Hace unos pocos días me encontraba absorto observando a mis hijos. Estábamos en el salón de casa. Un salón cada día más pequeño conforme ellos se hacen cada día más grandes. Yo estaba sentado en mi sofá, mientras ellos, cual estampida de ñus más propia del Rey León, corrían, jugaban a peleas, y se subían (literalmente) por muebles y paredes.
“No-hay-esperanza”.
Con toda honestidad, no recuerdo exactamente si tal frase la pensé, la expectoré en voz alta al éter, o si se la exclamé a mi esposa, lo cual dudo, pues probable y sabiamente ella habría huido ante una escena más propia del Libro de la Selva que de una casa cristiana.
“No-hay-esperanza”.
Lo reconozco. Sé que esta no es manera de comenzar un artículo destinado a animarte en la educación de tus hijos. Y quizá ahora tampoco tengas la expectativa de encontrar demasiado provecho de un padre que está viendo el vaso medio vacío (si es que el vaso milagrosamente sigue intacto ante la susodicha estampida). Pero, ¿no es verdad que hay momentos en los que uno tiende a descorazonarse? ¿No parece que, después de incontables horas de esfuerzo, nuestros hijos parece que van a peor en lugar de a mejor? ¿No es cierto que uno siente un vértigo monumental ante la misión imposible de criar a sus hijos en los caminos del Señor?
Déjame que conteste por ti: “si”. Todos, de una manera u otra, pasamos por momentos así. Pero en medio de este Everest, la única esperanza a la que aferrarnos en nuestra misión es el Señor y su Palabra. Esto no es nuevo. Digo esto porque ya los padres de Israel allá en el Deuteronomio se encontraban en la misma tesitura.
Fijémonos. La segunda generación de un Israel que ha vagado por el desierto durante 40 años está a punto de entrar en la Tierra Prometida. Sus padres fallaron estrepitosamente y, en este momento, Moisés, movido por Yahvé, predica expositivamente la ley ya dada en el Sinaí. El pueblo necesita recordar de dónde viene, adónde va y a quién ha de servir. Y si piensas que es difícil no sólo educar, sino vivir en medio de una sociedad como la nuestra con su #mesdelorgullo, su tolerancia, su amor propio, y su tremendo humanismo del que bebemos desde el primer día de escuela, ponte ahora en la piel de un hebreo que va a tener una parcela en medio de una cultura absolutamente pagana y corrompida desde todos los ángulos, sea religioso, moral, sexual… Ellos podrían decir: “no hay esperanza”.
Pero precisamente ante tal perspectiva desoladora, el libro de Deuteronomio trae esperanza. La ley de Dios es predicada a Israel para que, en medio de la decadencia, tengan meridianamente claro cómo han de vivir con esperanza y con sus corazones apuntando al Yahvé y su perfecta y buena voluntad. En vista de esta realidad, observemos un par lecciones que van a ayudarnos en la misión de educar a nuestros hijos aún en medio de una sociedad opuesta al Señor.
- Ama a Dios
Deuteronomio 6:5 expresa lo siguiente: “amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza”. Dios recuerda a esta generación que, si quiere tener éxito en la Tierra Prometida, si quiere evitar caer como sus padres cayeron, ha de asegurarse que su corazón está en orden. Es decir, su amor y su lealtad han de apuntar hacia el único Dios. Qué interesante es observar que la palabra corazón aparece 47 veces en este libro. ¿Obediencia? Amén, pero con un amor sincero y sin reservas que permea todo aspecto de su ser.
Esta realidad debemos aplicarla al cristiano hoy y a nuestra misión como padres. Un padre que adora con todo su corazón al Dios verdadero en medio de una cultura que vive en rebeldía ha de descansar sobre la verdad de que este estilo de vida va a influenciar a sus hijos. Tantas veces buscamos soluciones a corto plazo y tapamos grietas en el carácter moral de nuestros hijos mientras su corazón sigue duro como una piedra… la solución radica primera e ineludiblemente, padre, madre, en transformar nuestro propio corazón, renovando nuestra mente más a la imagen de Cristo y confiar en que el Señor use esta influencia en ellos.
¿Perogrullada? Así es, pero ¡qué necesario es mantener la prioridad como prioridad! Los mejores libros cristianos de educación que he leído no son los que se enfocan en los hijos primariamente, sino en el corazón de los padres. Son los que nos apuntan a nosotros y a nuestra necesidad de vivir amando a Dios… para entonces, sí, aplicarlo con ellos.
Existe un constante peligro de que nuestros objetivos secundarios se conviertan en primarios, y de que aún nuestros hijos tomen el lugar de Cristo. Pero cuando amas al Señor sobre todas las cosas, cuando su Palabra está en tu corazón (v.6) tendrás clara tu misión para con ellos, y podrás obedecerla diariamente con sabiduría y gozo, y ser de influencia piadosa.
- Enséñales la Palabra de Dios
Deuteronomio 6:5-6 desemboca en otro mandamiento en el v.7: “diligentemente las enseñarás a tus hijos”.
La promesa de Dios a Abraham es que le daría una tierra a él y a su descendencia donde habitarían en paz y en relación constante y armoniosa con Dios. ¿La condición? Obediencia de corazón a la ley de Dios. Es natural, pues, que Dios recuerde a esta generación la importancia capital de transmitírsela a sus hijos. La idea tras “diligente” es la de repetición constante. El Señor está diciendo: “padres, el éxito de vuestra misión está en transpirar una vida de piedad de acuerdo con mi palabra en todo momento”. Yahvé no está diciendo que tengan una oración antes de dormir con sus hijos. No les manda tener un devocional después de comer, todo ello fantástico y recomendado. La idea es que toda actividad esté permeada de la perspectiva divina: “hablarás … cuando te sientes en tu casa y cuando andes por el camino, cuando te acuestes, te levantes … las escribirás en los postes, en las puertas de casa… ¡las atarás en tu mano!
Este lenguaje nos lleva a comprender algo: si quieres tener esperanza como padre en la educación de tus hijos, debes vivir, pensar, comer, andar, estudiar, trabajar, hacer deporte, educar… teniendo en mente su palabra y su gloria (Col 1:10). En otras palabras, discipula a tus hijos formal e informalmente. ¿Tienes que llevar a uno o varios al colegio? ¡Qué buena oportunidad para pasar 10 minutos charlando! ¿Tienen que estudiar acerca de la evolución? Que estudien… y enséñales la verdad bíblica del Dios Creador. ¿Han pecado y necesitan disciplina? Hazlo… y háblales de la gracia de Dios en la cruz de Cristo y llévales al evangelio que tanto necesitan.
En conclusión. Nuestra misión como padres es preparar constantemente a nuestros hijos para el resto de sus vidas, y no hablo simplemente de que se valgan por sí mismos en este mundo, sino de que teman a Dios.
En Deuteronomio 6:12, el omnisciente Dios recuerda a estos padres de un peligro latente: “ten cuidado, no sea que te olvides del Señor”, v.13: “témele sólo a Él”. Aún nosotros hoy, teniendo la ley de Dios en nuestros corazones por el Espíritu Santo (Ezeq 36:26-27), aún con la seguridad de una salvación enraizada en Cristo (Rom 8:39), debemos recordar que nuestro amor y lealtad al Señor son más importantes que el comer (Juan 4:34). Esta perspectiva va a alimentar nuestra perseverancia en la misión encomendada de preparar a nuestros hijos en el temor de Dios
Así es. Solo Dios es soberano en la salvación. Pero recuerda que Él utiliza medios, y en este caso el medio eres tú, papá, mamá. Ten clara, pues, tu misión: ama a Dios, enséñales acerca de Dios… y deja los resultados a Dios.
Me reafirmo. Humanamente hablando no hay esperanza. Quizá sí de que mis hijos dejen las estampidas (estamos en ello). O de que sean educados y morales (también estamos en ello). Pero termino recordando que nuestro éxito como padres no está en el resultado final con nuestros hijos, eso está en manos del Señor, no en las nuestras. En tal esperanza sí descansamos. En comprender que nuestra misión dada por Él es que los preparemos día tras día para el resto de su vida, contra viento y marea, contra la cultura, contra nuestro propio pecado y el suyo… insistiendo cada momento en la disciplina e instrucción del Señor y empapando todo con oración constante por ellos.
La única esperanza a la que aferrarnos en nuestra misión con nuestros hijos es el Señor y su Palabra. Persevera y confía en Él.