Recuerdo que cuando estaba anotando la fecha y los detalles para este artículo en mi calendario, me equivoqué y emborroné media página, y no pude sino sonreírme. Sonreírme porque esta es una muestra más de lo sencillo que resulta equivocarse, confundirse, errar… Pero cuando hablamos de la Biblia entramos en un plano muy distinto. Porque ella, y solamente ella, se presenta como un discurso libre de errores. Es decir, “inerrante” en lo que respecta a sus manuscritos originales.

Este asunto de la inerrancia no es un esnobismo para aspirantes a teólogos, ni un pasatiempo para los que disfrutan de los debates y la especulación. Si la Biblia no fuese certera cuando habla de una semilla, de una montaña o de una familia, ¿qué garantía tenemos de que lo sería cuando se refiere a asuntos como el Cielo, el Infierno o la eternidad? Como Carl Henry ha apuntado: “la inerrancia no es necesaria para demostrar la autenticidad del cristianismo, pero es esencial para subrayar su consistencia”.[1]

Es importante entender que cuando hablamos de inerrancia no nos limitamos simplemente a las ideas generales que la Biblia contiene o a los posicionamientos teológicos que se han ido destilando y postulando, tomando como base a las Escrituras. La noción de inerrancia hace referencia a cada palabra que forma parte de la Palabra de Dios. Dicho de otra manera, no existe ningún error en nada de lo que la Biblia contiene o afirma. Algunos defienden una idea de “inerrancia” diluida y contradictoria. Al punto de no creer que la Biblia esté libre de errores, aunque estos sean pequeños errores. Pero están dispuestos a adherirse a algunos principios espirituales o morales que se extraen de su lectura. Sin embargo, este razonamiento sí es erróneo. Es erróneo y tendencioso porque ninguna doctrina en sí misma tiene autoridad alguna si la Palabra de Dios no es inerrante. De manera que, si una porción de la Biblia contiene falsedades o errores, aunque sean pequeños ¿con qué cara podemos aceptar la doctrina que presenta dicho texto como válida? Y, una vez más, si hay error en lo que la Biblia dice, por pequeño que sea, entonces no nos podemos fiar de lo que la Biblia dice.

  1. El Autor de la Escritura.

La doctrina de la inerrancia encuentra su fundamento en el carácter mismo de un Dios que se ha revelado en las páginas de la Escritura. Él es el Autor último de la Biblia, de quién leemos que es imposible que mienta o conviva con la mentira (Hebreos 6:18; Tito 1:2). Y como el Autor de la Escritura es fidedigno y totalmente confiable, por tanto, Su Palabra ha de ser necesariamente confiable y totalmente libre de error (Salmo 19:9; Salmo 119:89).

Todo lo que Dios hace es coherente con lo que Él es, y Su actividad reveladora no es una excepción. ¡Al contrario! El Salmo 138:2 dice: “Me postraré hacia tu santo templo,

 y daré gracias a tu nombre por tu misericordia y tu verdad; porque has engrandecido tu palabra conforme a todo tu nombre”. En primer–y en último término– sabemos que la Biblia es inerrante porque Dios es verdadero y no hay falsedad en Él: “Antes bien, sea hallado Dios veraz, aunque todo hombre sea hallado mentiroso” (Romanos 3:4). Y, al mismo tiempo, creemos que la Biblia no contiene error porque todo lo que Dios hace es verdadero: “Las obras de sus manos son verdad y justicia, fieles todos sus preceptos. Son afirmados para siempre jamás, ejecutados con fidelidad y rectitud” (Salmo 111:7-8)

  1. La afirmación de la Escritura

La propia naturaleza de la Revelación Divina, esto es, de lo que llamamos Biblia, implica una enumeración proposicional de acciones y declaraciones de carácter objetivo.  Déjame que lo explique de una manera más simple: el hecho de que Dios haya decidido dar a conocer Sus intenciones a través de palabras escritas ¡es toda una declaración de intenciones! Dios ha decidido ser lo más exacto posible. Dios ha decidido poner a un lado toda la vaguedad, toda la indefinición, toda la subjetividad que podrían desprenderse de un sueño, de una experiencia irreproducible o de una visión privada y se ha dado a conocer por medio de palabras. Se ha dado a conocer de manera legible y constatable, por medio de un texto escrito, en el que hay un comienzo y hay un desarrollo, en el que nos encontramos con que hay un principio y hay un final.

Refiriéndose a la naturaleza de este texto escrito, Jesús se hizo eco del salmo 119 cuando en su oración intercesora de Juan 17 dijo eso de «Tu Palabra es verdad» (Juan 17:17, cf. Salmo 119:160). Y este término “verdad” empleado por Jesús en el original apunta a la correspondencia de lo que se dice con la realidad, a la fidelidad, la exactitud, la conformidad entre lo que se dice y lo que sucede, entre lo que se expone y lo que pasa realmente. Ese es el énfasis de estos y otros versículos, que todo lo que dice Dios dice en Su Palabra es verdad con mayúsculas porque se corresponde exactamente, porque concuerda plenamente con la realidad. En ese mismo sentido, Jesús apuntó en Juan 10:35 que “la Escritura no se puede violar”. No se puede romper, abolir, o destruir. Y la idea es que no hay manera alguna de deshacerla o pasarla por alto sin que se cumplan sus previsiones y propósitos. Jesús demuestra una confianza absoluta en el cumplimiento de la Palabra de Dios en su conjunto. No simplemente en ciertas ideas o conceptos vagos, como sucede, por ejemplo, con las profecías de Nostradamus. Este Nostradamus fue un personaje que vivió en Francia en el siglo XVI, y que en el año 1555 escribió un libro que llevaba por título “Las profecías”. Te habrás dado cuenta de que cada cierto tiempo se le menciona en las noticias porque hay un evento del que aparentemente Nostradamus pudo “predecir” algo al respecto, pero sus textos son tan indeterminados y enigmáticos ¡que podría estar hablando de cualquier cosa! Nada que ver con el estándar, con el nivel de exigencia, que Jesús demanda y supone de la Escritura: “En verdad os digo”, dice Jesús, “que hasta que pasen el cielo y la tierra, no se perderá ni la letra más pequeña ni una tilde de la ley hasta que toda se cumpla” (Mateo 5:18). La confianza absoluta de la Palabra encarnada en la precisión absoluta de la Palabra escrita resulta aleccionadora.

  1. La adhesión a la Escritura

 Cuando analizamos los escritos y exposiciones de los llamados Padres de la Iglesia, pasando por los reformadores y los grandes evangelistas de los siglos XVIII y XIX, hasta llegar en generaciones recientes a la gran mayoría de maestros y predicadores ortodoxos (doctrinalmente hablando), observamos un elemento reiterado: todos ellos han basado su fe y sus ministerios en la convicción y la confianza absoluta de que la Biblia es la Palabra de Dios, y que, por tanto, está libre de error. Y eso significa que no contiene ninguna equivocación en todo lo que afirma o describe, sin importar la disciplina o el campo de saber al que se refiera. Sin embargo, a mediados del siglo pasado, la autoridad y confiabilidad de la Escritura vino a ser puesta en duda como nunca antes. Particularmente por un progresivo número de voces críticas que cuestionaban la legitimidad de esta doctrina cristiana de la inerrancia que hasta entonces resultaba indiscutible. Así que, como respuesta a esos ataques, ya en el pasado siglo, un grupo de unos 400 pastores y teólogos redactaron y firmaron en 1978 un documento conocido como Declaración de Chicago, en el que ratificaban su confianza en el texto bíblico. Y en el prefacio de este escrito encontramos alguna de las razones que convierten a este asunto en un tema que demanda un entendimiento apropiado:

 “La autoridad de la Escritura es un asunto fundamental para la Iglesia Cristiana en cualquier época. Aquellos que profesan su fe en Jesucristo como Señor y Salvador son llamados a mostrar la realidad de su discipulado por medio de la obediencia humilde y fiel a la Palabra Escrita de Dios. Apartarse de la Escritura ya sea en fe o en conducta implica ser desleal a nuestro Maestro. El reconocimiento de la verdad y confiabilidad de la Santa Escritura es esencial para poder confesar su autoridad de manera adecuada y completa.” 

Conclusión:

Podemos resumir lo dicho hasta el momento de esta manera: si la Biblia es realmente la Palabra de Dios, si Jesucristo, el Hijo de Dios, el Enviado del Cielo, el Sabio y Poderoso Señor y Sustentador de todo confiaba plenamente en la veracidad en la inerrancia de las Escrituras, si esto es lo que la Iglesia Cristiana ha mantenido desde sus orígenes ¿quiénes somos nosotros para degradarla? ¿Quiénes somos nosotros para rebajarla? ¿quiénes somos nosotros para desconfiar? Las generaciones vienen y van, con sus modas, propuestas y cosmovisiones, pero la Palabra de Dios permanece firme en los Cielos (Salmo 119:89) ¡Gracias a Dios por ello!

«Tú puedes apoyar todo tu peso sobre cualquiera de las palabras de Dios, y te sostendrán. En tu hora más oscura puedes estar desprovisto de velas, pero cuentas con una sola promesa, y sin embargo esa luz solitaria convertirá tu medianoche en un brillante mediodía.»[2]

 


[1] Henry es el autor de una monumental obra acerca de las Escrituras y su relevancia como fundamento para la teología cristiana. Véase Carl F.H. Henry God, Revelation and Authority (Waco, TX: Word books, 1982).

[2] Cita obtenida de un sermón basado en el Salmo 12:6, titulado “La Biblia probada y comprobada”, predicado por Charles Haddon Spurgeon en Londres, el domingo 5 de mayo de 1889. Puedes acceder a la exposición completa aquí http://www.spurgeon.com.mx/sermon2084.html

Heber Torres

Autor Heber Torres

Director del Certificado de Estudios Bíblicos. Profesor de exégesis y predicación en Seminario Berea. Pastor de Redentor Madrid.

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