Comúnmente, para aquellos que venimos de países católicos, la idea de santo se reserva para a un individuo especial que ha sido canonizado por la iglesia y que es venerado por la mayoría de la gente. Varios nombres de pueblos y ciudades tienen nombres de algún “santo”: Santa Mónica, San Francisco, San Diego, Santa Bárbara… A veces también, la gente piensa en un “santo” como una persona que es muy piadosa o paciente o bondadoso: “Ese muchacho es un “santo”, “esa mujer es una santa”. Pero, cuando leemos al Nuevo Testamento observamos que ninguna de estas ideas se encuentran detrás de la palabra santo.
La palabra santo–hagios en el original– quiere decir apartado. De hecho, Pablo escribiendo acerca de los corintios, afirma que ellos habían sido santificados, apartados en Cristo Jesús. No demostraban una conducta del todo santa o piadosa en su vida, no obstante Pablo les llama santos. Así comienza la primera epístola que Pablo les envía: Pablo, llamado a ser apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, y el hermano Sóstenes, a la iglesia de Dios que está en Corinto, a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro: Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo. (1 Corintios 1:1-3)
Los corintios eran santos porque habían sido llamados a ser santos por Dios en Cristo. No eran santos por virtud de una conducta piadosa. Y es que, un santo en el Nuevo Testamento, designa a un creyente en Cristo Jesús, a un individuo que ha sido llamado por Dios en Cristo. En otras palabras, un santo desde el punto de vista bíblico es un creyente genuino. Cada uno de nosotros, si hemos sido llamados a salvación en Cristo Jesús y verdaderamente invocamos su nombre, somos santos. Esa es nuestra posición aunque nuestra conducta no siempre demuestre que somos santos.
A los corintios les sucedía que su santidad practica no igualaba su santidad posicional. Esa es a menudo nuestra realidad. Somos santos porque pertenecemos al Señor, fuimos llamados por Él; creemos y amamos al Señor Jesucristo, pero luchamos con la carne, y no siempre demostramos lo que somos en nuestra vida cotidiana. A veces los cristianos no actúan como cristianos. Y por eso Pablo escribió esta epístola de 1 Corintios: eran santos en cuanto a su llamado, pertenecían a Cristo, pero no se habían desligado de algunas de sus prácticas mundanas, las cuales toleraban en la congregación. Y el apóstol va a recordar a toda la congregación que la iglesia tenía la responsabilidad de limpiar lo sucio en su medio: “Limpiaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura como sois; porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros” (1 Corintios 5:7). Esto es muy importante. La iglesia no es una organización, no es un edificio, no pertenece a una persona o a un grupo eclesiástico o denominacional, no depende ni responde a modas y tendencias. La iglesia es la santa propiedad de Dios, que Él compró con Su propia sangre (Hechos 20:28). Pablo veía a la iglesia como el organismo que Dios había instituido por medio del sacrificio del Hijo de Dios. Esto ha de traer un santo temor a nuestras mentes y corazones, guiando y orientando siempre debe ser nuestra actitud para con la iglesia.
Posicionalmente ya eran santos, limpios en Cristo. En la práctica tenían ahora que aplicar esa verdad evitando las divisiones, huyendo de la inmoralidad, limpiando lo impuro y rectificando lo que era falso en sus formas y tradiciones dentro del ministerio en la iglesia. En otras palabras, ser en práctica lo que ya eran en posición, santos.
Esta es la lección para nosotros hoy también. Vivimos en un mundo que apela a los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanidad de la vida. Nos encontramos en territorio enemigo, un territorio enemigo que continuamente nos atrae. Nunca fue ni será fácil ser santo en la práctica. Pero, así como Dios nos llamó, y somos santos por virtud de estar en Cristo Jesús, Dios hoy nos dice: ¡Sed Santos–también en la práctica– como YO soy Santo! (1 Pedro 1:16).