Hace ya algunos años, en el transcurso de un discipulado en mi iglesia, uno de los hombres que participaba en él se enojó cuando simplemente se mencionó la palabra “doctrina”. Y el motivo de su enojo estaba basado en que, según él, “la doctrina era la causa de que existieran tantas denominaciones entre los cristianos y asimismo el motivo de muchas divisiones en las iglesias” y por tanto él no quería hablar de ninguna doctrina.

Esta manera de pensar está sumamente extendida por nuestras iglesias; probablemente, porque de una manera equivocada solamente se relaciona el término doctrina con los temas más controversiales y que suscitan mayores polémicas entre los creyentes. Y, efectivamente, estamos hablando de doctrina cuando hablamos del papel de la mujer en la iglesia, de predestinación o de justicia social. Pero también estamos hablando de doctrina cuando hablamos del Evangelio, de las perfecciones de Dios, o de cómo vivir vidas agradables y obedientes a Dios.

Así que, a pesar de la connotación negativa que algunos tienen de la doctrina como algo poco práctico, difícil de entender o de lo que solo se deben preocupar los teólogos, de lo que realmente estamos hablando es del conjunto de verdades contenidas en la Palabra de Dios, obtenidas de aplicar reglas adecuadas de interpretación, las cuales nos ayudan a conocer a Dios, a entender Su voluntad para nuestras vidas y por tanto nos capacitan e instruyen para vivir vidas piadosas, todo lo cual promueve nuestra salud espiritual.

De modo que el estudio y conocimiento de la doctrina no puede ser nunca algo a denostar, sino que por el contrario, debe ser algo a promover en las iglesias, ya que es sumamente importante que los creyentes estemos equipados, por medio del conocimiento de las Escrituras, de buena y sana doctrina para saber cómo debemos pensar bíblicamente respecto a cualquier tema, y más en el mundo actual donde estamos expuestos a tantos canales de información; y también  como debemos vivir de una manera agradable a nuestro Señor y Salvador.

Esto ha sido así desde el inicio de la iglesia, como encontramos en Hechos 2:42, donde se menciona que una de las actividades fundamentales y característica de los primeros cristianos fue su perseverancia en la enseñanza/doctrina de los apóstoles, como el fundamento para su crecimiento y madurez. Por ello, no debe extrañarnos el hecho de que cuando Pablo escribió sus cartas a dos jóvenes pastores, Timoteo y Tito, a los que tenía que instruir acerca de cómo pastorear la iglesia, aludiese repetidamente a la doctrina como el medio, tanto de corregir el error, como de instruir en conocimiento y piedad a los creyentes en esas iglesias.

Leyendo estas dos cartas, vemos en primer lugar la vital importancia que tiene la doctrina para combatir el error (1 Timoteo 1:3, Tito 1:10), que tan fácilmente se infiltra en cualquier iglesia donde se está descuidando la enseñanza fiel de la Palabra, y donde los pastores dedican más tiempo en sus predicaciones a comentar la actualidad, que a instruir en todo el consejo de Dios a la grey.

Por ello, un requisito principal que ambas cartas establecen para los pastores-ancianos, es que sean aptos para enseñar (1 Timoteo 3:2) y exhortar con sana doctrina y así estén capacitados para refutar a los que están tratando de confundir con enseñanzas erróneas. (Tito 1:9). Como resultado, un pastor será un buen servidor de Cristo y estará cumpliendo adecuadamente su labor cuando esté nutrido de la buena doctrina y perseverando en ella. (1 Timoteo 4:6,16)

Y vemos igualmente como la doctrina es la enseñanza que necesitamos todos los cristianos para vivir de una manera que agrada a Dios. Y esto es una realidad tanto para los pastores, que no solo tienen la misión de enseñarla, sino también de conformar sus vidas a ella, como Pablo exhorta a Tito (Tito 1:7), como para todos los creyentes sin importar edad, ancianos o jóvenes, en quienes producirá el fruto de vidas moldeadas y caracterizadas por la obediencia y la piedad. (Tito 2:1-6)

Por tanto, debemos concluir que realmente este hombre que mencioné al principio tenía razón, ya que la doctrina siempre tiene que ser causa de división y por ello es importante; pero creará una división sana entre la verdad y el error. Entre los que prefieren seguir los dictados de su propio corazón o vivir de acuerdo con los estándares y las corrientes de pensamiento de este mundo; y entre los que quieren conocer y obedecer la Palabra de Dios, que es la única fuente de sana doctrina, la cual va a impedir que nos conformemos a este mundo, nos va a revelar la voluntad de Dios y va a producir santificación y semejanza con el Señor Jesús.

“Así que, hermanos, estad firmes y conservad las doctrinas que os fueron enseñadas, ya de palabra, ya por carta nuestra” 2 Tesalonicenses 2:15

 

 

José Manuel Robles

Autor José Manuel Robles

Graduado del Seminario Berea y colabora en distintos ministerios en la Iglesia Evangélica de León

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