El pasaje de Mateo 28:19-20 ha sido desde que tengo memoria el texto estrella de la llamada «Gran Comisión». La evangelización es verdaderamente la Gran Comisión de la Iglesia de Cristo y es una de las razones principales de su existencia en este mundo. Pablo instruye a su amado colaborador Timoteo en su primera carta para que este sepa “cómo debe conducirse uno en la casa de Dios, que es la Iglesia de Dios vivo, columna y sostén de la Verdad” (1Tim. 3:15) y esto implica la predicación de la verdad del evangelio de Cristo a las naciones, además de la enseñanza, la instrucción y la defensa de la Palabra. Creo que el principio está firmemente arraigado en la Iglesia de Cristo. Sin embargo en la práctica los creyentes de nuestro tiempo, siempre hablando en líneas generales, han “subcontratado” esta encomienda profesionalizándola y convirtiéndola en un ministerio para el cual solo algunos hermanos debidamente preparados estarían capacitados.

Las congregaciones, e incluso las denominaciones envían, sostienen y oran por misioneros que esparcen el germen del Evangelio en otros lugares considerando así que su obligación en lo referente a la Gran Comisión está cumplida. Aunque esta práctica es buena, de hecho es necesaria y debiéramos orar por más hombres dispuestos para esta obra (Mt. 9:38), es insuficiente si queremos considerarlo el cumplimiento de esta gran comisión dada a la Iglesia. Cuando vemos el ejemplo del cumplimiento del mandamiento de Cristo en la Gran Comisión en el libro de los Hechos de los Apóstoles se puede observar un patrón que a veces pasamos por alto. Si bien es cierto que las figuras de Pedro y después Pablo y sus colaboradores son prominentes a lo largo del libro, hay otras figuras a las que el Señor usa para esparcir el mensaje de Cristo y que puntualmente se mencionan en este testimonio de Lucas. El ejemplo de Esteban, conviertiéndose en el primer mártir de la Iglesia (Hch. 7) o Felipe, siendo llevado por el Espíritu a evangelizar a un etíope (Hch. 8:26-40), ya nos muestra como los primeros creyentes rápidamente tomaron para sí la encomienda y predicaron el Evangelio allá donde el Señor les dio oportunidad. Aun así podemos ser tentados a pensar que estos hombres eran evangelistas debidamente preparados y capacitados por el Espíritu, y sin duda lo eran, pero eso no supone que su celo evangelizador y su sentido del deber a la hora de perpetuar la obediencia al mandamiento de Cristo fuera algo exclusivo de ellos. En Hechos 8:4 Lucas relata que en realidad Felipe era uno de los muchos que al empezar la persecución de la Iglesia en Jerusalén iban predicando la Palabra. La predicación del Evangelio se había convertido en la práctica común de los creyentes, allá donde fueran su testimonio de Cristo iba con ellos y era proclamado.

Algún tiempo más tarde en el ministerio de Pablo, en medio de un vivo deseo por parte de los hermanos en la iglesia de Tesalónica de recibir a Cristo en su segunda venida, el apóstol tiene que instruirles para que aprendan a vivir en este tiempo de espera de una manera que glorifique a Cristo (1 Tes. 4:11-12). En medio de esta instrucción se encuentra una exhortación interesante: que ambicionen una vida tranquila en la que puedan ocuparse de sus asuntos y vivir del sustento de su trabajo, de modo que convivan honradamente con los incrédulos. Lo interesante de este mandato no es solo este mandato a ambicionar a una vida tranquila, también lo es la importancia que se da al testimonio  acerca de Cristo que los creyentes transmiten a los incrédulos a través de su forma de vivir. Sin ninguna duda este testimonio llevó implícito el testimonio verbal del evangelio de Cristo.   

La práctica de la iglesia primitiva respecto a la Gran Comisión debe llevarnos a replantearnos si realmente estamos obedeciendo el mandato de Cristo. Gloria a Dios por todos aquellos hombres y mujeres que lo han dejado todo para proclamar a Cristo allá donde el Señor los envíe con este fin ministerial, pero no todos somos llamados a este ministerio tan específico. Sin embargo, nuestra comisión es la misma. No podemos considerar que ha sido cumplida con nuestras oraciones, ofrendas y apoyo a las misiones, cosas muy necesarias y que por supuesto no hemos de dejar de lado, pero se demanda de nosotros que vayamos más allá, y demos testimonio de Cristo en el lugar donde estemos y en las oportunidades que se nos presenten, que seamos luz a las naciones, pero comenzando por los que están más cerca.

José Da Maia

Autor José Da Maia

José Da Maia es graduado de Predicación Expositiva y anciano de la iglesia Gracia Soberana en Vigo

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