En el año 1954, el escritor William Golding publicó su más célebre novela, “El Señor de las Moscas”, que se considera un clásico de la literatura inglesa. Quizá la conozcas por la película basada en este libro, que se estrenó en 1990, pero esta novela describe fielmente la realidad del ser humano, cuando se le deja a merced de sí mismo.
La novela cuenta como un avión, que transporta a unos estudiantes británicos, es derribado en periodo de guerra a causa de una fuerte tormenta, estrellándose contra una isla desierta, en donde los únicos supervivientes son los niños pasajeros. Éstos se ven obligados a sobrevivir sin ningún adulto, pues el único adulto era el piloto del avión, y muere en el accidente. La ausencia de normas y límites hacen que la lógica y la serenidad de los jóvenes vayan desapareciendo al dejar paso a la faceta más salvaje del ser humano, provocando que la utopía insular de este grupo de estudiantes no tarde en transformarse en un caos gobernado por la locura, la lucha de poder y la muerte.
Muchos hoy en día se rebelan contra las autoridades, y se frustran por tener que vivir bajo normas y límites, pero lo cierto es que el ser humano, tal como la Biblia afirma, tiene un grave problema, que no está fuera de él, sino en él. Y es gracias a normas y límites que no nos acabamos auto destruyendo.
Y aunque los creyentes hemos sido liberados de tal problema, de un corazón perverso y egocéntrico, lo cierto es que, en la iglesia de Cristo, también necesitamos autoridades establecidas por Dios, para que no lleguemos a destruir el testimonio de la obra redentora de Cristo. O en palabras de Pablo, cuando le escribe a su colaborador Timoteo, para que sepamos “como debe conducirse uno en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios vivo, columna y sostén de la verdad” (1 Timoteo 3:15)
De hecho, en esta carta, el apóstol Pablo demuestra de manera clara y contundente por qué la iglesia necesita pastores. Al considerar esta carta podemos ver tres pruebas de que la iglesia necesita a aquellos que son puestos por Cristo como autoridad, como pastores del rebaño:
Primero, la iglesia necesita pastores porque son el plan de Dios para Su casa. Y realmente no habría que decir nada más. Pero el hecho de que Pablo, un apóstol acreditado por Cristo y enviado por Dios (1:1), le escriba estas instrucciones a Timoteo, un pastor probado, “verdadero hijo en la fe” (1:2), y designado precisamente para ejercer esa labor en la iglesia de Éfeso (1:3), es una prueba evidente de que Dios pone pastores en las iglesias locales, para guiar y dirigir a Su pueblo. También es notable la ilustración de Pablo, al describir la iglesia como la casa de Dios (3:14-15). En el contexto apunta a la imagen del señor de una casa, con sus mayordomos que administraban el hogar, y que se aseguraban de que todo se hacía según el señor de la casa. Por eso podemos decir con convicción que, en la iglesia, las cosas se hacen como Dios dice. Es Su casa, y por tanto, son Sus normas. Y esto Pablo lo dice después de presentar los requisitos imprescindibles para los que administran la casa (3:1-7), los requisitos que deben reunir los “obispos”, una palabra que es utilizada en el Nuevo Testamento para referirse a los que dirigen la iglesia, junto con otros términos como “anciano”, o “pastor”. Esta es la primera prueba. El plan de Dios para Su iglesia incluye a los pastores.
Segundo, la iglesia necesita pastores porque son la protección de Dios contra la mentira. La razón específica por la que Pablo dejó a Timoteo en Éfeso, y por la que tenía intención de volver, es que aquella iglesia estaba infectada de falsa enseñanza, e infestada de falsos maestros (1:18-20). Y una mirada panorámica al Nuevo Testamento demuestra que este era un problema recurrente en aquel tiempo, como lo es en nuestro tiempo. Los falsos maestros, motivados por obtener ganancia y fama, se infiltraban en las iglesias y distorsionaban la sana doctrina, las sanas palabras de Jesucristo (1:3-7; 4:1-3; 6:3-5). Y con su falsa enseñanza arrastraban a creyentes inmaduros, que no estaban afirmados en la verdad que tenían que poner en alto. La función principal de Timoteo fue la de detectarlos y detenerlos. Y el apóstol le dio instrucciones precisas en cuanto a como lidiar con ellos, para que la iglesia pudiera ser protegida de esos “lobos feroces” (Hechos 20:28-31). Y por eso también le dio instrucciones precisas de cómo estar preparado para fortalecer a los creyentes con la enseñanza de la verdad (4:6-16). Los pastores piadosos son el instrumento de Dios para proteger a Su iglesia de la mentira, y para que ésta cumpla su propósito de ser columna y sostén de la verdad.
La tercera prueba es que la iglesia necesita pastores porque estos son el patrón de Dios para los creyentes. Pablo le insiste a Timoteo en cuanto al carácter piadoso que un pastor debe poseer para ser “ejemplo de los creyentes” (4:12). Siguiendo la enseñanza de Jesús en cuanto al liderazgo en la iglesia, Pablo enfatiza el papel de los pastores como ejemplos el rebaño. Cuando escribe en cuanto a los requisitos, estas cualidades no son solo un requisito para los pastores; es evidente que todo creyente debe aspirar a la semejanza a Cristo. Pero los pastores son aquellos que, por su madurez espiritual, suponen un ejemplo “andante” de lo que Cristo espera de Sus seguidores (5:1-2; 6:11-16). Los pastores son el patrón de Dios para el pueblo de Dios.
Tristemente, no es extraño escuchar de iglesias donde el caos y la lucha de poder abundan. El llamado de Dios para Su iglesia es un alto llamado: ser columna y sostén de la verdad. Y este llamado requiere una firme confianza en el plan de Dios: pastores irreprensibles y nutridos de la verdad, que protegen a la iglesia de la mentira, y que proveen un patrón a la iglesia de cómo vivir la verdad.