William Booth fue el fundador de la denominación evangélica conocida como “El ejército de Salvación”, y al final de sus días le preguntaron cuáles creía que serían los peligros que la iglesia enfrentaría en el siglo XX. Booth mencionó cinco peligros, “Una religión sin el Espíritu Santo, un cristianismo sin Cristo, un perdón sin arrepentimiento, una salvación sin regeneración, y un cielo sin infierno.”

Es muy llamativo que estos peligros se han materializado en la iglesia del siglo XXI, y que es especialmente grave y triste que, en el caso del liderazgo de las iglesias, el ministerio esté cada vez más caracterizado por el peligro de un cristianismo sin Cristo, o un ministerio alejado de Cristo.

El apóstol Pablo era consciente de estos peligros, ya en el siglo I, y por eso exhortó a su joven colaborador Timoteo a mantenerse centrado en Cristo. En el capítulo 2 de su segunda epístola, Pablo insistió en que el ministerio de Timoteo debía centrarse en Cristo. Tenía que fortalecerse en la gracia que hay en Cristo Jesús. Y tenía que sufrir penalidades, es decir, esforzarse al máximo por cumplir con su ministerio, combatiendo fielmente como un buen soldado, compitiendo noblemente como un buen atleta, y cultivando arduamente como un buen agricultor.

El glorioso Evangelio que había sido entregado primeramente por Jesús a Sus apóstoles, y que en aquel momento histórico los apóstoles estaban entregando a la siguiente generación de pastores, tenía que ser preservado por la iglesia, generación tras generación. Y por eso, después de las ilustraciones del soldado, el atleta, y el labrador, Pablo le exhorta a considerar bien lo que había recibido, y a acordarse de Jesucristo. Es en estos versículos (7-10) que Pablo le da a Timoteo tres sólidas razones para mantenerse centrado en Cristo en su ministerio, que son tres verdades que marcan un ministerio ideal. Así que, para no caer en el grave peligro de tener un “cristianismo sin Cristo”, para no caer en el error de tener un ministerio alejado de Cristo, debemos recordar estas tres verdades que marcan un ministerio ideal.

Timoteo debía mantenerse centrado en Cristo por la sabiduría suficiente que tenemos en Cristo. Pablo le recuerda a Timoteo que el Señor le daría entendimiento “en todo”. Considerar con cuidado la doctrina de los apóstoles, que es la doctrina de Cristo, es fundamental para mantener un ministerio ideal, porque lo cierto es que, en Cristo tenemos todo lo que necesitamos. En Cristo tenemos toda la sabiduría que necesitamos para vivir nuestra vida de acuerdo a la voluntad de Dios, y para dirigir la iglesia de Cristo de acuerdo al plan de Cristo. Es lo que ya les había escrito a los Colosenses (1:28:2:9), a quienes les recordó que su ministerio era proclamar a Cristo, porque en Cristo están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y el conocimiento. Con razón Pablo le va a decir a Timoteo más adelante (2:15) que un ministro aprobado por Dios, y que no será avergonzado ante Dios, es aquel que maneja con precisión la palabra de verdad.

Así que un ministerio ideal está marcado por una confianza plena en la palabra de Dios, en la sabiduría que tenemos en Cristo, en el discernimiento que adquirimos cuando consideramos lo que Cristo ha dicho, con la ayuda del Espíritu de verdad que el Padre nos ha dado. Timoteo debía mantenerse centrado en Cristo, por la sabiduría que tenemos en Cristo, y también por la soberanía suprema que tiene Cristo. Esta es la segunda verdad que marca un ministerio ideal. En los versículos 8 y 9 Pablo exhorta a Timoteo a acordarse de Jesucristo, y particularmente de tres pruebas que demuestran la absoluta soberanía de Cristo.

Primero, Su resurrección, que demuestra Su poder supremo sobre el mayor de los enemigos, la muerte. Segundo, Su linaje, que demuestra Su derecho supremo al trono del Mesías, al trono de un reinado eterno. Y tercero, Su Evangelio, que Pablo considera como propio, al estar comprometido con el mensaje de Cristo hasta el punto de estar dispuesto a dar su vida por la extensión de la palabra de Cristo. Y ahí es donde Pablo, utilizando sus propias circunstancias, hace una declaración que debe animarnos grandemente: “la palabra de Dios no está presa”. El apóstol estaba en la cárcel por predicar el Evangelio. Estaba sentenciado a muerte por su lealtad al Evangelio de Cristo. Pero eso no suponía ningún impedimento para que el rey Jesucristo siguiera adelante con Su plan de redención.

Esta soberanía suprema de Cristo debe marcar nuestro ministerio. Esta confianza en Su poder, Su linaje, y Su Evangelio, debe mantenernos centrados en Cristo en nuestro ministerio, para seguir proclamando con valor la salvación segura que tenemos en Cristo, que es la tercera verdad que marca un ministerio ideal. Pablo predicaba a todos los que podía, con la convicción y la confianza de que Dios iba a salvar a aquellos a los que había determinado salvar desde antes de la fundación del mundo, a los escogidos (2:10). Y con esta convicción, el apóstol se esforzó, menospreciando el oprobio, como su Señor había hecho, y centrado en completar la misión que su Señor le había encomendado.

Dicho de otra manera, es servir al Señor confiando completamente en el poder de Su palabra, y en la promesa de que Él salvará a los que escogió salvar por Su gracia soberana. Es servir al Señor confiando en la soberanía suficiente que tenemos en Cristo, en la soberanía suprema que tiene Cristo, y en la salvación segura que tenemos en Cristo. Así nos aseguraremos de no llegar a tener un “cristianismo sin Cristo”, y lo que tendremos será un ministerio ideal.

Jonatán Recamán

Autor Jonatán Recamán

Pastor en la Iglesia Evangélica de Pontevedra (España) y profesor del seminario Berea (León, España).

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