En el artículo previo planteamos la siguiente pregunta: ¿Qué dice la Escritura sobre el divorcio? Y la respuesta corta y directa la encontramos en Malaquías 2:16: “Porque yo detesto el divorcio—dice el Señor, Dios de Israel”. Sin embargo, a pesar de esta rotunda afirmación de parte de Dios, y de lo que el Antiguo Testamento enseña sobre el tema, 400 años más tarde, cuando el Señor Jesús viene a esta tierra, la religión judía había desarrollado una tolerancia increíble para con el divorcio. De hecho, los líderes religiosos y el pueblo en general habían adoptado un sistema muy elástico donde los hombres podían divorciar a sus mujeres por cualquier cosa.
Pero Jesús apela directamente a la Escritura, no prestando ninguna atención a la noción popular y aceptada de una época en la que mismo Herodes hacía gala de haberse divorciado de su esposa sin justificación alguna. La respuesta sobre el divorcio (o cualquier otro tema) se encuentra en lo que Dios ha delineado en Su Palabra. Este es el fundamento al cual debemos regresar una y otra vez.
No obstante, ¿existe alguna causa que justifique o legitime el divorcio? En Marcos 10:4, los fariseos están convencidos de que sí al apelar ante Jesús que “Moisés permitió dar carta de divorcio, y repudiarla”. Y, aparentemente, y digo aparentemente, Jesús les “compra el argumento” cuando responde a continuación: “Por la dureza de vuestro corazón os escribió este mandamiento”.
Los fariseos decían “ahí está”, un hombre puede divorciarse si encuentra en su mujer “algo reprochable”, “alguna cosa indecente”. Ellos habían concluido que esta frase podía referirse a cualquier cosa que el esposo considerara indeseable. E hicieron de ello un cheque en blanco que uno llenaba como le parecía: Pelo caído, tobillos descubiertos, un comentario malo en contra de la suegra, hablar en voz alta de tal manera que los vecinos escucharan, quemar la comida, … Por esta o cualquier otra causa, el hombre entonces se sentía legitimado para dar a su esposa carta de divorcio y despedirla. Pero en el pasaje de Deuteronomio 24, que es dónde Moisés se refiere a este asunto, no existe ningún mandamiento que favorezca el divorcio. El texto describe algo que sucedía entre los israelitas, quiénes estaban divorciando a sus mujeres por razones ilícitas. Sin embargo, el único mandamiento es una prohibición de volverse a casar con la mujer que este hombre había divorciado (Deuteronomio 24:4). La ley no daba un mandamiento de divorcio, solamente reconocía que los hombres que se habían alejado del diseño original estaban repudiando a sus esposas por razones ilícitas. Y, por eso, Dios prohíbe que se volvieran a casar. Dios odia el divorcio. Dios no manda el divorcio, y si alguien se divorcia, y se casa con otra persona, comete adulterio (Marcos 10:11-12).
Ahora, ¿existen algunas situaciones imposibles donde Dios ve el divorcio como la mejor opción entre dos situaciones malas? Veamos una ilustración en Deuteronomio 7. Aquí tenemos al pueblo de Israel entrando a la tierra de Canaán. Recordemos que los pobladores de esta región eran paganos, idolatras quienes rechazaban al Dios verdadero. Estas naciones tendrían influencia perniciosa en Israel y Dios les pide que no contraigan matrimonio con ellos (7:3). Esa es la instrucción divina, la prohibición de contraer matrimonio con ellos. ¿Qué paso? Desobedecieron a Dios, y el relato de lo que ocurre después lo tenemos en Esdras capitulo 10: El pueblo se separó de los pueblos paganos y de las mujeres con quienes se habían casado. ¡Un Divorcio masivo! Dios odia el divorcio, pero odia la idolatría todavía más. El divorcio fue la mejor opción entre dos malas. Notamos como Dios permitió el divorcio de las mujeres paganas para preservar la identidad de la nación judía, el futuro de Israel, y la línea mesiánica.
En Jeremías capítulo 3 tenemos el relato de lo que sucedió con las 10 tribus del norte por causa de su idolatría continuada por más de 700 años. Dios finalmente les da carta de repudio; divorcia a Israel y los asirios destruyen y aniquilan a estas tribus judías para nunca volver a Palestina. Todo como resultado de su idolatría. Dios divorcia a su esposa Israel por su adulterio espiritual. Del mismo modo, cuando el matrimonio se ve atacado por el adulterio, en la misericordia de Dios, Él permite el divorcio. Esto lo observamos en Mateo 1 donde José descubre que su esposa María estaba embarazada antes de tener relación matrimonial con su esposo. Este hombre pensó en divorciarla secretamente, y esta era una acción “justa”, nos dice el pasaje. Jesús lo confirma así en Mateo 19:9. El punto es que si uno se divorcia por causa de infidelidad sexual y se casa con otra persona eso no se considera adulterio (véase Mateo 5:32).
El divorcio no es la voluntad de Dios. ¡Dios odia el divorcio! E incluso dándose una situación de adulterio, entendido como infidelidad sexual por parte de uno de los conjugues, no necesariamente se debe terminar en un divorcio. El libro de Oseas es buena prueba de que aún la infidelidad en el matrimonio no implica que automáticamente ese matrimonio debe desintegrarse y acabar en divorcio; siempre hay lugar para la restauración; siempre hay oportunidad de perdón. ¡Dios mismo espero más de 700 años antes de repudiar al Israel, el reino del Norte! Cuando el verdadero arrepentimiento existe y el perdón se extiende hay restauración. Pero, donde hay infidelidad, adulterio, o fornicación como patrón sin arrepentimiento, existe la posibilidad de divorcio por esta causa. Y, por ende, oportunidad de volver a casarse en el caso de cónyuge inocente. Pero, ¡solo por esta causa!
Los discípulos entendieron perfectamente lo que Jesús estaba enseñando al darse cuenta de que la posibilidad de un divorcio respondía a una situación muy concreta: Le dijeron sus discípulos: Si así es la condición del hombre con su mujer, no conviene casarse (Mateo 19:10). Dios no quiere que el hombre se separe de su esposa. Y si Él lo permite es como una excepción en el caso de infidelidad sexual. Pero aun en este caso, no se plantea como una realidad inevitable.
El plan y diseño original de Dios es que el hombre deje a su padre y a su madre y se una a su mujer, en una unión perpetua y provechosa. Al punto que el apóstol Pedro llama al matrimonio “la gracia de la vida”. No es que el matrimonio será libre de problemas, porque está compuesto de dos pecadores que se unen con su naturaleza caída y tendencias egoístas como resultado de la maldición en Gen. 3:16. Ninguno de nosotros cristianos está casado con una esposa o un esposo perfecto, pero gracias a Dios si se trata de una persona que ama al Señor, y en lo profundo de su corazón desea serle fiel y servirle. Esta es la clave de un matrimonio que crece y persevera en su relación.
El matrimonio puede ser la bendición más grande en la vida de dos cristianos que buscan por sobre todo traer honra y gloria al Señor en sus vidas como individuos y como pareja. La manera que un matrimonio cristiano puede funcionar de esta manera es cuando tratamos a nuestra pareja como trataríamos al Señor Jesucristo, De esto nos habla Pablo en Efesios cuando dirigiéndose a esposos y esposas cristianos (Véase Efesios 5:22-25). Si como cristiano tu tratas a tu esposa como Cristo trata a su iglesia y tu esposa tratas a tu esposo como tú te sujetas a Cristo, tu matrimonio será una bendición.
Y, si todavía no te has casado, como Pablo lo dice en 1 Corintios 7:39, eres libre para casarte con quien quieras, con tal que sea en el Señor. Necesitas hacerlo con una persona que ame a Dios y se caracteriza por piedad. No esperes a un individuo perfecto. Pero escoge bien y busca a una persona en quien veas frutos de piedad, porque te estarás comprometiendo a ser una sola carne con esa persona… ¡Hasta que la muerte os separe!.