar arrepentimiento a Israel, y perdón de pecados. Y nosotros somos testigos de estas cosas…”
En ocasiones, más de las que nos gustaría reconocer, sentimos pavor al hablar a otros de Cristo. Tal vez no sea miedo a ser encarcelados, ni nuestras vidas corran peligro (en la mayoría de los casos). Sin embargo, es igualmente un miedo real. En esos momentos hemos de confiar en el poder de Dios y así, fortalecidos en Él y a pesar de nuestra debilidad, continuar predicando su Palabra y el Evangelio confiados en que Él obrará de acuerdo a su plan perfecto. La obra es de Él, y en Él confiamos.
Los heraldos de la Gran Comisión esperan la oposición de otros, predican el evangelio de Cristo y confían en el poder de Dios. Seamos testigos fieles por su gracia, para su gloria y la salvación de las almas perdidas. ¡Cumplamos la Gran Comisión!