Hace un par de años, las siempre bulliciosas redes sociales descargaban sus iras contra Correos, la empresa pública española de servicio postal. ¿La razón? Los 170.000€ que la compañía había invertido en modificar su logotipo.
Sin entrar a valorar si tal cantidad fue mucha o poca, lo cierto es que una de las primeras decisiones que ha de tomar toda compañía que quiera perdurar en el mundo empresarial, es la de crear un logotipo. Un logotipo es una marca distintiva, un símbolo que la identificará y hará que la compañía sea recordada de entre otras. ¡Las empresas invierten millones en ello! Y con razón. Todos reconocemos rápidamente los logotipos de las marcas más famosas, ¿verdad? Sólo con ver un logo ya sabemos el nombre de la empresa detrás de esas zapatillas de deporte, de aquella bebida, o de cierto banco.
En este sentido, nuestra vida cristiana es similar. Si eres creyente has de poseer una serie de marcas distintivas que evidenciarán, tanto la autenticidad de tu conversión, como tu diferenciación con los no creyentes.
Esto es lo que el apóstol Juan escribió en su primera carta a finales del primer siglo. En esta ocasión, el bullicio surgió cuando un grupo de falsos maestros, anticristos, surgieron de entre la congregación de Éfeso y alrededores. Estos anticristos enseñaban, precisamente, doctrinas opuestas a Cristo, específicamente contra su plena humanidad. Enseñaban también doctrinas que minimizaban el pecado y sus efectos en el hombre.
La reacción del pastor Juan es la de proteger al rebaño, ¿de qué manera? Trayendo certeza a estos creyentes de que la verdad de su vida eterna estaba fundamentada sobre una fe verdadera en el verdadero Salvador. Esta fe, por otra parte, traía consigo un estilo de vida caracterizado por una piedad que los distinguía radicalmente del mundo.
Bajo este prisma, podemos dividir todo 1 Juan en dos partes que su autor destaca y que van a caracterizar a un creyente verdadero:
- El objeto de la fe
Juan tiene tanta prisa por sofocar tal peligroso bullicio que ni siquiera se molesta en saludar. ¿Qué hace en su lugar? Va al corazón del asunto: Cristo y su evangelio. Así comienza su carta, v.3: «nosotros» (los apóstoles y, en realidad, la primera generación de cristianos), «os proclamamos a vosotros» (los destinatarios: la segunda generación de creyentes).
La pregunta es: «¿qué proclamaba Juan?». Respuesta: Cristo y su mensaje. En los vv. 1-2 Juan ha dicho que tanto él como el resto de los apóstoles: oyeron, vieron, contemplaron y palparon con sus propias manos al «Verbo de vida» (v.1), que se manifestó (v.2): Jesús.
Juan tuvo el tremendo privilegio de ser testigo de excepción de la persona, la vida y la obra redentora del Señor Jesucristo, quien verdaderamente existió. Juan parece decir: «fijaros hermanos si el Verbo, la segunda persona de la trinidad, fue verdaderamente humano, que no simplemente le vi u oí, ¡sino que incluso le toqué!». Juan está dirigiendo a la congregación por un camino de certeza absoluta: «os proclamo al Dios-hombre, Jesucristo y Su mensaje de Salvación. Tened certeza de que lo que Él me dijo, os lo digo a vosotros».
La primera y fundamental marca distintiva en un creyente es que el objeto de su fe es el Salvador revelado en la Palabra de Dios: Jesucristo.
Exactamente ese.
No otro.
No un Jesucristo adaptado a su mente.
No un Salvador a su imagen y semejanza.
No un mensaje del Evangelio descafeinado que no ofende.
Sino el mismo Señor que Juan creyó, y el mismo mensaje que Jesús proclamó.
¿Crees en este mismo Jesús? ¿Descansa tu fe en el mensaje completo que Él trajo? ¿Tanto las partes fáciles como las difíciles de comprender? Es más, ¿tienes certeza absoluta de que el Dios que la Biblia (tanto Antiguo como Nuevo Testamento) nos revela es el Dios en el que crees? Si puedes responder afirmativamente, el objeto de tu fe es el que la Biblia dice que debe ser. Por tanto, tu primera marca distintiva te identifica como un verdadero creyente.
- El resultado de la fe
Pero la cosa no acaba ahí. Juan continua a lo largo de su carta mostrando las evidencias de la fe genuina. ¿Por qué? Porque los falsos maestros también decían que creían en Dios (1:6), y que le conocían (2:4), pero su vida no demostraba una verdadera conversión puesto que creían en un salvador no bíblico. Y creer en un falso salvador deriva hacia una falsa manera de vivir.
El autor, pues, sobre el fundamento de una fe verdadera en el Salvador verdadero, construye los pilares de una vida verdadera. ¿Cuáles son? Podemos resumirlos en cuatro distintivos:
- Comunión.
El resultado de la fe en Cristo es comunión. Comunión con Dios y con la familia de la fe (1:3, 6). Se trata de un vínculo común e irrompible que tiene como centro Dios y Su Palabra. A Juan le preocupaba que las mentiras de los falsos maestros afectaran este vínculo. Qué cierto es, verdad, que uno de los primeros efectos visibles de que algo no marcha bien en un creyente, es que su relación con Dios y con su iglesia se enfría.
¿Vives esta comunión? ¿Te caracterizas por una creciente y continua relación con el Señor y con tus hermanos (aún en estos tiempos de pandemia)? Tal vínculo es distintivo inequívoco en el creyente.
- Obediencia.
De hecho, Juan dice que la comunión es resultado de «andar en la luz» (2:7). Esta expresión es sinónimo de vivir de acuerdo con la voluntad revelada por un Dios que es luz (1:5). El Apóstol también lo llama «practicar la verdad» (2:6), «practicar la justicia» (3:7), o «guardar sus mandamientos» (2:3; 5:3). La fe genuina en Cristo produce una vida obediente. Específicamente, Juan habla de:
- confesión constante de pecado ante un Salvador Justo (1:9; 2:1-2)
- amor sobrenatural, activo y sacrificado por los hermanos (2:10; 3:11, 14, 16; 4:7; 5:2).
- rechazo a un mundo que rechaza a Cristo (2:15; 5:5)
¿Estás andando en luz? Como hijos de Dios, andamos en luz porque nuestro Padre es luz. Además, andamos en luz porque… ¡queremos! (5:3). Esto nos lleva a una vida de mayor similitud con Cristo (santificación) que demuestra que el resultado de nuestra fe es, a pesar de los pesares, una victoria constante contra el mundo y el pecado (5:4).
- Discernimiento.
Cuando en tiempos de la Inquisición se quemaron miles de libros «sospechosos» (y varios de sus autores, todo hay que decirlo), se acuñó el modismo: «huele a chamusquina». Pues bien, al creyente, la falsa enseñanza le huele a chamusquina. Esto es debido a que, como Juan dice, tiene la «unción del Santo» (2:20), unción que ha de crear un sano escepticismo (¡como los de Berea!) ya que no cree de buenas a primeras todo lo que recibe, sino que «prueba los espíritus» (4:1). Esta realidad tal discernimiento no aparece por arte de magia, sino que el Espíritu Santo acompaña al creyente expuesto personal y eclesialmente a la Palabra de Dios.
¿Estás expuesto a la enseñanza fiel de la Palabra de Dios? ¿Escuchas, lees, tienes comunión con quienes apuntan a la Verdad? El Espíritu te ayudará entonces a discernir qué y quién habla de parte de Él y quien no, y te protegerá de desviarte.
- Permanencia.
Nuestro anciano Juan también se preocupó de exhortar a los hermanos a permanecer en Dios. Así como el sarmiento ha de permanecer aferrado a la vid, el creyente ha de permanecer aferrado a Cristo. Juan, fiel a su pensamiento circular, vincula la permanencia del creyente a su: andar en la voluntad de Dios (2:6, 17); su amor (2:10; 3:14); a su lucha espiritual (2:14; 3:6); su fe (2:24; 4:15); a ser habitado por el Espíritu (2:27; 3:9, 24; 4:13). En otras palabras, el verdadero creyente efectivamente se distingue por continuar inexorable en la fe.
¿Y tú? ¿Permaneces aferrado al Señor «a las duras y a las maduras»? A pesar del pecado, a pesar del dolor, a pesar del desánimo, de la oposición ¿perseveras asido firmemente al Objeto de tu fe?
Para poseer estas marcas distintivas no es en absoluto necesario que invirtamos 170.000€ – porque no hay dinero que pague por nuestra salvación ni nuestra santificación – sino que perseveremos en invertir nuestro tiempo, afectos y esfuerzos en el único Salvador que por propia iniciativa y gracia nos ha rescatado y diferenciado de un mundo caído. A Él la gloria.