Johann Sebastian Bach, considerado unánimemente por el mundo de la música como uno de los mejores compositores de la historia afirmó lo siguiente:
“El objetivo y la razón final de toda la música no debe ser más que la gloria de Dios y el alivio del alma. Donde no se observe esto, no habrá música, sino sólo un bullicio diabólico”.
Como afirmó este gran compositor, el propósito de la música no es otro que servir como medio para dar gloria a Dios. A través de la letra de las canciones, elevamos nuestra voz para reconocer quién es Dios, humillarnos ante Su majestad y grandeza, y declarar lo que ha hecho por nosotros (1Cro. 16:9, 23; Sal. 9:11; 30:4; 33:1-3; 47:6-7; 66:2; 81:1; 96:1-2; 98:1). Por tanto, la música no es un fin en sí mismo, ni mucho menos la única expresión de adoración posible. Cuando cantamos a Dios, estamos adorando puntualmente, pero la Palabra de Dios nos revela que el creyente está llamado a ir más allá. Todo creyente está llamado a vivir una vida de adoración. Dicho de otro modo, una adoración puntual no traerá gloria a Dios a menos que provenga de una adoración integral. A.W. Tozer lo expresó de esta manera: “La adoración no es un evento que ocurre los domingos por la mañana. Es un estilo de vida que abarca cada aspecto de nuestra existencia”.
Ahora bien, ¿cómo podemos vivir una vida de adoración? Primero debemos entender qué es la adoración a Dios. Podríamos definirla como “rendir honor, reverencia, alabanza, respeto y gloria al Dios vivo y verdadero”. Una vida de adoración a Dios es por lo tanto tratar de que nuestros pensamientos, motivaciones, palabras y hechos, es decir, todo nuestro ser busque rendir honor, agradar y glorificar a Dios (1 Co. 10:31; Col. 3:17, 22-23).
La teoría aparentemente no es difícil, pero llevarlo a cabo en nuestras propias fuerzas es imposible. Es la obra de Dios en nosotros que nos capacita no sólo para desear vivir en adoración, sino también poder hacerlo (Fil. 2:13).
Ahora bien, para responder a la pregunta anterior, veremos tres características de una vida de adoración verdadera:
1. Es una vida llena de amor por Dios
No puedes adorar a Dios genuinamente si no le amas. Jesús afirmó que la ley se resumía en amar al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y al prójimo como a Ti mismo (Dt. 6:5; 11:1; Lc. 10:27). Amar a Dios implica que Él sea tu mayor deleite, tu mayor gozo, tu mayor esperanza, y tu mayor dedicación. El apóstol Pablo expresó: “pero cuántas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo […] por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo” (Fil. 3:7-8). Pablo amaba tanto a Su salvador, que no le importó perder su reputación, su linaje, su religión, sus amistades o incluso su propia vida. El amor por Dios fue el motor que le movió a vivir una vida de adoración.
2. Es una vida llena de la Palabra de Dios
No puedes adorar genuinamente algo que no conoces. Este era uno de los problemas que Jesús trató con la mujer samaritana. Los samaritanos adoraban lo que no conocían (Jn 4:22). Ellos no conocían a Dios ni la revelación del Antiguo Testamento, por tanto no podían adorarlo verdaderamente. Seguidamente Jesús le dice que ahora es cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad (Jn. 4:23). El espíritu se refiere al interior, a una actitud correcta, y la verdad se refiere a una adoración a Dios de acuerdo con las Escrituras y centrada en Cristo (Jn. 14:6). Por tanto, para poder vivir una vida de adoración debemos conocer a Dios y Su revelación la cual se encuentra completa en las Escrituras. El salmista expresó: “Profieran mis labios alabanzas, pues tú me enseñas tus estatutos”.
Una vida de adoración implica conocer y profundizar en los atributos de Dios, Su Santidad, Su justicia, amor, misericordia, etc., así como ahondar más y más en el conocimiento de Su voluntad por medio del estudio de las Escrituras (Col. 1:9-12; 2 Tim. 3:15-17).
3. Es una vida que busca la santidad
Para vivir una vida de adoración a Dios debemos amar lo que Dios ama, pero también aborrecer lo que Dios aborrece. La Palabra de Dios nos insta a ser santos así como Dios lo es (Lv. 11:44; 19:19; 1 P. 1:16). Dios no se complace con la maldad (Sal. 5:4), ni tolera el pecado en nuestras vidas (Col. 3:5-9). Si queremos ser agradables a Dios no podemos ser permisivos, ni participar o regodearnos en él. Todos los que somos hijos de Dios, debemos purificarnos así como Él es puro (1 Jn. 3:3).
La verdadera adoración es mucho más que una canción que cantamos en un momento puntual o en una reunión comunitaria. Es una forma de vida que implica una entrega total y una devoción constante a Dios. Cuando la adoración se convierte en una pasión, nuestra vida se transforma en una melodía constante de alabanza a Dios.