Una de las consecuencias no físicas que la pandemia ha traído a nuestras iglesias es una notoria falta de asistencia personal de sus miembros. Evidentemente, estamos pasando por una Crisis mundial causada por el Covid y hemos tenido que obedecer una serie de restricciones por orden de nuestro gobierno, entre las cuales estuvo el dejar de congregarnos de forma presencial. Esta situación dio paso a una manera mas abierta de usar los medios virtuales para poder recibir predicaciones, organizar reuniones virtuales etc… con el fin de paliar el hecho de no poder congregarnos. No siendo esto lo más deseado, damos gracias a Dios por estos medios que bien utilizados nos ayudaron a mantener el contacto y permitieron la extensión del evangelio. Ahora bien, tenemos que reconocer que esta situación ha hecho que lo que la Palabra de Dios manda, esto es “no dejar de congregarnos”, esté siendo sustituida de tal manera que se ha abierto un “buffet libre” con toda una carta de contenidos “espirituales” que, en algunos casos, tristemente están sustituyendo a lo que Dios manda, que es reunirnos de forma presencial.
Reunirnos como iglesia es algo insustituible. Lo virtual es secundario ante lo presencial. El autor de Hebreos dice: (Hebreos 10:25) “No dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuando veis que aquel día se acerca”. Aquí encontramos un mandato “no dejemos de congregarnos”, ¿quiénes? Los creyentes. Cuando observamos el plural en este versículo nos debe llevar a pensar en algo más que en lo individual. La Iglesia la componen todos aquellos que han sido redimidos por la sangre de Cristo y a través de ella recibimos bendición espiritual para alabanza de Su gloria (Efesios 1:3-6). Entender esta posición dada por Dios debe de llevarnos a desear compartir lo que el mismo Señor nos ha dado para la edificación de Su iglesia, por medio de los dones que recibimos. (Romanos 12:3-21; 1Corintios 12:4-12).
Observemos dos detalles importantes de estas verdades en la vida de un creyente:
- Hemos recibido la salvación por gracia, sin ser merecedores, Cristo dio su vida en rescate por la nuestra (Ef 2:1). Ya estamos en Cristo, nuestra vida esta escondida en Él, (Col 3:3).
- Nos ha regalado los dones Espirituales para edificación de Su iglesia. Es decir, nos permite tener y ejercitar la comunión con los hermanos en la fe, aquellos que como tú y yo hemos sido salvados. La Palabra comunión proviene del la palabra griega “Koinomia”, significa “participación” o “compartir”. La base para ejercitarla de forma espiritual es la salvación, y el lugar donde practicarla es en el contexto de la iglesia. Evidentemente una vida de obediencia y servicio a Dios es un testimonio para nuestras sociedad, pero el Señor nos manda ejercitar los dones para edificación de Su pueblo. Por tanto, cuando dejamos de asistir a la iglesia local no solamente estamos negando nuestros dones al resto de hermanos, sino que ,además, estamos dejando de recibir las bendiciones, exhortaciones y participando de la adoración conjunta hacia aquel que es merecedor de toda Gloria.
En algunas ocasiones he escuchado la ilustración de las consecuencias de apartarse o dejar de congregarse comparado a un “ascua sacada de una hoguera”. Ésta terminará apagándose, esto es cierto; pero como mencionaba con respecto al pasaje de Hebreos 12:25, no es una cuestión individualista sino colectiva. Así que las consecuencias no solamente se centran en la vida de una persona sino en lo que esto implica para el resto de la congregación. Fíjate bien: “ Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras” (Hebreos 10:24). Con el fin de estimularnos, exhortarnos a acciones que agradan a Dios y mostrar amor de los unos hacia los otros… ¡no dejemos de congregarnos!
“Vosotros” dice Pablo, “sois el cuerpo de Cristo, y miembro cada uno en particular” (1Corintios 12: 27). Un cuerpo no puede prescindir de ninguno de sus miembros, si no es por motivos de enfermedad que lo imposibilite para ejercer su función. Ya sea por un virus, por desanimo, por apatía, incluso por rebeldía o comodidad… ¡no dejemos de congregarnos! Estas situaciones se repiten en muchas etapas de la vida por tanto no van a faltar, pero son precisamente con las que tenemos que batallar para crecer en Santidad y glorificar a Dios. Ante estas y otras realidades son en las que tenemos que tener nuestra mirada puesta en las cosas de arriba, (Col 3:1).
¡Ánimo hermanos! No dejemos que lo virtual sustituya lo personal, la comunión participativa entre los santos que, a su vez, es un ejemplo de la unidad de los creyentes en Cristo.
“¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía! Es como el buen óleo sobre la cabeza, El cual desciende sobre la barba, la barba d Aarón, y baja hasta el borde de sus vestiduras; Como el roció del Hermón, que desciende sobre los montes de Sión; Porque allí envía Jehová bendición, y vida eterna.”
(Salmo 133)