Excelencia es una de esas palabras que cada vez están más devaluadas en su significado. Muchos pretenden poseerla, pero casi nadie quiere saber nada del esfuerzo que implica lograrla, y la realidad es que muy pocos la alcanzan realmente. Excelencia es lo que hace la diferencia entre un deportista de élite y un aficionado, entre un profesional en cualquier oficio y un mediocre, entre un trabajo bien hecho y una chapuza. Pero alcanzar esta cualidad implica dedicación, esfuerzo, voluntad y una meta a la que aspirar. Nadie alcanza la excelencia sin proponérselo, simplemente por una habilidad innata. Muchos poseen habilidades naturales que podrían ser ejercitadas al punto de alcanzar cierto grado de excelencia, pero si no hay una proposición personal esa meta no se alcanzará nunca.
Cuando hablamos de la excelencia en la vida de un cristiano estamos hablando de la meta más alta a la que un creyente puede apuntar en su crecimiento espiritual, y por ende en su servicio a Cristo, pero a diferencia de cualquier otra meta que uno se proponga, la excelencia en la vida cristiana no es una opción para el creyente, es el camino que ha sido llamado a andar.
No existe tal cosa como un creyente que no esté llamado a crecer espiritualmente, al punto de ser conformado a Cristo. Siendo esto así, la preocupación del creyente tendría que ser el cómo alcanzar una meta tan alta. Y Colosenses 3:1-4 es un pasaje adecuado para afrontar este reto. Pablo se dirige a los creyentes en Colosas como“santos y fieles hermanos en Cristo” (1:2), y ora por ellos reconociendo la obra del evangelio en sus vidas (1:3-8). Estos hermanos ya habían sido salvados por Cristo, pero necesitaban ser guiados en un avance hacia la madurez espiritual, así que Pablo les muestra cuál es el patrón para alcanzar la excelencia en su caminar con Cristo.
Lejos de las enseñanzas ascéticas (2:20-23) y liturgias religiosas (2:16-19), el patrón de la excelencia pasa por tener un enfoque correcto. Si han resucitado con Cristo (Col. 3:1), deben vivir enfocados en Cristo, quien está reinando a la diestra del Padre. Deben vivir como súbditos de Cristo y no como los súbditos del reino de este mundo que gobierna Satanás (Jn. 12:31, Lc 4:5-6, 2 Cor. 4:4). Lo que esto implica es una ruptura con el tipo de vida que dicta la sociedad gobernada por el príncipe de este mundo. La forma de vivir del mundo responde a su ignorancia de las realidades espirituales, porque viven dando rienda suelta a sus propios deseos pecaminosos. Por el contrario, el creyente debe “Pone[r] la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra” (v. 2). Es importante notar que este contraste implica imposibilidad de conciliación. En otras palabras: o miras arriba o estás en las cosas de la tierra, porque ambas es imposible. Uno no puede crecer espiritualmente, y aspirar a la excelencia de la vida cristiana, mientras busca agradar al mundo.
Por otro lado, es importante observar que este patrón no es un método equiparable a una práctica religiosa o a un esfuerzo humano, de hecho es un requisito tan indispensable como imposible para cualquier persona. El creyente, aquel que se ha sometido a Cristo debe tener claro que precisamente Él (Cristo) es la fuente de la excelencia. La primacía y suficiencia de Cristo permea toda la carta de Colosenses, y aún en este texto es evidente que es de nuestra unión con Cristo de donde obtenemos la capacidad de alcanzar el grado de excelencia que se demanda de nosotros, a saber, ser como Él. Galatas 2:20 expresa la realidad de esta relación: hemos sido crucificados con Cristo, hemos muerto al pecado, y hemos resucitado con Él, lo cual quiere decir que la vida que ahora vivimos es Su vida en nosotros. Eso es lo que nos capacita para vivir de la forma que Él demanda de nosotros. Esta relación con Cristo, de la cual emana nuestra capacitación, es la gran diferencia con cualquier método que el hombre intente aplicar para vencer al pecado.
Esto no implica ausencia de pro-actividad, esfuerzo, sacrificio personal…, pero no conforme a las propias fuerzas sino en dependencia de Cristo, reconociendo que es la capacitación divina por encima del esfuerzo humano.
Aun así, a nadie se le escapa que, aun siguiendo el patrón adecuado y reconociendo la obra de Cristo, sufrimos derrotas, ¿por qué ocurre esto? Pablo se dirige a los colosenses recordándoles que su vida, la realidad de lo que son en Cristo, no les ha sido revelado todavía. Su vida está escondida en Cristo, y será revelada a plenitud, es decir sin restos de los efectos del pecado, cuando Él sea revelado y nosotros, los creyentes de todos los tiempos, con Él (v. 4). En ese momento veremos el resultado de la perfecta obra de Cristo en nosotros.
Ese es el resultado de esta búsqueda de la excelencia a la que el creyente fue llamado. Esta esperanza es la que nos debe llevar a alejarnos del mundo y enfocarnos en Cristo, quien es el autor y consumador de nuestra fe, nuestro único y suficiente Salvador y Rey, con quien seremos manifestados en ese momento en cuando Él sea manifestado. Entre tanto, ambicionamos serle agradables (2 Cor. 5:9), deseamos ser hechos conforme a la imagen de Cristo, caminamos en esa dirección y, con esa meta en mente, buscamos la excelencia.